Como individuos y como integrantes de la comunidad tenemos diferentes opciones para atravesar estas circunstancias de incertidumbre: podemos resignarnos y abandonar cualquier acción pensando que no tendremos impacto alguno sobre los resultados o podemos enfrentarlas con optimismo convencidos de que, efectivamente, será posible alcanzar objetivos superadores para nosotros, nuestras organizaciones y la sociedad toda, conciliando intereses grupales e individuales.
Existe evidencia empírica que demuestra que individuos, equipos, organizaciones y sociedades imbuidos con espíritu optimista logran resultados notables: están dispuestos a trabajar intensamente, demuestran satisfacción y moral más altas, tienen aspiraciones ambiciosas, se imponen objetivos exigentes, perseveran frente a obstáculos y dificultades y se sienten mejor física y psicológicamente.
¿Qué es el optimismo? Desde el punto de vista de la antropología, se lo define como el ánimo asociado con una expectativa futura, en términos materiales o sociales, en el que el evaluador la considera positiva. Así descripto, el optimismo no resulta universal sino que depende de la preferencia del individuo (o grupo). Ahora bien, desde el punto de vista de la psicología, el optimismo es una característica cognitiva asociada a objetivos, expectativas o relaciones causales relacionadas con el futuro, sobre los que los individuos tienen sentimientos fuertes.
Por supuesto, el optimismo no puede estar desvinculado de la realidad, si no, sería ingenuidad. Si no está fundado en elementos concretos, el riesgo que corremos es plantearnos objetivos inalcanzables y encontrarnos en situaciones de agotamiento y frustración. Aunque resulte paradojal, es recomendable mantener el pragmatismo y el realismo, incluyendo una dosis de hipotéticas visiones pesimistas.
El renombrado psicólogo Christopher Peterson distingue dos niveles de abstracción asociados al optimismo. Por un lado, el optimismo pequeño, vinculado a expectativas positivas relacionadas con eventos específicos. Por otro lado, el gran optimismo, que se refiere a expectativas más amplias y de menor especificidad.
¿Cómo se concilian estos niveles de abstracción del optimismo con las características personales y grupales que mostramos?
Existen diferentes formas de abordar el tema. En primer lugar, como un rasgo de la personalidad de los individuos -disposición hacia el optimismo- a partir de la cual entienden que el futuro será abundante en cosas buenas, circunstancia que lleva a superarse y exceder las expectativas. En segundo lugar, debemos considerar el estilo que tienen las personas para explicar por qué suceden los eventos positivos o los negativos. En este diálogo interno pueden identificarse tres elementos primarios: la permanencia del evento, su naturaleza general o aislada y si obedece a razones internas o externas. Las personas optimistas, frente a un hecho desfavorable, lo explican como transitorio, aislado y fuera de su control, mientras que los individuos pesimistas hacen lo contrario. Esta perspectiva no debe caracterizarse como una estrategia para encontrar excusas. Su mérito principal reside en la generación de un marco para aprender a ser optimista. Por último, la síntesis de ambos enfoques es la esperanza que reúne las expectativas de la disposición al optimismo con la acción y reflexión de la persona. Esta síntesis puede expresarse como la existencia de una convicción individual sobre la posibilidad de alcanzar los objetivos y también los caminos apropiados para hacerlo. El optimismo pequeño está más relacionado con los estilos explicativos, mientras que el gran optimismo se vincula con la disposición natural y la esperanza.
¿Es posible cultivar el optimismo en nuestra sociedad?
Existen abundantes razones para creer que el optimismo, pequeño o grande, es útil para las personas porque las expectativas positivas tienden a transformarse en profecías autocumplidas. Según lo muestran estudios recientes, existe en nuestro país un importante grado de consenso respecto de las características de razonabilidad, convivencia democrática, diálogo y administración eficiente y transparente, que debería reunir la próxima administración nacional. En ese contexto, el primer paso es proponernos como personas y como sociedad objetivos cumplibles, pequeños logros, que pongan en marcha círculos virtuosos de realización colectiva. Luego, debemos emprender un proceso de aprendizaje social a través de modelos y buenos ejemplos donde muchos podamos vernos reflejados. Estos ejemplos deberían poner de relieve logros colectivos en lugar de individuales.
La acción sostenida e intensa fundada en creencias fuertes puede generar hechos importantes. Según sostiene el investigador Karl E. Weick, el optimismo no es necesariamente la negación de la realidad. Más bien, puede ser la convicción que hace esa realidad posible. Por eso, el optimismo constituye un componente indispensable para alimentar la esperanza de construir una Argentina próspera, justa, equitativa y solidaria.
El autor es magister en Estudios Organizacionales de la Universidad de San Andrés