Daniel Scioli fue sigilosamente aceptado como el candidato posible a suceder a Cristina Kirchner . El gobernador recibió algunos mensajes en ese sentido en los últimos días. Le llegó también una aclaración: ningún cristinista saldrá nunca a dar la vida por él y nunca será el candidato público del oficialismo antes de las primarias obligatorias del año próximo . En el camino tropezará, además, con el sector más dogmático y fanatizado del cristinismo. A pesar de todo, Cristina prefiere a un político que conoce y que le asegura que no serán su prioridad las investigaciones judiciales sobre el actual gobierno.
¿Y Mauricio Macri? ¿No existía, acaso, un proyecto de Cristina Kirchner para apoyar a Macri como su sucesor, para hacerle luego la vida imposible y para reconquistar el poder cuatro años más tarde? Esa idea fue y vino durante mucho tiempo en el Gobierno. Pero el pragmatismo aconsejó otra cosa. Esos planes de largo plazo eran posibles cuando las investigaciones sobre Lázaro Báez no rozaban a la familia Kirchner, antes también de que un escándalo de corrupción estallara en las oficinas vecinas a la Presidenta. La reciente imputación por enriquecimiento ilícito de Carlos Liuzzi, el segundo del asesor presidencial más influyente, Carlos Zannini, provocó que las sospechas de corrupción dejaran la era Kirchner y se instalaran en la era Cristina. La política por la sobrevivencia política a largo plazo se encogió a una simple estrategia para esquivar los juzgados federales de Comodoro Py en los años que vienen.
No es mucho, pero no es poco. Los gestos son a veces desesperados. El hijo de un alto directivo de la DGI (que responde políticamente a la Casa de Gobierno y no a la estructura de la AFIP) es el contador de Lázaro Báez. Ya ni siquiera se guardan las formas. Báez es una amenaza incrustada en el futuro de los Kirchner. Ningún otro empresario, como él, estuvo tan vinculado a la familia presidencial. Ninguno acumuló de la nada tanto dinero y ninguno fue tan amigo del matrimonio que gobernó los últimos diez años.
Scioli no necesita prometer que no investigará el pasado. No lo hizo nunca. Ni siquiera como gobernador de una provincia tan enmarañada como Buenos Aires. Al más rancio cristinismo le molestan las ideas y hasta los gustos del gobernador, pero ese sector no tiene remedio en su terquedad. Es el mismo que siempre se opuso a la idea de un paréntesis macrista para un retorno cristinista. Un triunfo de Macri en 2015, dicen sus dirigentes, sería el fracaso de un proyecto, de una épica y de un relato. Scioli guardaría, por lo menos, las apariencias de que no todo fue tan malo. Esta es ya la austera ambición actual de la Presidenta, que la describe en esos términos, claros y sinceros.
Hay un acuerdo (¿explícito? ¿implícito?) entre Cristina, Scioli y Florencio Randazzo. El ministro del Interior será el precandidato presidencial que Scioli necesita para competir en las primarias obligatorias del próximo año. Randazzo es ya más candidato que ministro. Dice sus cosas y, a veces, contradice a todo el Gobierno. Se congratuló del nacimiento del Frente Amplio el mismo día en que Jorge Capitanich los arrastró a los frenteamplistas por la peor parte de su historia. La mayor herejía la cometió cuando aceptó que existen altos niveles de inseguridad. Cualquier otro funcionario hubiera sido arrojado por la ventana del despacho presidencial. Randazzo sigue ahí. Cristina ni siquiera canceló ninguna foto a su lado.
La mayoría de los encuestadores señala que Scioli es segundo en la intención de votos, después de Massa, pero que no pierde ni gana adhesiones. Él tiene lo que tiene, mientras los otros fluctúan, aunque nunca pudo empatar todavía con Massa. Y la unanimidad de las encuestas asegura que Scioli le ganaría la interna a Randazzo, hoy por hoy, por un margen amplio. El cristinismo lo sabe. El proyecto es ése, una interna divertida y convocante, aunque nunca lo dirá.
¿Qué le pedirá Cristina a Scioli a cambio de transferirle, en algún momento, los votos que tendrá? Nada, dicen a su lado. ¿Cómo nada? Nada, ni vicepresidente ni ministerios en un futuro gabinete, precisan. ¿Cristina se volvió generosa, acaso, en la hora de su ocaso? Tampoco. Simplemente quiere reservarse un espacio amplio para criticarlo después, si Scioli llegara al Gobierno. A lo único que Cristina no renunciará es a la confección de las listas de candidatos a diputados nacionales, vayan con Scioli o con Randazzo. Aquel "nada" es también relativo. Nada no significará nunca que Scioli podrá elegir libremente, por ejemplo, su candidato a vicepresidente. No deberá ser un hombre "agresivo" para el cristinismo, dice el cristinismo.
El derecho a veto, que el oficialismo se reserva, podría terminar eligiendo a un vicepresidente sin que el cristinismo lo elija abiertamente. El destino presidencial de Scioli está estrechamente atado al país que dejará Cristina y a qué pretenderá la sociedad que elegirá al próximo presidente. Los recientes y malos datos de la economía no fueron buenos augurios.
El Frente Amplio va camino a una interna entre cuatro (Binner, Cobos, Carrió y Sanz) y el oficialismo está preparando su propia competencia entre dos, por lo menos. Hay otros dos candidatos que marchan solitarios. Massa y Macri. ¿No podrían éstos hacer un mal papel en las primarias abiertas sólo por aburridos? Macri se remite a su experiencia en las primarias con UNEN en la Capital en las legislativas de 2013. La suma de votos de los candidatos a senadores de UNEN empató con Gabriela Michetti en las primarias. En las generales, la actual senadora de Pro arrasó a Pino Solanas por 40 puntos a 27.
Los resultados en las generales para diputados nacionales, con Carrió en el medio, fueron más parejas entre ésta y Pro. Carrió leyó en esos resultados que mucho votantes suyos como diputada, que superaron a los de Solanas como senador, terminaron votando por Michetti. Carrió se remite a su propia experiencia cuando propone una política aperturista hacia Pro.
Massa se aferra a una misma respuesta siempre: "Tengo el 30 por ciento de los votos. ¿Para qué quiero una interna con otro?" Algunos dirigentes le aconsejan, en cambio, una competencia con el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota. De la Sota no quiere ser candidato otra vez a gobernador. Se cansó de ser siempre lo mismo. Aspira a jugar un partido nacional, ya sea como precandidato a presidente o como articulador de un peronismo distinto del kirchnerismo. Es también amigo de Scioli, pero la cercanía de éste con el cristinismo lo aleja a él de Scioli. Massa coincide, sin quererlo, con Macri: la diversión de las primarias, concuerdan los dos, sólo sirve para entretener a la política por pocos días o semanas.
El Frente Amplio aspira a reconstruir el tercio de los votos nacionales que consiguió en 2009 y que luego dilapidó. Ha hecho por ahora una exitosa tarea de instalación en la opinión pública. Los peronistas aseguran haber visto encuestas que les dan, proyectados, más del 50 por ciento de los votos nacionales a Massa y a Scioli juntos. Macri cree que cosechará de los decepcionados frenteamplistas cuando hayan pasado las primarias abiertas. Scioli y el Frente Amplio confían en las estructuras partidarias que los respaldarán. Massa y Macri tienen otra certeza: los argentinos siempre terminan eligiendo un líder, no un partido. ¿Seguirá siendo así? Tal vez, si es que los Kirchner no han hartado a la sociedad con el largo apogeo de líderes desmesurados.