Por encima de su hombro, sobre la mesa, veríamos dos carpetas abiertas, una pila de facturas de gas y luz (todas pagas), resúmenes bancarios, un talonario de cheques y una calculadora grande alrededor de la cual se ordena todo y cuyas teclas López pulsa con gracia y ligereza, como un buen pianista ejecuta el Rondó Alla Turca de Mozart.
Es un hombre feliz. Casi en trance, se entrega al ritual que atiende cada mes de enero: traza la proyección anual de ingresos y egresos de su economía doméstica. López ama las matemáticas. Por eso se hizo contable. Como la música, las matemáticas son la expresión de la forma pura, de la belleza incontaminada, de la perfección reservada al elevado mundo de las ideas y el espíritu. Pero esta vez algo falla. Por más que lo intenta, no logra acceder a ese estado de embriaguez que le depara esta tarea todos los años mientras va empardando entradas y salidas. Esta vez la realidad, densa y cruel, vence a las matemáticas. Y no es la inflación, sino la sospecha de que toda proyección que haga para 2014 será como escribir en la arena. Porque además de imprevisible -se lo dice una voz en su interior-, éste será el año de la gran mordida.
Esto le pasa por el mal hábito de leer los diarios. Cuando llega a los impuestos, en lugar de los números brillantes, lo que titila en la pantalla de la calculadora es la cara de Capitanich. Desde allí, fiel al primer mandamiento kirchnerista (violar el principio de no contradicción), el jefe de Gabinete repite impasible: "Que sí, que no, que sí, que no". Se planta en un no, pero eso no es garantía. Tal vez mañana, y a coro con Kicillof, dirá que sí, siempre por orden de la Presidenta. López tiembla. Si fueran adelante con la suba de Bienes Personales y las propiedades se valuaran al precio de mercado, empezaría a pagar por el dos ambientes de Santa Teresita, cuyo crédito todavía está saldando. ¿Y quién pagaría por el departamentito donde vive su suegra, una jubilada que sólo recibe una pensión de miseria? ¡Tendrían que vender y traerla a casa!
Estoy pensando mal, se dice. Como un ingenuo. Porque el frustrado testeo que lanzaron sobre la suba de Bienes Personales es sólo la anécdota. Peor es lo que se esconde detrás. Cuando tienen hambre, cuando la inanición amenaza, los grandes depredadores se vuelven más feroces. Ante la falta de fondos, el Gobierno -que sólo sabe gobernar con la caja- va a morder donde pueda y más que nunca. Se equivocaron los diarios estadounidenses que informaron, tras la Navidad, sobre "un ataque de pirañas en un río de la Argentina". No eran pirañas, sino palometas. En la Argentina, ese especimen "capaz de morder con más fuerza que el T-rex", como dijo The Daily Mail, camina en dos patas y hay que buscarlo en tierra firme. Una mordida memorable fue la de la 125. Dolió en todo el campo. López siente que algo ya le arde detrás: como burgués pequeño de clase media, la suya es la carne predilecta de la voracidad nac & pop.
Tarde o temprano, Echegaray lo va a abrochar. Esa sola idea ya le duele en el alma. La semana pasada el funcionario había terminado dando lástima. Cualquiera merece, y más si lleva a la familia, algo mejor que comer sobre manteles de papel y tomar la cerveza en vasos de plástico. Pero para el titular de la AFIP aquellos detalles no eran privaciones, sino la feliz oportunidad de confundirse con la cultura popular. ¡Qué ejemplo de austeridad! ¡Qué muestra de sabiduría! Pero resulta que el hombre, además de la familia, había llevado unos buenos amigos, y que toda la comitiva había viajado en clase ejecutiva en una línea de lujo y se había alojado en suntuosas suites del hotel Sofitel de Copacabana, mientras en Buenos Aires la gente se calcinaba a oscuras por los desmanejos de su gobierno. López evita pensar en la cifra que pagaron por sólo cinco días -más de 80.000 dólares- porque le produce mareos. Y aquél es el hombre que va a ir por sus magros ingresos... ¡No tienen plata porque se la están gastando ellos!, se le ahoga el grito. Y en ese "ellos" imagina un colectivo que va mucho más allá del recaudador jefe.
Aquí se pagan más impuestos que en Estados Unidos, Brasil y el Reino Unido, piensa. El fisco perdona a la renta financiera y se lleva casi la mitad de mi sueldo. Y a pesar de eso tengo que aportar a la garita de la esquina, pagar el colegio privado de los chicos, aguantar con la prepaga y viajar en trenes antediluvianos.
Para no desfallecer, López apela a dos módicos consuelos. El primero es la tranquilidad de saber que, por decisión de la Presidenta, el Gobierno se encargará de que en un año tan duro como éste no falten los tomates. El segundo es la certeza de que en el Gobierno también hay gente haciendo cuentas. Y, seguro, están mucho más complicados que él. Pero mejor no pensar en eso. Sería consolarse en la propia desgracia, se dice. Y con un movimiento corto y decidido apaga la calculadora.