Así se refería ayer un infidente al ambiente que anteanoche se respiraba en el búnker del Frente para la Victoria cuando comenzaron a conocerse los resultados de las primarias. Lo del "botellazo" es una comparación. En 2009, cuando Sergio Massa le comunicó la derrota, Néstor Kirchner, envuelto en llamas, arrojó al aire una botella de Pommery que estalló contra la pared. Aquella noche se inició un proceso que culminó anteayer. Malena Galmarini había conseguido, como candidata a concejal de Tigre, muchos más votos que él como diputado. Kirchner interpretó que Massa lo había traicionado. La relación entre ambos se rompió en ese momento.
El hotel era el mismo. Pero la reacción de Cristina Kirchner fue más moderada. A pesar de que los resultados fueron peores que en 2009. El Gobierno perdió donde estaba previsto, y también en lugares donde esperaba ganar. Fracasó en comunas del conurbano que controlan sus propios intendentes. Y le arrebataron San Juan, Catamarca y La Rioja, provincia en la que el PJ gana desde la década del 60. Empató en Jujuy.
Pero se hundió en la Patagonia petrolera.
Los argumentos para disimular esa derrota son tan débiles que contribuyen a exagerarla. Como Carlos Menem en 2003, los kirchneristas dicen "somos la primera minoría". Y, como Fernando de la Rúa dijo de sí mismo en 2001, repiten que "la Presidenta no participó".
El avance de Massa en el Gran Buenos Aires superó lo calculado. El Gobierno retuvo allí sólo nueve distritos. Hugo Curto (Tres de Febrero), Mario Ishii (José C. Paz) y Mariano West (Moreno) tuvieron derrotas impensadas. Raúl Otacehé (Merlo) arañó un empate. Y Fernando Espinoza (La Matanza) debe soportar que sus rivales saquen 25%. En Quilmes, Massa se puso a la par del kirchnerismo, que iba con tres listas: la del intendente Francisco Gutiérrez, la de La Cámpora y la de Aníbal Fernández. En Lanús derrotó a Darío Díaz Pérez. Y en Avellaneda, a Jorge Ferraresi. El propio Martín Insaurralde, candidato estelar del oficialismo, que en 2011 había sacado en Lomas de Zamora el 66,22% de los votos, se redujo al 47,8%. Ese retroceso invalida el optimismo de la señora de Kirchner cuando dijo: "En octubre conocerán más a Martín y mejorará nuestro resultado". Nadie ignora en Lomas quién es Insaurralde.
En el éxito de Massa en el conurbano opera el deterioro del gobierno nacional, que arrastró a Lucas Ghi, el vicario de Martín Sabbatella (Afsca) en Morón. Pero también se advierte una oleada de renovación municipal de la que Massa (Tigre), Katopodis (San Martín), Giustozzi (Almirante Brown), Andreotti (San Fernando), Jorge Macri (Vicente López) o Guzmán (Escobar) se beneficiaron en su momento. La empresa colonizadora que, desde Santa Cruz, emprendieron los Kirchner sobre esa geografía, no incluía un empeño modernizante. Esa tendencia está librada a una inercia que la Presidenta no controla, y de la que ahora resulta víctima.
Darío Giustozzi, el principal aliado de Massa en el sur del conurbano, hizo una elección mediocre en Almirante Brown: cayó al 40,8% desde el 71,88% de hace dos años. La candidatura a gobernador 2015 se le vuelve, entonces, más resbaladiza.
Massa ganó la disputa por el Senado bonaerense. Desde allí podrá condicionar a Daniel Scioli en los próximos dos años. Los directores del Banco Provincia, el Tribunal de Cuentas y el fiscal de Estado necesitan el acuerdo del Senado. Scioli quedó atrapado en la derrota del Gobierno. Ignora si la Presidenta lo elegirá su delfín. Y, lo que es peor, también ignora si eso sirve para algo.
A Scioli le está vedado gestionar algún acuerdo entre Massa y su amigo Francisco de Narváez. El intendente de Tigre no necesita negociar. Lo más probable es que los votos de De Narváez fluyan solos hacia él. El empresario y candidato a diputado adjudica a Hugo Moyano parte de su derrota. Moyano era el encargado de fiscalizar la elección. Pero la boleta de De Narváez faltó en infinidad de mesas. El voto en contra del Gobierno se canalizó allí a través de Massa. Moyano está en su propio drama: debe tolerar la burla de "los Gordos" y de Luis Barrionuevo, que también ganaron anteanoche.
