Tal vez Cristina Kirchner y Daniel Scioli hayan vivido ayer esos días en los que la historia se fuga hacia otro lado. La Presidenta tropezó con una pésima novedad en la provincia de Buenos Aires, su distrito natal, político y electoral. Scioli podría haber hecho la peor opción cuando su destino vacilaba entre el futuro o la nada.
Sergio Massa, el político más popular de la provincia, encabezará una lista que enfrentará a los candidatos de la Presidenta. No es una noticia imprevista, pero el cristinismo esperó, como siempre, un milagro de última hora. Cristina no tenía un candidato bueno en el más grande territorio electoral del país. Prefirió, a pesar de esos malos augurios, encumbrar al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, un político del que sólo se conoce que pocos lo conocen. La tenacidad presidencial es siempre más grande que su necesidad política. Evitó, sí, la derrota de una Kirchner, Alicia.
Todo indica que Daniel Scioli entró ayer, sin darse cuenta quizás, en el período de su definitivo eclipse.
Quemó los papeles de un acuerdo con Massa cuando ya todo estaba resuelto. El gobernador argumentó su paso atrás con dramáticas razones institucionales. Nunca sería él, deslizó a varios amigos, el culpable de una situación de debilidad terminal de la Presidenta. Cree que ésa hubiera sido la segura consecuencia política de su unión con Massa. Cuesta imaginar que esa deducción de Scioli sea la correcta, pero, de todos modos, esas razones estaban intactas hace 15 días cuando él autorizó las negociaciones con Massa.
Todos los caminos conducen a la misma conclusión: el miedo lo paralizó cuando ya estaba preparado el escenario que compartirían él y Massa para anunciar una alianza. Un caso típico de pánico escénico. Pero, ¿miedo a qué? Me van a destruir, le dijo a uno de los negociadores. La repentina decisión del gobernador, que ni los suyos ni Massa esperaban, dio lugar ayer a muchas versiones. Aprietes. Extorsiones. Amenazas. Quizá ni siquiera hayan existido, pero el estilo del gobernador, que cambió su resolución en el momento agónico, convierte posible cualquier versión.
El acuerdo incluía el anuncio compartido de la alianza y también el ascenso de la esposa del gobernador, Karina Rabolini, al segundo lugar como candidata a diputada, inmediatamente después de Massa. Debe reconocérsele a éste una generosidad política inusual. También habían convenido que Scioli podría seguir hablando de su candidatura presidencial en 2015, aunque eso se resolvería más adelante, en encuestas o en elecciones internas.
Es cierto que Massa le dio a Scioli todas las condiciones porque necesitaba dividir los blancos de la segura furia de la Presidenta. Hubiera preferido que fueran dos, y no uno, los destinatarios de ese odio. La presencia en las listas de Karina Rabolini fue una imposición de Massa. Quería un protagonismo explícito, no soterrado, de Scioli en la campaña electoral. El acuerdo habría descabalgado a Francisco de Narváez de su candidatura, aunque Massa incorporaría en sus listas a algunos de los dirigentes de De Narváez. Massa consideraba que De Narváez expresa una política mucho más opositora que la que él está dispuesto a pregonar.
De Narváez aceptó ese pedido de Scioli porque sabe leer las encuestas: su candidatura pierde casi la mitad de la intención de votos cuando compite Massa. Aunque el denarvaismo desmintió esa propuesta, ya está fuera de cualquier duda la influencia que Scioli tuvo sobre De Narváez. Es extraño, pero el gobernador no quiso convertirse en una manifiesta alternativa a la Presidenta, mientras los únicos candidatos suyos que iban a competir estaban en las listas de De Narváez, el candidato peronista bonaerense que enfrentó más abiertamente a Cristina. Anoche, se deslizó incluso que Scioli hubiera querido una lista de Massa más abarcativa, con él incluido. ¿En qué covacha hubieran quedado arrumbados entonces los argumentos institucionales exhibidos por Scioli? Al final del día, Scioli terminó rompiendo también con De Narváez y abrazándose definitiva y vanamente a Cristina
La negociación entre Massa y Scioli fue larga. Empezó el lunes 3 de junio con una reunión entre el intendente de Tigre y Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete de los Kirchner y amigo político de Scioli. Fernández salió convencido de que las dudas sobre el futuro de Massa eran de todos, menos de Massa. Massa se presentará como candidato, dedujo. Pero, ¿y Scioli? ¿Permitiría que su carrera política se terminara abruptamente con la segura victoria de Massa? Le llevó su certeza a Scioli y le pidió autorización para abrir una negociación formal. ¿Quería Massa una alianza? La quería.
