El Gobierno no dio señal alguna de que vaya a reducir el déficit fiscal. Al contrario. El gasto público está descontrolado: en junio subió 56% respecto del mismo mes del año pasado. Y el método para solventarlo sigue siendo el mismo: más emisión. La escalada inflacionaria está, entonces, garantizada. Y, con ella, un mayor retraso cambiario. De modo que el mercado prevé una nueva devaluación. Por lo tanto, apuesta a ella. La percepción generalizada es la de un caprichoso volver a vivir.

Sin embargo, es una falsa percepción. La escena actual se está cubriendo con dos sombras que no estaban a comienzos de año. Son dos problemas internacionales que reducen el margen de maniobra de la administración para manejarse en la tormenta.

El primer límite es la caída en el nivel de actividad de Brasil. El viernes, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) informó que la economía del país había ingresado en recesión técnica, ya que por segundo trimestre consecutivo se había verificado una contracción. A la caída de 0,2% de los primeros tres meses hay que agregarle otra de 0,6%.

Para la Argentina, la novedad cobija dos mensajes. Uno es institucional. Falta poco más de un mes para las elecciones presidenciales y la continuidad de Dilma Rousseff está amenazada por el ascenso de la ambientalista Marina Silva. Sin embargo, el IBGE, un organismo público equivalente al Indec, no ocultó la mala noticia.

El otro dato es ostensible. Las ventas a Brasil van a disminuir. Por lo tanto, el ingreso de dólares será menor.

Según Dante Sica, un especialista en esa relación bilateral, cada vez que el PBI brasileño cae un punto, las exportaciones argentinas a ese mercado se reducen entre 2,3 y 3,1%.

El jueves pasado Kicillof viajó a San Pablo para entrevistarse con su colega Guido Mantega. Antes de hacerlo habló ante el capítulo local del Council of the Americas. Sostuvo que las dificultades de la economía argentina se explican, en buena medida, por el enfriamiento de la economía de Brasil. El viernes, cuando se conocieron los datos del IBGE, Mantega atribuyó el enfriamiento de la economía de Brasil, en buena medida, a las dificultades de la economía argentina. Kicillof y Mantega tienen, por lo tanto, una coincidencia: el culpable es el otro.

La segunda contrariedad externa es la caída en el precio de la soja. Los productores de los Estados Unidos están por obtener la cosecha más grande de su historia, lo que determinó que la tonelada de ese "yuyo" se derrumbara en julio un 11%. Los expertos prevén que este año podría llegar a costar US$ 360 en el mercado de Chicago. Quiere decir que, descontadas las retenciones, los agricultores argentinos recibirían unos US$ 234 por tonelada. Con el maíz sucede algo parecido. El año pasado la tonelada cotizaba en el mercado local a US$ 155 y hoy lo hace a US$ 119. La perspectiva del quebranto es muy visible, porque a este deterioro en los ingresos hay que agregar el aumento de los costos y el retraso en el tipo de cambio. Las consecuencias ya pueden advertirse: la liquidación semanal de divisas del sector sojero, que era de más de US$ 600 millones hasta julio, en agosto no llegó a US$ 400 millones.

A pesar de poseer una fe en su propia voluntad cercana al fundamentalismo, el kirchnerismo atribuye los sinsabores de la economía a conspiraciones internas o a la meteorología internacional. Por ejemplo, en la reunión del Council, Kicillof dijo que una suba en la tasa de interés de los Estados Unidos podría afectar el tipo de cambio. Cuando él hacía esa broma el dólar blue ya superaba los $ 14 y la brecha con el oficial llegaba a 70%.

En rigor, la recesión brasileña o la caída en el precio de las commodities agrícolas serían manejables si no fuera porque las patologías de la política económica están fuera de control. Las exportaciones argentinas ya se habían derrumbado cuando se presentaron esas dos adversidades. Durante el primer semestre cayeron 10% respecto del mismo período del año anterior. Ese deterioro se debe a la baja competitividad, pero también a las restricciones a la importación. El 80% de lo que la Argentina compra en el exterior corresponde a insumos o maquinarias para la industria exportadora.

