La exquisita pluma de Albert Camus pone en boca del extraviado emperador romano que nombró senador a su caballo la mejor definición de la ambición desmedida de poder. Superar los límites que impone la realidad al poder es el sueño de todos los aprendices de brujos de la política, como sabiamente describe García Márquez a Melquíades: "Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus y que asombraba a los niños con sus relatos fantásticos".
Contagiado del irrealismo que esteriliza a todos los fanatismos, el kirchnerismo posnestoriano es una carta abierta insustancial y retórica a los desvaríos del poder sin fronteras, que desea lo imposible, ajeno y sin conciencia de la sociedad en que vive.
Enfrentados al nudo gordiano de una realidad que no se rinde ante sus pretensiones absolutistas, quienes están poseídos por esta neurosis ensayan el gesto legendario de cortar de un tajo el mundo que los rodea y se refugian en el relato. El relato, la mistificación discursiva de una realidad que no existe, reemplaza a un serio y bien intencionado propósito de mejorar la vida de los argentinos.
El peronismo siempre ha abusado del relato para construir su poder político. El kirchnerismo no ha inventado nada nuevo, nada que el propio Perón no cultivara desde sus primeras acciones políticas en la Secretaría de Trabajo del gobierno de facto militar de 1943. El relato hegemónico del peronismo, que el kirchnerismo apenas renueva con resabios setentistas, ejerce una fascinación hipnótica sobre la sociedad argentina, aunque repetidas veces en la historia se ha comprobado que no son más que cantos de sirena que nos han desviado de una navegación segura hacia un futuro de progreso y democracia. Este hechizo perverso se romperá cuando los argentinos sepamos diferenciar los problemas de la vida diaria de la propaganda, nuestras preocupaciones de los discursos, la realidad del relato.
Una verdad elemental está cada día más a la vista. Si nos guiamos por el relato, van por todo; si nos atenemos a la realidad, van por nada. Son los señores de la nada que inmortalizó Ezequiel Martínez Estrada, que deambulan por la infinitud de la Pampa y están solos como seres abstractos que hubieran de recomenzar la historia, o de concluirla. Son un clan falsamente iconoclasta que "vive un sueño sin sentido; las cosas que hace tienen la inconsistencia de los fantasmas". Inconformista de palabra, heterodoxo en los gestos, el kirchnerismo construye una realidad que sólo existe en su conciencia de haber querido ser mucho y apenas haber creado un mundo insustancial de falsedad, un relato mitológico en estado puro. El relato del todo, la política de la nada.
Por eso, para que no se repita nunca más el espejismo como política y la adulación como doctrina, repetimos que si ir por todo es ir por el relato, en realidad van por nada. Los argentinos tenemos la oportunidad, en las próximas elecciones, de ir por todo, por la Constitución, por la equidad social, por la seguridad, por la justicia para castigar la corrupción, por la prosperidad y, sobre todo, por la concordia entre hermanos.
¿Qué diríamos de la lucha por el poder por el poder mismo? Parafraseando un bello verso del poeta español José Hierro sobre la fugacidad de la vida, tendríamos que decir: "Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo".
A los argentinos nos embarga la esperanza. Al relato le esperan cien años de soledad.
El autor, miembro del Club Político, es historiador