A tres meses de la muerte del fiscal Alberto Nisman, los argentinos parecemos más preocupados por los tres superclásicos de mayo, las compras en 24 cuotas, el impuesto a las ganancias y el comienzo de una nueva temporada de Bailando por un sueño, además del inicio de un prolongado calendario electoral. Esto es lo que demuestra la cobertura de los grandes medios y los contenidos de las charlas entre familiares o amigos, en los clubes, en los bares o en la oficina. Tanta parece la despreocupación por uno de los hechos más graves desde la restauración de la democracia, que el gobierno no solo se da el lujo de exhibir las nuevas encuestas que muestran a la Presidenta con una imagen positiva de cerca de 40 puntos.
Además opera, cada vez con más desparpajo, para evitar que fiscales y jueces críticos e independientes investiguen a Cristina Fernández, a su hijo, Máximo Kirchner y sepulten, de una vez y para siempre, la denuncia que presentó Nisman y la declaración de inconstitucionalidad del Memorandum de Entendimiento que se firmó con Irán. El juez Claudio Bonadio ya había adelantado a sus pares que si al final se lo termina desplazando de la causa Hotesur, en que la indaga sobre un presunto lavado de dinero, pegará un portazo y abandonará su cargo.
En las próximas horas de sabrá si el camarista Gustavo Hornos votará en contra o a favor de la recusación. Sobre sus espaldas pesa la decisión final. Ya se sabe que su colega Luis Cabral optará porque se lo ratifique en el cargo. Y que la presidenta de la sala, Ana María Figueroa le dará la razón a Romina Mercado, la sobrina de la Presidenta, quien pidió el apartamiento de Bonadio por imparcialidad manifiesta. Si Hornos vota como Figueroa ¿serviría el gesto de Bonadio para golpear la conciencia de una parte de la sociedad anestesiada? El magistrado no solo es quien investiga quizá la causa que más preocupa a la jefa de Estado.
Es, además, quien parece tener más claras las consecuencias del avance del gobierno contra el Poder Judicial. "Van a convertir a los jueces federales en cartón pintado. Y van a utilizar a los nuevos fiscales para perseguir a los críticos y la oposición y proteger a sus amigos", resumió, incluso, antes de la muerte de Nisman, y después de leer los cambios que pretendían imponer en el nuevo Código Procesal Penal. ¿Dónde quedaron los efectos de la última Marcha de Silencio? ¿Qué hicieron los principales dirigentes de la oposición para transformar la indignación general en herramientas capaces de mejorar las instituciones?
El jefe de gabinete, Aníbal Fernández, una suerte de Alberto Samid con bigotes, se dio el lujo de ensuciar primero a un funcionario que no se podía defender porque había muerto. Después empezó a hacer especulaciones sobre su exesposa, la jueza federal Sandra Arroyo Salgado. Y ahora, ya descontrolado, pide la detención de Sara Garkunkel, la madre del fiscal, y la culpa por no respetar el luto y abrir una caja fuerte, en una actuación vergonzosa y desopilante a la vez, y en la que cumple los roles de fiscal, juez, investigador y perito de parte. En cualquier otro país, el jefe de gabinete debería estar respondiendo a todo el Parlamento por sus escandalosas declaraciones. Y también debería estar respondiendo por la imputación que le formuló la jueza María Servini de Cubría por su actuación en la distribución de fondos públicos del Fútbol para Todos. Pero en este, el resultado de su verborragia se mide por la cantidad de seguidores bancados por el Estado en Twitter o Facebook, quienes lo consideran una estrella de rock.
Y encima la Presidenta lo usa sin disimulo, para decir lo que ella piensa pero no puede declarar en público. ¿Cómo se para, por ejemplo, el jefe de gobierno de la Ciudad y precandidato a Presidente, frente a todo esto? No se para de ninguna manera. No se pronuncia. Solo aguarda que los candidatos a los que apoya ganen en la mayoría de los distritos. Y sobre todo, espera que la interna de PRO en la Ciudad termine cuánto antes, porque la atención y la energía que lo obligaron a poner lo hicieron aparecer distraído frente a su candidatura presidencial.
El, igual que Daniel Scioli y Sergio Massa, consumen una buena parte de su tiempo sumando, restando, leyendo e interpretando encuestas, bajo el supuesto de que lo llevarán al sillón de Rivadavia. Macri, por ejemplo, está seguro de que va camino a una segura polarización contra el gobernador de la provincia, y que al final ganará en segunda vuelta, porque la ola de cambio todavía le estaría ganando a la de continuidad. Scioli también piensa que su principal rival será Macri, pero sueña con ganarle en primera vuelta, o sacarle una diferencia suficiente como para quedase con la victoria en la segunda vuelta.
El gobernador no solo está exultante porque ahora aparece primero en las encuestas. También celebra la aparición como precandidata a presidente de Margarita Stolbizer porque presume que quitaría a Macri muchos votos de radicales desencantados y progresistas que se niegan a elegir a un millonario y empresario como Presidente de los argentinos. ¿Es el momento de empezar a pensar seriamente en una gran PASO de la oposición que incluya a Macri, Massa, Ernesto Sanz, Elisa Carrió y José Manuel de la Sota, por ejemplo? Jaime Durán Barba pondría el grito en el cielo, pero los asesores más políticos del jefe de gobierno no desean cerrar la puerta a semejante posibilidad. Por lo menos no lo quieren hacer sin los resultados seguros de la competencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti del domingo que viene.