La retracción en las exportaciones es más dramática a la luz de la crisis cambiaria y monetaria que el kirchnerismo ha provocado. La escasez de dólares se agravó. Y los remedios para resolverla resultan más costosos. Como el Gobierno se niega a endeudarse en el mercado y tampoco acepta depreciar más la moneda, queda sólo una salida: reducir más las importaciones. Es decir, profundizar la recesión. Dado que el límite político de esta estrategia es evidente, el mercado especula que aquellas resistencias comenzarán a reblandecerse. Por eso aumenta la expectativa de una devaluación y vuelve a especularse con algún acuerdo con los holdouts.

Como sucede siempre que el blue se acelera, la Presidenta confronta los extravagantes consejos de Kicillof con las convencionales prevenciones de Juan Carlos Fábrega, el presidente del Banco Central. El lunes volvió a reunirlos en Olivos.

El vínculo de Fábrega con Kicillof había empeorado por la ruptura con los holdouts. Fábrega cuenta a sus íntimos que él, Kicillof y Miguel Galuccio, el presidente de YPF, recomendaban un acuerdo. En las oficinas de Galuccio se realizaron varias conversaciones con banqueros, de las que participó Kicillof. Pero el 29 de julio la Presidenta viajó con el ministro a Caracas y, desde allí, envuelto en la bandera bolivariana, lo envió a Nueva York para dinamitar cualquier conciliación. Fábrega reprocha a Kicillof una deslealtad. Como si él fuera más rebelde frente a las instrucciones de su jefa.

El presidente del Central está angustiado por el deterioro de las reservas. Hace una semana, en Olivos, se lo notó exaltado frente a la señora de Kirchner y a Kicillof. Uno de sus íntimos informa que se desahogó de esta manera: "Axel, ¿vos le explicás a la Presidenta lo que está pasando con el sector automotor, que ya no tiene dólares para importar insumos? ¿Le explicás las consecuencias de la pelea con los buitres? ¿Le explicás lo que vamos a tener que emitir para cubrir el gasto?". Frente al acoso, al gurú Kicillof sólo le quedaba el recurso de volver a Marx y, dirigiéndose a la Presidenta, repetir el chiste de Chico, el mayor de los célebres hermanos: "¿A quién le vas a creer? ¿A mí o a tus propios ojos?".

Fábrega expuso una de sus principales pesadillas. Este año deberá girar adelantos transitorios al Tesoro por alrededor de $ 120.000 millones. Esa suma ignora el límite que establece la Carta Orgánica del Banco. ¿Cristina Kirchner pedirá una reforma en plena crisis o buscará una alternativa? El viernes pasado circuló el rumor de que el Gobierno analizaría financiarse con un bono que adquirirían los bancos. Las habladurías se desataron, al parecer, por una consulta informal de un funcionario del Central a otro del Banco de la Provincia de Buenos Aires. La versión es brumosa. Pero entraña una paradoja. La Presidenta estaría aceptando que el Estado se apropie de fondos de los ahorristas, algo que rechazó cuando el prócer Jorge Brito, subido a su caballo, estuvo por alcanzar un acuerdo con los holdouts.

Tal vez sea tarde para esperar, además de soluciones, coherencia. Fábrega está alarmado porque la emisión descontrolada financiará la compra de dólares en el mercado paralelo. Además, la caída de las exportaciones producirá una mayor baja en las reservas. El auxilio que tiene a mano es inasible: que un ignoto burócrata de Pekín active el swap de monedas con China. Es la razón por la que Kicillof viajó ayer a esa capital.

La amenaza sobre las reservas alimentó otra versión: que Kicillof pediría ayuda al gobierno de Dilma Rousseff para resolver el conflicto con los holdouts. El sábado, Mantega desmintió que fuera a hacerlo. Pero no que se lo hubieran pedido. ¿La disparada del dólar conseguirá que la Presidenta revise su consigna "patria o buitres"? ¿Justo ahora, cuando se pide al Congreso que se sume a la cruzada? El temor a la corrida ya logró que devaluara y elevara la tasa de interés a 28%.

Esas soluciones son ahora más mortificantes. Los dólares por exportaciones serán mucho más escasos. La caída en el nivel de actividad haría más traumática otra suba en el costo del dinero. Y la inflación impide seguir aumentando el gasto público. Imaginar que se va a reproducir una crisis como la de enero es, frente a esta agenda de problemas, un pronóstico optimista.