Si como algunos creen fue una cortina de humo para sacar de los medios los temas realmente importantes para la economía y la sociedad, se convirtió en un boomerang. Desnudó, junto a otros episodios, la debilidad y el funcionamiento caótico del sistema de decisiones. Muchas de las cuales generan una enorme preocupación en el país real. El que produce y comercia en forma competitiva, genera empleo, valor, divisas. Veamos.
La Afip hizo saber que aplicará un nuevo régimen de anticipos para el pago del impuesto a las ganancias para el sector exportador. El objetivo explícito es recaudar unos 200 millones de dólares. No afecta solo al sector agroindustrial, sino a otros segmentos de la exportación: metales, metales no ferrosos, productos de la minería, petróleo, etc. La alícuota sería del 0,5% para operaciones donde el país de destino sea el mismo que recibe la factura, y del 2% si son diferentes, que es lo que sucede en la mayor parte de los casos.
Se trata lisa y llanamente de una nueva retención, que por supuesto recaerá en forma directa sobre el precio de la mercadería que los exportadores adquieren en el mercado interno. Es cierto que, como toda percepción a cuenta, un día se recupera. Pero en el medio suceden varias cosas.
Primero, hay que tener ganancias de las cuales descontar el anticipo. Segundo, frente a la alta inflación y el creciente ritmo devaluatorio, a la hora de recuperar el crédito hay una pérdida económica importante. Esta pérdida se suma al ya imponente quebranto por la demora en la devolución del IVA, donde algunas empresas padecen catorce meses de atraso.
Las cámaras exportadoras están analizando, por separado y en conjunto, una presentación ante el organismo fiscal marcando las consecuencias de semejante alteración de la normativa, cuando la mayor urgencia es activar el flujo de divisas. Es llamativo: desde el Banco Central y Economía se les solicitó la liquidación anticipada de US$ 2.000 millones, hecho que se concretó en estos días.
En la misma saga del ataque al sector exportador, se inscribe el episodio que padece Nidera, una de las grandes agroindustrias exportadoras. Hace diez días se le canceló el CUIT provocando su paralización total. El “pecado”: haber concretado una exportación de 26.000 toneladas de trigo a Brasil, con todo en regla con las autoridades de la Aduana (que hasta le midieron la carga con el engorroso “draft survey”), y las retenciones pagas desde hace más de un año. Autoridades de la empresa explicaron que han seguido los mismos procedimientos que de manera habitual cumplen para exportar cualquier otro producto que comercializa al exterior. Todos coinciden en que aún cuando mediara alguna inconsistencia, la sanción es absolutamente desporporcionada. Esto genera un tembladeral y ahuyenta a clientes.
El tema es para un paper de Harvard. Nidera, a través de su área de semillas, cumplió un papel fundamental en la mejora de la competitividad del trigo, cuando hace quince años introdujo la genética francesa. La revolución de las variedades Baguette permitió elevar sustancialmente el techo de los rindes. Ahora mismo se están cosechando lotes que rozan los 100 quintales por hectárea, el doble de lo que se soñaba en los 90. Pero la Argentina no tiene trigo para vender. Y la empresa emblemática en esta carrera por la competitividad aparece, de cara a la sociedad, recibiendo el epíteto de “contrabando” por parte de la máxima autoridad del control aduanero.
La preocupación oficial debiera ser cómo reencauzar el flujo triguero, estimulando la producción y las exportaciones.
Pero sí, aquí estamos del tomate.