Esta exaltación heroica estuvo acompañada, como otras veces, por los símbolos de la tradición populista y nacionalista, reditando un recurso todavía eficaz para conformar a una cantidad importante de argentinos. A propósito del nacionalismo, señalaba Carlos Floria que su vigencia se refuerza, en lugar de diluirse, en el contexto de la globalización. Recordaba la frase de Isaiah Berlin: "No es que el nacionalismo retorne; es que nunca se fue". Quizá deba repetirse esto para entender la actual circunstancia: regresó con fuerza, porque en rigor nunca había salido de escena, la simbología del peronismo, el movimiento político que contiene, con gran capacidad de perduración, los temas clásicos del nacionalismo y el populismo argentinos.

Un análisis somero del discurso presidencial de estos días permite diferenciar tres momentos característicos de ese retorno a las fuentes. El primero es la identificación con los héroes muertos; el segundo, la atribución de responsabilidad a un enemigo externo, y el tercero, el llamado a la unidad nacional. El hilo conductor de estas tres fases es una aspiración, a la vez épica e imaginaria, a la equidad. Ése es el cometido del héroe popular: dar la vida para restablecer la justicia, escamoteada por un enemigo de afuera, a través de la unificación de la comunidad, víctima del despojo. "El pueblo unido, jamás será vencido" es la consigna que corona el esfuerzo del conductor; esa condición facilita el triunfo, que restablece la justicia.

Atravesada por las emociones de la pelea con los fondos buitre, Cristina escribió una serie de tuits que expresan su identificación con Eva Perón. Son glosas a una serie de fotografías de Evita, con motivo del aniversario de su muerte: "Siempre que veo imágenes de Evita miro su expresión -escribe Cristina-. Tal vez con intención de ver en una foto su pensamiento y sus emociones en ese momento". En otros tuits comenta: "Acá en todo su esplendor, segura, bellísima?"; "Evita mujer total". Remata con una frase que da plena razón a Berlin: "26 de julio de 2014. 62 años con Evita, porque en el fondo nunca se fue".

La identificación con los héroes muertos se extendió a amplias citas de Perón, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Ante los militantes reunidos en el Patio de las Palmeras, la Presidenta recordó un eslogan de los jóvenes chavistas: "Chávez no se murió, Chávez son millones, Chávez soy yo". Néstor fue rememorado como el constructor de un futuro venturoso y, a la vez, como el profeta que guió al pueblo en el cruce del mar Rojo, huyendo del infierno: "Y decía en 2004 -evocó Cristina- cuando nadie creía posible que podíamos hacer tanto: "Y muchísima fuerza, que un futuro distinto es posible". Lo decía en medio de la devastación, de la nada, de la desesperanza y de todo lo que nos había pasado. Porque, por sobre todas las cosas, era un hombre que creía en la fuerza de los argentinos, en la voluntad de los argentinos y también creía que si esos argentinos tenían una dirección que los orientara hacia dónde ir, no podíamos equivocarnos".

La atribución del mal a un enemigo externo-siguiente momento de la dialéctica presidencial- es un recurso típico del populismo. En la compilación ya clásica de Ionescu y Gellner, es descrito como un rasgo que atraviesa distintas manifestaciones del fenómeno. Según los autores, la manía persecutoria del populismo se expresa bajo la forma de conspiraciones atribuidas a fuerzas externas. En el peronismo originario y en el kirchnerismo hay abundantes pruebas de esta tendencia, desde el embajador Braden hasta los fondos buitre.

El llamado a la unidad nacional completa la vigencia del discurso populista. No es ninguna novedad, está en su cifra genética. Como han demostrado Silvia Sigal y Eliseo Verón, los "momentos fuertes" de la historia del peronismo están signados por la apelación a la armonía, por encima de las banderas partidarias, lo que, paradójicamente, implica una cancelación de la política. Como Perón en el 45 y el 73; como Néstor en 2003, nos lo pidió Cristina anteayer: "Argentinos, juntos, estemos muy juntos, después discutamos todo, desde el color, lo que quieran, pero sobre esto, que haya unidad monolítica con todos los argentinos porque es, repito, la salida para el futuro".

Acaso la "larga agonía de la Argentina peronista", de la que hablaba Halperin Donghi, va siendo más extensa de lo que él mismo imaginó. No se trata de sacar las conclusiones típicas del antiperonismo, que tan mal le hicieron a la Argentina. Tampoco, por cierto, de afirmar con entusiasmo que éste es el camino. Más allá de las acreencias e injusticias del capitalismo internacional, debería atenderse antes a la deuda interna, expresada en la falta de rigor profesional y responsabilidad con que se encaran problemas cruciales para la nación. No podemos cambiar el mundo, pero sí mejorar el país. Ése, y no otro, es el desafío pendiente para la política argentina, a poco más de un año de la renovación presidencial.