El campo argentino tiene un valor diferencial por su competitividad con el resto del mundo. Sin embargo, esto no se ha podido expresar en los últimos años por políticas públicas erróneas, como mayores impuestos a la exportación, controles de los mercados cambiario y de capitales, trabas en la comercialización, demoras para el recupero del IVA, etcétera.
Esto ha provocado una gran caída en la actividad del mercado inmobiliario, con muy pocas operaciones y una baja en los precios de la tierra que oscila entre el 15 y 20% en las principales zonas productoras y mayor en zonas marginales respecto del pico de precios de 2012.
Esta baja no ocurrió en países productores como Brasil, Uruguay y Estados Unidos. Si se comparan las curvas de precios de los últimos años, se ve claramente este proceso de diferenciación.
Nuestra dirigencia política tiene conciencia de estos temas y hay altas probabilidades de que haya un cambio en las políticas del próximo gobierno respecto del sector agropecuario, que permita liberarlo de las ataduras que le impiden mostrar la real capacidad que tiene para generar valor para la sociedad, los propietarios, los productores, toda la agroindustria asociada y los pueblos del interior.
Está demostrado que no es viable mantener en el mediano plazo una matriz de producción basada en tan alto porcentaje de soja, que año a año pierde rentabilidad por mayores costos, caída de precios y menores rindes por problemas tecnológicos derivados de su excesiva participación en la rotación agrícola y con problemas en nuestros suelos derivados de la falta de rotación con gramíneas.
También se confirma la extraordinaria capacidad argentina para convertir grano en proteína animal, ya sea vacuna, aviar o porcina, lo que representa valor agregado, integración vertical y distribución de riesgo altamente beneficiosos para la explotación agropecuaria.
A nivel global, las inversiones en agricultura son un fenómeno creciente en el mundo, ya que tienen un marco macroeconómico muy favorable en el mediano y largo plazo, basado en:
Crecimiento de la demanda de granos en las próximas décadas debido a mayores necesidades de alimentación, proteínas animales y el incremento del uso de productos agrícolas para la producción de biocombustibles.
Competencia sobre los campos y el agua para usos no agrícolas (crecimiento de las ciudades sobre el campo).
Desarrollo tecnológico creciente, con fuertes inversiones que incrementan la productividad (genética, biotecnología, fertilización, riego y sistemas de labranza, entre otros) y expanden las fronteras productivas.
Hay inversores internacionales y disponibilidad de capitales, para invertir en tierras y producción agropecuaria, regulado en la Argentina por la ley de tierras.
Por todo esto, consideramos especialmente en nuestro país que es altamente probable que en un plazo de tres a cinco años haya una buena recuperación de la rentabilidad y, consecuentemente, también de los precios de la tierra y crecimiento de nuestra superficie productiva, siendo este sector una muy recomendable alternativa de inversión.