Carlos Menem pudo mantener durante muchos años el respaldo de una porción significativa de la ciudadanía porque garantizaba que no se retornaría al mayor espectro de aquellos años: la hiperinflación, en la que derivó la prolongada estanflación de los años 80. El recuerdo de subas del índice de precios al consumidor que llegaban casi al 200% mensual hacía que se defendiera la estabilidad de precios. Pero, luego de la crisis de 2001 y 2002, el recuerdo aterrador es el de la recesión sin inflación que comenzó a mediados de 1998 y que hizo caer el empleo, mientras se mantenía la deflación.

Es por eso que el kirchnerismo se benefició, hasta ahora, de una ciudadanía que ha tenido más miedo a la caída de los puestos de trabajo que a la suba constante y generalizada de los precios.

No es raro. Hasta la década del 80, en los Estados Unidos era difícil encontrar a la ciudadanía muy preocupada por la inflación. Mucha gente tenía el recuerdo de los tremendos años de la Gran Depresión, con miles de desocupados literalmente hambrientos. Es cierto que dos de los puntos fuertes de la economía K de los primeros años se perdieron hace tiempo: los superávits gemelos, comercial y fiscal. Pero la gente no vota eso, sino sus consecuencias. Y ante la disyuntiva de sufrir pérdida del poder adquisitivo del salario o quedarse sin él, elige lo primero.

Ante la disyuntiva de sufrir pérdida del poder adquisitivo del salario o quedarse sin él, la gente elige lo primero

A Cristina Kirchner y los suyos ya sólo les queda defender la épica. Ya ni los más cuestionados índices oficiales les traen buenas noticias. El deterioro general es indisimulable para un gobierno que tampoco puede culpar a "la herencia recibida". Hay, entonces, que inventar conspiraciones de afuera -los "buitres"- y de adentro -el sector cambiario que "especula"-.

Si con alguien se ensañó la política económica, luego de hacerlo con el campo, fue con las automotrices. Córdoba muestra preocupantes resultados y un crecimiento de la izquierda combativa. La herencia de Kicillof no allana el terreno a una continuidad peronista, más bien vuelve a sembrar las semillas del "que se vayan todos".

Argumentos tramposos

Tal vez el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich , se sienta tentado de mostrarse como exitoso gestor de la menor tasa de desempleo del país. Habría que recordarle que cuando él era menemista la Santiago del Estero gobernada por el matrimonio Juárez mostraba el mismo logro. También tenía bajísimas tasas de participación en el mercado de trabajo. Y protagonizó un estallido social estremecedor que se llevó a los caudillos de entonces.

Menos de tres de cada 10 habitantes de Resistencia y alrededores participan de algún modo del mercado laboral. La media nacional es cercana a uno de cada dos. Parece más que claro que en Resistencia no hay mucho de qué ocuparse y que quien sabe que no conseguirá nada no busca. Y quien no busca empleo no es, para las estadísticas, un desocupado.

En el Santiago de los Juárez, una enorme proporción de las personas en edad de trabajar migraban. Tenía un triste récord: ser la provincia en la que la mayor parte de las personas allí nacidas no vivían. Se iban en busca de trabajo.

Hace no mucho, los desocupados chaqueños terminaban poblando las villas del Gran Rosario. ¿Habrá cambiado eso? Las cifras de empleo no parecen las más propicias para retener población. Y para entender por qué alguien elige vivir en una villa, dice Enrique Szewach, basta con imaginar de dónde viene.