El trigo en la Argentina tiene una larga historia que comienza a fines del siglo XIX, según las estadísticas de Orlando Ferreres y las descripciones económicas y sociales del norteamericano James Scobie, publicadas en Revolución en las pampas. Desde entonces hasta el arribo de la soja, el trigo mantuvo su liderazgo sobre las demás especies, medido por la superficie sembrada, que en 1929 alcanzó un pico de 9,2 millones de hectáreas. Cabe agregar la ocurrencia de dos grandes crisis, una a manos del peronismo, a principios de los años 50, que derivó en el consumo de pan negro, y otra a manos del kirchnerismo, más extensa, ocurrida entre 2008 y 2009, con graves pérdidas aún vigentes.

Esta crisis se desató como consecuencia de la decisión oficial de desacoplar el consumo interno por sobre la exportación, utilizando como herramientas principales las retenciones del 23 por ciento, a las que se suma la constante asignación de cupos de exportación. Así las cosas, las siembras de cada ciclo anual fueron disminuyendo desde los seis millones de hectáreas sembradas hasta llegar a sólo 3,5 millones que a duras penas proveyó una producción de 8,2 millones de toneladas.

En este contexto, lo que se necesita ahora es un firme crecimiento de la producción que restituya niveles similares a los del pasado reciente. Un hecho positivo ha sido la renuncia del secretario Guillermo Moreno, autor material del descalabro ocurrido. La decisión del ministro de Economía, Axel Kicillof, acompañado en ella por el ministro Carlos Casamiquela, no resulta suficiente, ya que sólo dio lugar al anuncio de un cupo de exportación de 500.000 toneladas, que sería ampliado, si la producción lo permite, hasta alcanzar 1,5 millones en decisiones escalonadas. Estas cifras surgen de una producción estimada en 9,1 millones y un consumo doméstico de 6,5 millones, lo que dejaría un remanente holgado para la exportación. Más aún si se toma la más reciente estimación de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires de 10,1 millones de hectáreas sembradas. Esto indica claramente que continúa la política de desacoplar el consumo de la exportación.

La decisión no ha sido bien recibida por la dirigencia de la producción porque estima que existe margen suficiente para asignar el cupo entero de una sola vez. Hay también desacuerdo por cuanto los productores abogan por un mercado libre, esta vez por boca del presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. Entre los cruces ocurridos en la reunión de partes, el ministro de Economía expresó que el sector privado había sido consultado, en tanto los productores no lo entendieron así. Al respecto, el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Rubén Ferrero, señaló su desacuerdo con la política de cupos y puso énfasis al declarar que el Gobierno sigue la misma lógica que lo llevó al fracaso. Al anuncio sobre la asignación escalonada del cupo, sujeto a la producción estimada, el ministro sumó un cupo de 50.000 toneladas de harina de trigo y el cumplimiento de la promesa presidencial de devolución de las retenciones a la exportación de trigo de la campaña agrícola pasada, bajo el sistema de fideicomiso oportunamente adoptado.

En suma, la decisión acerca de la siembra de trigo, que tendrá lugar entre mayo y agosto próximos, quedará en manos de los productores, quienes deben tributar retenciones del 23% del valor de la exportación, el impuesto a las ganancias, el de bienes personales, el impuesto al cheque y el IVA, entre otros impuestos de orden federal, a los que se suman el inmobiliario e ingresos brutos, ambos provinciales, y las tasas municipales de conservación de caminos y el abasto de productos varios, entre otros menores. ¿Será suficiente esta receta para estimular la producción? Caben serias dudas al respecto.