Cada novedad que produce el oficialismo en los últimos tiempos tiene el objetivo explícito de buscar impunidad cuando el poder ya se haya ido. La vertiginosa aprobación del proyecto de ley que impulsa la elección por voto directo de los legisladores del Parlasur, ayer, es un eslabón más, y no menor, de esa cadena preventiva de impunidad.
Hay un aspecto que el kirchnerismo no podrá explicar nunca cabalmente: ¿por qué le introdujo al proyecto, a último momento, la disposición de que los futuros parlamentarios del Mercosur tendrán también inmunidad de arresto? En el Protocolo de la creación del Parlasur se estipuló que esos legisladores debían tener inmunidad de opinión y de tránsito, pero no de arresto. La Constitución argentina les otorga esa inmunidad, que impide a la Justicia su encarcelamiento, sólo a los legisladores que son miembros de la Cámara de Diputados o de la Cámara de Senadores. La decisión de ayer podría ser, por lo tanto, inconstitucional, porque el Congreso está otorgando un privilegio especial que la Constitución no prevé.
Los fueros parlamentarios han sido siempre el último refugio de los políticos perseguidos por la Justicia. Basta mirar el lamentable papel que está cumpliendo el ex presidente Carlos Menem, dócil con el kirchnerismo, aunque denostado por éste, sólo porque necesita la inmunidad de arresto que le otorga su condición de senador. "Menem ya no hace respetar ni su jerarquía de ex presidente", se quejaba ayer un ex funcionario de su gobierno. Ayer, en efecto, la presencia de Menem en el recinto volvió a darle al Gobierno la posibilidad de contar con el quórum especial que necesitaba para tratar una ley sobre cuestiones electorales.
El Parlasur con legisladores elegidos por el voto directo comenzará a funcionar no antes del año 2020. Hay dos elecciones por delante después de 2015 para definir esos cargos, la de 2017 y la de 2019. ¿Por qué la necesidad de sacar la ley a las apuradas, a salto de mata, como si eso resolviera algún problema urgente del país? La respuesta es sencilla: prevaleció la decisión del cristinismo de acumular todo el poder posible antes de que la fiesta de la arbitrariedad se termine y la necesidad de que los fueros cubran la retirada de los poderosos de hoy. No hay más explicación que ésa.
Todo fue apresurado. Sólo Paraguay resolvió hasta ahora que sus representantes ante el Parlasur serán elegidos por el voto directo. Ni Brasil ni Uruguay ni Venezuela eligieron todavía el sistema de elección. La Argentina decidió elegir 43 legisladores, pero el Mercosur no se puso de acuerdo todavía sobre cómo será la representación de cada país miembro. Es un número que el cristinismo tiró al voleo y que podría ser modificado luego cuando exista el acuerdo con los otros países.
El caso es también alegórico del desprecio del oficialismo actual por la representación democrática. ¿Acaso los legisladores elegidos el año próximo asumirán sus funciones recién en 2020 y, durante el tiempo que resta, el Parlasur seguirá como ahora, con representantes elegidos por los gobiernos? Sería muy extraño observar un Parlamento con dos clases de representaciones. Algunos legisladores tendrán el aval del voto popular; los otros serán seleccionados sólo por los gobiernos. Sería una extravagante creación del kirchnerismo para la historia del parlamentarismo. Si debieran esperar hasta 2020, cuando supuestamente todos los parlamentarios del Mercosur serán elegidos por el voto directo, entonces dos gobiernos argentinos, el que surja de las elecciones de 2015 y de las de 2019, tendrán una representación en ese Parlamento que no los reflejará.
Durante mucho tiempo se debatió si los fueros, y sobre todo la inmunidad de arresto, regían desde la asunción de los legisladores o desde la elección como tales. El debate no se saldó, pero prevaleció el criterio de que tales inmunidades funcionan desde la elección. Será divertido observar en su momento la confección de la listas de candidatos del cristinismo. Esas listas podrían resultar una confesión implícita de delitos, una autoincriminación de hecho. La repetición del caso de Menem, el ejemplo más fiel que siempre siguió el kirchnerismo para olvidarse del sentido moral de la política.