La educación rural es definida en la ley nacional de educación como "la modalidad del sistema educativo de los niveles de educación inicial, primaria y secundaria destinada a garantizar el cumplimiento de la escolaridad obligatoria a través de formas adecuadas a las necesidades y particularidades de la población que habita en zonas rurales".

En los hechos, ese enunciado es de difícil cumplimiento, y en la práctica directamente no se cumple, pues son muchos y muy severos los obstáculos que lo impiden. Entre ellos, corresponde citar algunos de especial incidencia: los establecimientos son relativamente escasos y distantes, y es frecuente que los chicos deban transitar un promedio de 15 kilómetros diariamente para llegar, a menudo sin medios de movilidad. Desde luego, hay disparidad según las regiones.

A esa realidad se unen la pobreza de muchos hogares rurales y la necesidad de que los adolescentes, sobre todo, contribuyan al sostén de la familia y trabajen tempranamente en el campo. Esa situación provoca deserción escolar y explica por qué la matrícula rural secundaria se reduce a la mitad de la primaria. A las 11.720 escuelas primarias rurales les siguen luego 4800 de enseñanza media, lo que revela de forma objetiva que la obligatoriedad que establece la ley, lamentablemente, es un mero enunciado de aspiraciones.

Hay una clara desigualdad de condiciones para el cumplimiento de la escolaridad cuando se comparan lo urbano y lo rural, lo cual se percibe, también, en la diferencia de medios y recursos accesibles a unos y otros alumnos

Esa realidad ha llevado a fundaciones y organizaciones no gubernamentales a proveer de ayudas a la enseñanza rural. Una de las fuentes de aportes es la Fundación Bunge y Born (www.fundacionbyb.org), que acaba de cumplir 40 años de contribuciones para ese valioso fin.

Ese meritorio aporte, que se inició en 1974 y alcanzó ya entonces a 750 establecimientos distribuidos a lo largo del país, se concretó en diversos recursos, entre ellos banderas de ceremonias, útiles escolares, textos de diversa aplicación para maestros y alumnos, instrumentos musicales, elementos deportivos, juegos de mesa y botiquines de primeros auxilios. Ese beneficio alcanzó a 50.000 alumnos y sirvió a la tarea de 5000 docentes.

El Programa de la Fundación Bunge y Born fue creciendo con los años, y así llegó a 800 escuelas en 1984, a 1200 diez años después y a 1250 más tarde. Hay que agregar que otra iniciativa focalizada en dotar de mejores medios para la enseñanza y la actividad de los alumnos se expandió a partir de 2008 y alcanzó, también, al perfeccionamiento de los maestros rurales con recursos propios de la tecnología de las comunicaciones que han permitido capacitar a 3112 docentes, a través del dictado de diversos cursos que han abarcado tanto la gestión educativa como la matemática, el lenguaje, las ciencias naturales y la nutrición.

Todos esos beneficios alcanzaron luego a más de 55.000 alumnos. A ello se sumó un curso de verano sobre gestión escolar para directivos y supervisores rurales.

En buena medida, este tipo de ayuda y apoyo planificado de manera integral es una contribución valiosa que no sólo provee de conocimientos y recursos a las autoridades, docentes y alumnos que estudian y trabajan en condiciones difíciles, sino que implica a la vez un reconocimiento para quienes bregan por reducir las injustas desigualdades de formación educativa.