A la inflación, la huida del peso, el olor a devaluación, las suspensiones, los despidos y el fantasma de la caída del precio de la soja, que amenaza con comprometer aún más el nivel de las reservas del Banco Central en los próximos meses y en todo 2015, se suma ahora un nuevo problema: el recalentamiento de una puja distributiva en la cual cada vez hay menos que distribuir.
El equipo económico, si es que puede hablarse de equipo, se mueve como bola sin manija. Las diferencias entre el ministro de Economía, Axel Kicillof, y el titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, parecen condenadas a no tener fin. Las dudas acerca del nivel que deben tener las tasas de interés parecen una cuestión terminada. No porque se hayan puesto de acuerdo sobre los pasos por seguir, sino porque hagan lo que hagan, el resultado distará de ser el esperado.
Ni la baja de las tasas permitió en su momento reactivar el crédito ni su más reciente suba logró disminuir la presión compradora sobre el dólar. El Banco Central siguió perdiendo reservas en los últimos días, y el dólar marginal o "blue" quedó lejos de encontrar un techo: ayer cerró en torno de 14,38 pesos.
El problema va mucho más allá de las tasas. Es un problema de falta de confianza, que lentamente se traslada al interior de sectores del peronismo que hasta ahora acompañaron al grupo gobernante.
La huelga general de ayer no tuvo igual contundencia que la del 10 de abril, cuando los choferes de ómnibus se plegaron al paro. No obstante, en la víspera se pudo apreciar cómo la mayoría de los colectivos circulaban semivacíos en el área metropolitana. El significado es que hay fastidio en mucha gente, asociado también con su permanente inquietud por la inseguridad. Y se halla fundamentalmente en sectores de condición humilde, que paradójicamente en 2011 contribuyeron en las urnas con la reelección de la actual presidenta.
La imagen de la gestión gubernamental hoy estaría cayendo en forma más acelerada en esos sectores sociales bajos que en las clases más acomodadas. Es donde más impactan las suspensiones y los despidos, junto a la incertidumbre que generan el trabajo en negro y la delincuencia y la droga.
El sindicalismo tradicional también sufre amenazas. El protagonismo de los metrodelegados del subte, como de las comisiones internas de ciertas fábricas, que se mueven con autonomía de las conducciones de los gremios, exhibe a una izquierda trotskista con cada vez mayor gravitación.
El avance de la conflictividad social puede ser un punto de inflexión para que, como tantas otras veces en la historia del peronismo, muchos comiencen a replantear su identidad y evaluar hasta dónde y cuándo están dispuestos a acompañar al kirchnerismo.