El incidente producido en el reciente acto de la coalición FA-UNEN entre Elisa Carrió y Pino Solanas no sólo explicita las disidencias internas en ese conjunto de partidos, sino que alude dolorosamente a la dificultad por construir una nueva mayoría política en la Argentina, capaz de gobernar, a partir de diciembre de 2015, con un proyecto hacia el futuro y la autoridad suficiente para concretarlo.

Sería preferible omitir la discusión acerca de quién tenía razón, porque ambos incurrieron, aunque en diversa medida, en actitudes intolerantes y poco constructivas. Solanas, que fue el último en hablar, cometió el error de "bajar línea" mencionando situaciones y nombres que estaban en discordia o no habían sido suficientemente discutidos con sus compañeros. Y Carrió, a su vez, optó por levantarse e irse destempladamente ante esos planteos que no compartía, desechando un debate interno posterior, menos áspero y estentóreo. En resumen: Solanas sostenía la clausura y la compactación ideológica de la coalición, mientras Carrió sugería una voluntad frentista más amplia y abierta.

Este escándalo en miniatura ocurre en un escenario electoral (a un año de las primarias abiertas, y a poco más de un año y dos meses de las presidenciales) de marcada estabilidad y mediocridad propositiva, en que tres precandidatos y la coalición mencionada se disputan el 80 o el 85% de la intención de voto, sin que ninguno sobresalga respecto a los demás y con pequeñas caídas o momentáneas alzas en las cifras, según lo consigne una u otra empresa de sondeos. Nuestra clase política, lejos de despertar entusiasmo, suscita indiferencia y resignación, exceptuando los casos en que el fervor es activado por un jugoso contrato o por el ingreso en la planta permanente. Dentro de este panorama, no diré desolador pero sí rutinario y poco creativo, los reunidos en FA-UNEN parecían generar, por lo menos, cierta expectativa, en el sentido de enfilar por el buen camino. Ahora ese difuso sentimiento parecería que empieza a diluirse, golpeado por mezquindades e internismos.

¿Es así, de verdad? La disputa entre Carrió y Solanas, ¿es apenas una pelea de dos personalidades fuertes e impacientes o quizá encubre estrategias que, una vez descontada la teatralidad o la iracundia de sus planteos, pueden aportarnos algo de claridad en esta brumosa marcha hacia las elecciones del año próximo?

Intentemos un breve análisis de ese período y supongamos que nada cambia. Supongamos que siguen en pie los tres candidatos definidos -Massa, Scioli y Macri- y que la coalición FA-UNEN continúa entretenida en averiguar cuál de sus miembros está más cercano ideológicamente al Che Guevara, o es o no socialdemócrata, o deba ser crucificado por desviacionismo de derecha. Tendremos un voto fragmentado y una segura segunda vuelta en la elección presidencial. Es muy probable que los dos candidatos más votados -pensemos en un 30 y un 25%- sean los que hoy practican una especie de neoperonismo tranquilizador. Es decir, Scioli y Massa. A Macri, por más ilusiones que se haga, le falta estructura nacional; a los de FA-UNEN, en cambio, hasta ahora les falta el candidato.

En la primera vuelta se elige la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, además de unos cuantos gobernadores. Todo augura una inexorable fragmentación del voto y las bancadas, con el consiguiente debilitamiento del nuevo gobierno, que estará expuesto a presiones y chantajes en el nuevo Congreso. Tal vez, la mejor -o peor- solución sea la que nos ofrezcan las diferentes alas del peronismo, uniéndose como acostumbran hacerlo, al margen de las listas por las que fueron elegidas, ya sea bajo el mandato de Massa o el de Scioli. Por último, cualquiera de estos últimos que gane la elección se verá sometido a dura prueba por el kirchnerismo remanente, que conservará un buen número de legisladores.

La oposición que procura cambiar la gestión y la cultura populistas, reemplazándolas por un compromiso constitucional, aparte de proclamar la vigencia simultánea de los valores republicanos y la justicia social, sólo podría lograr ese objetivo si es capaz de construir una nueva mayoría con aptitud para imponerse en la primera vuelta, y para ampliar ese triunfo en la segunda, si ésta resulta necesaria.

Desde estas mismas páginas hemos sugerido que sólo la unión de FA-UNEN y Pro, con un mismo programa básico de gobierno, podría aspirar a esa construcción. Conspiran contra ella, en cambio, el "ventajismo" que consiste en robarse mutuamente intendentes o líderes locales bien conceptuados, o el exceso de optimismo ante ligeros incrementos de apoyo en las encuestas. A la aceptación del predominio de Mauricio Macri en la Capital podría sumarse una preferencia por FA-UNEN en Santa Fe, Córdoba y Mendoza, y una elección de los mejores y más valorados candidatos en el resto del país. En realidad, ya hay aproximaciones entre ambas fuerzas en una decena de provincias, al margen de un posible acuerdo nacional.

Si existe la voluntad de iniciar un nuevo ciclo o por lo menos de arriesgarse en un cambio de rumbo, y no el oculto deseo de incorporarse, una vez más, a una oposición confortable y charlatana, habría que empezar fijando las reglas de juego para que haya un programa de gobierno y un candidato presidencial único. Lo segundo es más sencillo que lo primero: ese candidato debería surgir, como se ha dicho, de las PASO, entre el designado por Pro -obviamente, Mauricio Macri- y el que elija previamente, por un mecanismo a convenir, FA-UNEN, de entre sus varios precandidatos. El perdedor de esta interna de dos bien podría ser postulado como un eventual jefe de gabinete o en el lugar que reclame la armonía del nuevo espacio.

Probablemente sea, en lo que queda de 2014, el tiempo de evitar los encontronazos y fortalecer la unidad, la cohesión y la calidad del discurso de cada uno de los actores de esta construcción que no asegura nada, que no se considera protagonista de la salvación nacional, pero que podría ser una novedad productiva para la vida argentina. Desde este punto de vista, tal vez podamos ser más comprensivos con el portazo de Elisa Carrió, aunque no nos gusten los portazos.