En un día que a priori transcurría de manera no tan distinta de los anteriores, el tipo de cambio mostró una variación de 3,5%, moviéndose la cotización del dólar desde $ 6,89 el martes hasta $ 7,14 en el cierre de ayer. Para que dicho movimiento ocurriese, sobre el cierre del día el Banco Central dejó de abastecer de dólares al mercado formal y los demandantes de divisas debieron hacerse de ellas de manos de otros privados que las vendiesen.
El Central desapareció de las pantallas y, por unos minutos, el tipo de cambio flotó libremente dentro del acotado mercado oficial. El Central sorprendió por la magnitud del movimiento: las minidevaluaciones que implementa Fábrega desde que asumió el 20 de noviembre nunca habían implicado un movimiento en el tipo de cambio superior a 0,7% en un día. Ayer, esa medida se quintuplicó.
¿Cuál fue el objetivo del Banco Central con el movimiento de ayer? Las hipótesis son dos. La primera es que finalmente las autoridades han tomado nota de que el sendero de minidevaluaciones, de tan anticipadas que eran, agravaron el ataque sobre las reservas. La segunda hipótesis, menos probable, es que el presidente del Central haya querido dar una muestra de autoridad. Y, por ejemplo, vender hoy dólares por debajo de $ 7 para castigar a los "especuladores"que compraron a 7,14 pesos. Ese gusto, efímero, no funcionará en una economía cuya inflación de 30% anual se acelera día tras día y cuyas tasas de interés apenas orillan el 20% anual.
Cuando ingresó en el Gobierno el tándem Fábrega-Kicillof quedó claro que la política a perseguir pasaría por achicar la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo. En la búsqueda de ese objetivo el Central aceleró la depreciación del tipo de cambio oficial e intentó contener el paralelo vendiendo bonos denominados en dólares contra pesos para contener la cotización del "contado con liquidación".
Por unos días, hasta comienzos de diciembre, el plan funcionó: la brecha que recibió Fábrega entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, de 64%, cayó hasta niveles de 50% durante comienzos de diciembre. Sin embargo, con los últimos movimientos en el mercado cambiario, las autoridades no sólo han perdido las mejoras iniciales, sino que han terminado con una brecha de 70%, más depreciación y más inflación. El plan inicial fracasó.
Utilizar la cotización del tipo de cambio de contado con liquidación como única herramienta de regulación del mercado cambiario envuelve dos dificultades. La primera es que cuando la Anses sale a vender bonos para abaratar el tipo de cambio, el sector privado percibe que hay alguien del otro lado que subsidia la dolarización de portafolios. No pasará entonces demasiado tiempo hasta que la demanda de divisas aumente lo suficiente para hacer inefectiva la intervención oficial. La otra dificultad de un plan de ese tipo es que para que la intervención oficial calme el blue deben aparecer arbitrajistas que conecten el mercado legal con el ilegal.
Kafka en la política cambiaria
De querer preservar las reservas y evitar estos saltos en el mercado cambiario, el Gobierno debería concentrarse en equilibrar la oferta y la demanda de pesos. Del lado de la oferta, ello implicaría expandir menos la cantidad de dinero. Con ese fin, o bien debería reducir el déficit fiscal y el financiamiento del Banco Central al Tesoro, o el Central debería retirar esos pesos del mercado mediante una fuerte suba en las tasas de interés: éstas deberían al menos superar la inflación y las expectativas de devaluación. Ello tranquilizaría entonces también a los demandantes de pesos.
En las últimas tres licitaciones de letras del Central, Fábrega retiro tímidamente pesos del mercado y elevó las tasas de interés de corto plazo desde 16% a 20 por ciento. Y ayer dejó moverse al tipo de cambio por encima de lo que se supone consistente con el discurso oficial que pregona que "los que quieren la devaluación que esperen otro gobierno". Con las reservas por debajo de US$ 30.000 millones, la tolerancia a la caída ha disminuido y el Central comienza a quemar los libros de lo que hasta ahora era políticamente aceptable para el Gobierno. Más tasa y más devaluación.
¿Hay alguien que se lo vaya a reprochar? Tal vez, Fábrega haya notado que ya no.
La imagen de Kicillof y su changuito y el infantil fracaso de las negociaciones mágicas que parecían concretarse con el Club de París le pueden estar indicando a Fábrega que está más solo de lo que pensaba. Que los dólares del Banco Mundial, las cerealeras, el Club de París y China están a algunos años de distancia. Y que, finalmente, el problema monetario y cambiario hay que arreglarlo con las amargas medicinas monetarias y cambiarias. Ayer, tuvimos una dosis.