"Miren al sindicalismo y sabrán hacia dónde va el peronismo." ¿Cómo ve él al sindicalismo? "Reagrupado de hecho y a mucha distancia del Gobierno." Ebullición y preocupación son las palabras que usa otro gobernador para calificar la situación interna del PJ .
El peronismo nada en aguas desconocidas. Hay un gobierno peronista que no lo representa. Hay una crisis que fastidia a la sociedad con el gobierno y con el partido. Hay una presidenta que desprecia la interlocución con gobernadores e intendentes justicialistas.
Gobernadores cristinistas, o que posan como tales, están siendo arrastrados por la impopularidad de ella. Los que no son tan cristinistas sospechan que la sociedad podría no distinguir entre peronistas, kirchneristas y cristinistas. Para el trazo grueso de la gente común, dicen, todos ellos son peronistas.
La preocupación por una eventualidad se está convirtiendo en riesgos palpables en varias provincias. El gobernador de Entre Ríos, el cristinista Sergio Urribarri, tropezó con la novedad de que dos importantes intendentes de su provincia (uno de ellos, el de Concordia, es precandidato a gobernador) podrían saltar pronto hacia el peronismo disidente.
Sin embargo, nada de todo esto está en condiciones de llegar, intacto y directo, al conocimiento de la Presidenta. La información de lo que sucede en el partido fluye rápida y vasta entre sus dirigentes, que no pueden decidir nada trascendente. Ninguno sabe cómo ni cuándo le llega la información a Cristina, si le llega. Todos creen, más bien, que el núcleo duro que la rodea sólo le da interpretaciones parciales de la realidad.
Tres gobernadores han avanzado en las últimas horas en definiciones públicas significativas. Uno fue el de Buenos Aires, Daniel Scioli: admitió que se viven "momentos sensibles", y recordó que él gobierna "un país dentro del país".
"Momentos sensibles" podría traducirse en la palabra crisis según el estilo siempre prudente del gobernador bonaerense. El recuerdo de su experiencia como funcionario es más llamativo, porque significa que no cesó, a pesar del cuestionamiento de sectores cristinistas, su insistente oferta como candidato a suceder a la Presidenta. Crisis y sucesión en boca de Scioli es el síntoma más cabal de que el gobernador le está hablando a un justicialismo desesperado por encontrar una puerta de salida.
Otro gobernador fue el cordobés José Manuel de la Sota, que pidió que el peronismo no termine hundiendo al peronismo (es decir, a Cristina), pero reclamó enérgicamente un cambio de las cosas actuales. De la Sota tiene fama de conocedor obsesivo de la estructura partidaria y es el que en estos días más habla con gobernadores e intendentes, incluidos Scioli y Sergio Massa. "Un presidente peronista no se puede ir en helicóptero, pero tampoco el peronismo debería pasar a la oposición sólo por el capricho de unos pocos", dicen cerca de él. De la Sota, que nunca militó en el kirchnerismo, aspira a participar de una solución electoral para el partido, pero sabe que las sociedades también se cansan de las marcas. La marca del PJ es la que está ahora en peligro.
El tercer gobernador fue el misionero Maurice Closs, también un peronista que era muy cercano a Cristina, que hizo un llamado a no repetir las experiencias de los finales de Raúl Alfonsín y de Fernando de la Rúa. Closs morigeró luego sus declaraciones, pero quienes lo escucharon en una entrevista en Radio Mitre saben que lo que se publicó tiene el sentido de lo que dijo. Lo que sucedió con Closs podría pasarles a muchos peronistas: se confunden de momento e interlocutor y terminan hablando ante los micrófonos como hablan en la intimidad. El cuadro que pintó Closs en público es el que describe todo el justicialismo en estricta reserva.
El conflicto irresuelto de todos ellos es encontrar una forma de llegar directamente a la Presidenta. Al principio confiaron en Jorge Capitanich, pero éste se pasó al fanatismo de los conversos. El político abierto y pragmático que fue se convirtió en un cruzado del cristinismo más paranoico. "Cristina, Máximo y Zannini han perdido muchas cosas, menos el arte de quemarle el cerebro al más pintado", dice un intendente bonaerense que visita asiduamente la Casa Rosada, en alusión a Capitanich. Dos gobernadores peronistas dicen que nunca confiaron en Capitanich como un representante del partido en la Casa de Gobierno. "Sólo sabe decir que sí. Lo hizo con Cavallo, con Duhalde, con Kirchner y con Cristina", resumen.
El interlocutor ideal para todos ellos sería Scioli, por su envergadura como gobernador de la provincia más importante del país y como uno de los pocos políticos peronistas que conservan respetables índices de popularidad. La idea es el regreso a un viejo problema: Scioli no ha nacido para llevarle un ultimátum a nadie. Y lo que los peronistas quieren es que alguien le diga a Cristina que el partido no se suicidará por los desbarajustes que arma Axel Kicillof. El ministro de Economía es casi una manía para ellos. "El peronismo no practicó nunca la prueba y el error con el poder", dice un gobernador con notable desprecio político por el ministro de Economía.
Sólo hay un intendente en Buenos Aires, el de La Matanza, Fernando Espinoza, con un trato amable y asiduo con la Presidenta. Espinoza, que es ahora también el presidente del PJ bonaerense, suele llevarle pedidos concretos a Cristina para la gestión de los intendentes. No obstante, nadie está seguro ahora de que podría convencerlo de ser el mensajero de un ultimátum.
Ultimátum es una palabra muy usada en estos días en el justicialismo. ¿Qué significa? "Que Cristina deje de jugar con La Cámpora y se apoye en el peronismo, o el peronismo no la apoyará a ella", responde un gobernador. Está saliendo a flote en el partido un viejo rencor escondido, que se disimulaba desde que comenzó el segundo mandato de la Presidenta. Lo provocó la opción de Cristina por los jóvenes camporistas.
"Ella nos dio la espalda", dice otro intendente bonaerense. Con todo, al partido le será difícil explicar que esta experiencia de poder no es suya. El PJ controla casi todas las provincias, casi todas las intendencias del país y las mayorías parlamentarias del Congreso nacional. Los diálogos reservados de estas horas no carecen de realismo: aquellas constataciones del poder peronista son el riesgo electoral del peronismo. "¿Cómo le explicamos a la sociedad que el kirchnerismo no es peronista?", se pregunta retóricamente uno de sus dirigentes más conocidos. El fantasma de una sociedad argentina cansada del PJ y optando por otras variantes electorales surge con insistencia en esas conversaciones entre justicialistas.
Los peronistas miran con cierta admiración la capacidad de decidir de los dirigentes gremiales, que siempre han sido la vanguardia del movimiento. Ya no hay diferencias sustanciales entre Hugo Moyano y Antonio Caló, el viejo opositor y el reciente oficialista. Los dos hablan mal de Kicillof, se quejan de la inflación y ponen duras condiciones públicas. "Al final, Moyano tenía razón: Cristina será una carga para el PJ", aceptó un dirigente de la CGT oficialista. Así está el sindicalismo y hacia ahí va el peronismo. No importa. La Presidenta decidió pertrecharse en su pequeño círculo de incondicionales y no oír los ruidos de las palabras ni los de la sublevación.