La derrota de los intendentes leales de la provincia de Buenos Aires se agrava con la de varios gobernadores que parecían invencibles. La Presidenta intentó llevar al PJ hacia playas conceptuales muy exóticas. Las consecuencias aparecieron el domingo. Cristina Kirchner menospreció a la dirigencia del partido, confiada en un liderazgo carismático capaz de prescindir de una estructura. Un experimento que se materializó en La Cámpora.
Pero la caída de Gioja (San Juan), Beder Herrera (La Rioja), Corpacci (Catamarca) y el resbalón de Fellner (Jujuy) se explican también por razones materiales. Las economías regionales están colapsadas porque los precios de sus exportaciones no compensan el retraso cambiario que afecta a la Argentina. Cristina Kirchner comenzó a pagar en votos la inflación y la suba de costos en dólares que corroe su política económica.
Un fenómeno similar se registra en la Patagonia. La caída de la producción de gas y petróleo impide la expansión de los salarios. Además, la YPF estatal ya no puede afrontar los aumentos que se le exigían a Repsol. Estos cambios explican buena parte de la victoria de Mario Das Neves en Chubut. Y están detrás del triunfo del sindicalista Guillermo Pereyra sobre el gobernador Jorge Sapag en Neuquén. Una mala noticia para el acuerdo de la Presidenta con Chevron. No es la única: a pedido de los accionistas minoritarios de Repsol, la jueza María José Sarmiento acaba de requerir a Galuccio el contrato con la multinacional norteamericana. Se acabarán los misterios. Además, las autoridades de Chevron ya no podrán alegar que pactaron con Galuccio como terceros de buena fe. Los propios accionistas reclaman, además, un canon de 100 millones de dólares anuales por la ocupación de la empresa.
De las provincias petroleras, Santa Cruz es la que encierra el significado más relevante. Acaso sea un espejo que adelanta. Un territorio donde estudiar cómo se comporta Cristina Kirchner cuando está involucrada en un proceso sucesorio. Santa Cruz es gobernada por Daniel Peralta, un peronista disidente. Ella podría acordar con él. O promover una candidatura que, restándole votos, facilite el triunfo opositor. Eligió esta segunda opción. La división del peronismo abrió el paso a la UCR.
¿La jugada santacruceña es una reducción a escala de la que la Presidenta intentará en el orden nacional en 2015? ¿Preferirá, como en Río Gallegos, que tome el poder un opositor antes que un adversario interno? Menem, en 1999, frustró la carrera de Eduardo Duhalde de esa manera. Massa debería reconstruir aquella historia.
Entre Menem y Cristina Kirchner hay, sin embargo, una diferencia: el riojano controlaba al peronismo como para obligarlo, en la persona de Duhalde, a una derrota nacional. Sobre todo porque los gobernadores podían retener sus distritos sin temor. La incógnita que se abrió anteayer es si la Presidenta conseguirá esa obediencia.
Los dirigentes del PJ miran con espanto el infortunio de Gioja, de Beder, de Fellner, de Corpacci. No sólo porque fueron arrastrados por una costosa política nacional para la cual nadie los consulta. También los inquieta otra novedad de las primarias: en muchos distritos el radicalismo ha comenzado a sellar alianzas que lo vuelven más competitivo. Es aquí donde Ernesto Sanz juega un papel que los observadores superficiales no perciben: salvo Julio Cobos, en Mendoza, los radicales que avanzaron en Córdoba, Jujuy, La Rioja, Catamarca o Tucumán se alinean detrás de ese senador. Es más: si esa política de alianzas fue posible es porque la UCR unificó su personería.
Este experimento, que es fragmentario a escala nacional, adquiere nitidez en la ciudad de Buenos Aires. La prodigiosa resurrección de Elisa Carrió se inscribe en una construcción multipartidaria. El mayor desafío de la candidata a diputada es mantener esa estructura. Si lo consigue, será una mala noticia para Mauricio Macri. Como varios gobernadores del PJ, Macri está ante dos noticias fastidiosas. En su distrito aparece una organización que tal vez sea capaz de aspirar a la Jefatura de Gobierno en 2015, cuando él no tenga reelección. Y en la provincia de Buenos Aires surge un candidato, Massa, que comenzó a cooptar parte de Pro. La promesa de Jaime Durán Barba de conquistar el poder sin estructuras está siendo sometida, desde anteayer, a un peligroso papel de tornasol.