Si bien el relato oficial insiste en la década ganada, la realidad es que fue una década perdida porque en vez de haber estado sumergidos en una fiesta de consumo artificial, podríamos haber crecido sobre la base de inversiones, más puestos de trabajo, mejores salarios, más exportaciones y un consumo creciente en forma genuina.
En estos diez años, la Argentina se comportó como el sobrino tarambana que hereda a una tía rica y dilapida la fortuna en viajes, fiestas y otras excentricidades, en vez de invertir la herencia en alguna actividad que le genere ingresos futuros.
El problema para el sobrino tarambana se presenta cuando se le acaba la plata de la herencia. Entra en bancarrota y tiene que reducir el consumo. Se encuentra con la cruda realidad de que desaprovechó la herencia para disfrutar de la fiesta artificial presente sin pensar en su futuro. Ésta es la disyuntiva que actualmente tiene la economía argentina. Reconocer que se acabó la herencia de la tía rica y hay que ponerse a trabajar.
Insistiendo una vez más, para poder aumentar el consumo en forma artificial, se destruyó el sistema energético, el transporte público, las rutas, nuestros ahorros en las AFJP, etcétera. Ahora habrá que rehacer la infraestructura del país.
Distinta sería la situación actual si los buenos precios internacionales de los productos de exportación, las bajas tasas de interés en el mundo y el crecimiento mundial se hubiesen aprovechado para atraer inversiones competitivas. Hoy no estaríamos frente al dilema de ver quién asume el costo político de decirle a la gente la verdad: desperdiciamos la oportunidad y el consumo caerá porque no hay forma de financiar este consumo artificial.
Ahora bien, ¿tiene que sufrir la población para salir de esta borrachera de consumo que aportaba votos, pero hipotecaba el futuro?
¿Por qué voy a mentir? La población se encontrará con la realidad de que podrá consumir menos. Sin embargo, si se estableciera un plan económico consistente respaldado por un contexto institucional, el costo de la transición sería menor. Lo inevitable es corregir los precios relativos que tendrán un costo en términos de consumo. Ése es el problema social y político más complicado que tiene que afrontar este gobierno o el que le siga, con el agravante de que el "Rodrigazo" que tendremos se hará sobre un colchón social mucho más delgado que el que había en 1975. Me refiero a la pobreza, la indigencia y la tasa de desocupación.
¿Cómo generar un escenario de optimismo hacia el futuro? Cambiando la fórmula económica. Para consumir, primero hay que producir, y para producir, primero hay que invertir. La vieja ley de Say: la oferta crea su propia demanda. Para que alguien pueda consumir, primero tiene que producir. Si estoy solo en una isla, para consumir un coco, primero tengo que treparme al cocotero, bajarlo y luego consumirlo (producir). Claro que en las economías modernas la gente produce sus bienes que los intercambia por dinero y con ese dinero compra los bienes que desea. Lo que no puede eludirse en economía, por lo menos en el largo plazo, es la ley de Say. Para poder consumir, primero hay que producir.
Lo que hizo el Gobierno fue eludir la ley de Say al consumir stock de capital para financiar parcialmente la fiesta de consumo.
Volviendo al punto anterior, lo que necesita la economía argentina es un giro de 180 grados en su política económica. Aclaro que no digo que la economía no tiene que producir para consumir. En última instancia, el fin último de todo proceso económico es el consumo. Lo que ocurre es que, para poder acceder a niveles mayores de consumo, primero hay que aumentar la productividad, y eso se logra con inversiones, sean éstas para destinar a producir bienes de consumo interno o bien a la exportación. Lo que estoy diciendo es que hay que generar una gran reasignación de los recursos productivos (capital y trabajo). Primero hay que conseguir que los capitales estén dispuestos a volver a la Argentina a hundirse en inversiones competitivas. Se me ocurre que los primeros sectores que podrían captar esas inversiones pueden ser todos los que están ligados a la infraestructura destruida en todos estos años: energía, transporte, rutas, puertos y sectores ligados a las exportaciones. Además, con un tipo de cambio real más alto, el turismo receptivo volvería a demandar puestos de trabajo. Eliminando el cepo seguramente además se reactivaría el mercado inmobiliario buscando nuevos precios para el metro cuadrado construido.
Esos puestos de trabajo nuevos permitirían sostener el consumo hasta tanto la economía vaya adquiriendo más productividad. Crezcan los salarios y aumente el consumo. Claro que, para que las inversiones vengan y se logre ese cambio en la asignación de recursos, se requiere seguridad jurídica. Algo que sólo puede brindar la dirigencia política.
Nadie pide no consumir. Sólo se pide seguir el orden adecuado para que la gente no caiga, permanentemente, en estas crisis económicas en que se ilusiona con un nivel de vida que es ficticio para luego desilusionarse y descubrir de un día para otro que es más pobre.