Es inevitable preguntarse: ¿la estarían armando, entonces, si pensaran irse? Datos y estimaciones muy recientes muestran que en el período 2012-2015, el de la segunda presidencia de Cristina Fernández, la Argentina habrá tenido la tercera mayor inflación del mundo, detrás de Venezuela y Sudán; ocupará el puesto 172 entre 189 países en crecimiento económico, detrás de todos los latinoamericanos, y finalizará 2015 con un producto por habitante 2% menor que el de 2011. Cuatro años miserablemente perdidos. Con sólo haber crecido como la media latinoamericana, cada argentino tendría hoy, en promedio, un ingreso anual adicional de 1000 dólares que serían 2000 si, lógica aspiración, hubiéramos crecido como el top ten regional.

Cierto, lo dicho es casi puro pasado y no muestra bombas futuras. Pero al poner el pobre desempeño de la Argentina en un marco global nos muestra nítidamente que su causa principal es la impericia de la gestión económica. Entonces, una de dos. O no se gestionó como para quedarse o se le erró feo a ese objetivo y, en cualquier caso, la herencia económica que el kirchnerismo deja al próximo gobierno es muy mala. No necesariamente una bomba, porque no hay explosiones inminentes, pero sí un astuto laberinto que es o parece construido para confundir a quienes osen entrar en él dada la dificultad de acertar con la salida.

El mayor escollo es reducir la inflación desde algo menos de 30% -así terminará 2015- a un 5% y, al mismo tiempo, corregir importantes distorsiones de precios, sobre todo los de la energía y el tipo de cambio. El oficialismo demoniza hoy la idea de devaluar, pero no tuvo empacho en depreciar el peso un 30% en el verano de 2014 y anular luego sus efectos por la inflación. Ahora todo se ha complicado por la fuerte caída de los precios de los granos y sus derivados y la gran depreciación de casi todas las monedas contra el dólar, sobre todo el euro y el real. Con sólo visitar las economías regionales y las industrias exportadoras, el Gobierno despejaría sus dudas sobre la escasa competitividad de nuestra economía. Como si esto fuera poco también habrá que desactivar el cepo con inteligencia, aumentar las reservas y mejorar la menguada solvencia del BCRA. La experiencia internacional muestra que, en la mayoría de los casos, una estabilización así requiere acuerdos de precios y salarios para coordinar expectativas, además de medidas monetarias y fiscales. Y es aquí donde será necesario descifrar la peor parte del laberinto, a saber, el clima de enfrentamiento sistemático fomentado sobre todo por el oficialismo, que dificulta no sólo los acuerdos, sino aun la simple conversación entre quienes piensan distinto o defienden intereses diversos.

Con sólo estas dos cuestiones ya resultaría muy dificultosa la próxima gestión económica. Pero habrá que descifrar muchas más. El gasto público pesa tanto en nuestra economía (40,3%) como en la de los países desarrollados, pero su productividad es aquí mucho menor, en parte por un empleo público desbordado. Ése es su principal problema y no, como se cree, el alcance de los programas sociales. Algo similar ocurre con la presión fiscal total incluyendo el impuesto inflacionario, que llegará a 37% en 2015, según el FMI, agravada por su escasa progresividad y por el castigo al trabajo y a la producción con impuestos distorsivos por un 20% de la recaudación total. Surge de todo esto un resultado fiscal negativo y sin financiamiento genuino superior al 5% del PBI.

Es un error creer que toda la herencia económico-social del kirchnerismo será negativa. La pobreza es menor que en 2003 y la distribución del ingreso es mejor. Es cierto, sin embargo, que pese a la enorme oportunidad ofrecida por el mundo no se recuperaron los mejores registros sociales de la historia. Otro error frecuente es explicar la mejora social sólo en función de "los planes". Los programas de transferencias de ingresos benefician al 23,4% de los hogares, cifra importante pero insuficiente para dar cuenta del fenómeno.

Los peligros del laberinto serán aún mayores porque quienes caminen por él no sólo no tendrán vientos tan favorables -y aun contrarios- que los que impulsaron al kirchnerismo, sino que deberán reparar los daños resultantes de la dilapidación populista de muchos recursos. Con tanto denuesto a los capitales se logró finalmente reducir la inversión a poco más del 17% del PBI en 2012-2015, nivel bajísimo que se evidencia en las carencias cotidianas de los caminos, la energía, la telefonía o los FF.CC. de larga distancia, pero también en el escaso número de nuevas plantas industriales de porte. El crédito y el mercado de capitales son hoy escuálidos en comparación con cualquier país de la región. En educación se hicieron cosas y se invirtió más, pero no se acertaron los caminos para obtener los resultados esperados y habrá mucho por hacer, lo mismo que para reconstruir una administración pública seria, transparente y meritocrática y no facciosa como la actual, empezando por esa vergüenza nacional que es el Indec. En fin, pese al innecesario lío con los holdouts, producto sobre todo de la imprevisión, queda como mejor herencia económica de esta época el bajo endeudamiento público con el sector privado, alrededor de un 15% del PBI, cuyo prudente manejo ayudará a salir del laberinto.

En el contexto mundial, el próximo gobierno encontrará menores precios de los productos básicos que producen y exportan casi todas las provincias y que, en el caso de los combustibles, han puesto al menos entre paréntesis a Vaca Muerta como tabla de salvación (quizá mejor así). Esto ocurre junto a un mal momento para América latina, muy marcadamente para Brasil, un dólar muy fuerte, la suba de las tasas de interés en Estados Unidos más cerca y un marco geopolítico amenazante, desde Ucrania hasta el Mar de la China y Medio Oriente. Aun así, los países emergentes seguirán liderando el crecimiento global, aumentando su demanda de alimentos y brindándonos renovadas oportunidades, pero menos eufóricas, lo que requerirá políticas sagaces para recuperar la pérdida sistemática hasta aquí de 20.000 millones dólares de exportaciones por año sin generar problemas alimentarios internos.

Aunque sin tanto detalle técnico, la mayoría de la población percibe las dificultades de la herencia, pero también teme el "ajuste violento" con el que amenaza arteramente el Gobierno. Por ello creo que elegirá como presidente a quien mejor muestre cómo lograr un desarrollo económico sostenible y socialmente integrado, algo que está al alcance y en lo que el kirchnerismo mostró manifiesta incapacidad. Vale repetir, sin embargo, que será condición esencial de tal posibilidad lograr acuerdos políticos, y también sociales, en ese puñado de políticas esenciales para definir el nuevo rumbo estratégico de la Argentina.