Scioli y Massa se reunieron a solas por primera vez el 10 de junio. El 11, Massa inscribió su Frente Renovador en alianza con varios partidos. Entre ellos, el de Alberto Fernández. Sería el canal por el cual arribarían al massismo los candidatos de Scioli. Hubo, al menos, tres reuniones más entre Massa y Scioli. Pero el viernes a las 3 de la tarde se apagaron los teléfonos de Scioli. No hablaba, no contestaba. En la noche del viernes, el sciolismo propuso a Massa que era mejor que no se presentara ninguno de los dos. Massa contestó que su decisión era definitiva.
En la mañana de ayer, Scioli comenzó a explicar las razones institucionales para romper el acuerdo. ¿Qué hubiera ganado Scioli acordando con Massa? Hubiera tenido, al fin y al cabo, la posibilidad de discutir su destino. Ésa era una alternativa que le había negado el cristinismo y que ahora se la negará el propio Massa. El discurso de Massa podría ser también más tolerable para Cristina, por lo menos a los ojos de Scioli. El intendente de Tigre sostiene que la sociedad no quiere más peleas y que promueve un cambio de políticas y de personas, pero no un vuelco dramático en la administración de los asuntos públicos. Es la vieja posición gestual de Scioli, a la que Scioli no quiere ponerle palabras. En cambio, el gobernador no ganará nada con su defección de ayer. Es probable que ni siquiera espere ganar algo. Su miedo es la expresión de una personalidad que no ha nacido para pelear. No sabe hacerlo. ¿Alguien podría imaginar a Alfonsín, a Menem o a Kirchner preguntando qué debían hacer en un momento como éste? Nadie. El kirchnerismo, por el contrario, le enrostrará sus negociaciones hasta último momento con un adversario y la decisión de incorporar sus candidatos en las listas de De Narváez. La estrategia de jugar sin jugar.
¿Por qué Scioli se encontró con su deber institucional después de sabotear todas las alianzas probables de Mauricio Macri? Massa le preguntó sobre su vocación de acordar con el líder capitalino. Scioli vetó esa posibilidad. Massa terminó dándole lugar al macrismo, pero no oficializó un acuerdo con Macri por pedido de Scioli. De alguna manera, el gobernador bonaerense también boicoteó el incipiente acuerdo de Macri con Roberto Lavagna en la Capital. En el fondo, Scioli aspiraba a que Massa y Macri se apartaran como él. Un mundo ideal, sin competencias políticas.
El peor papel le toca ahora a De Narváez, bajado y subido al podio de candidato en pocas horas. Massa le quita, en las actuales encuestas, muchos votantes. Es probable, además, que Cristina Kirchner se coloque al hombro la campaña bonaerense por Insaurralde. Ella tiene más del 30 por ciento de los votos de Buenos Aires, aunque el massismo sostiene que sólo la mitad está dispuesta a seguirla a cualquier lado. Sea como sea, no puede descartarse que De Narváez termine asfixiado por la tenaza que armarán Massa y Cristina.
Scioli se enfrentará a momentos de enorme debilidad. Desde ayer ya no es un peligro electoral para el cristinismo. No había conseguido tampoco que la Presidenta incorporase en sus listas del Frente para la Victoria a ningún candidato de Scioli, sobre todo a los cruciales legisladores provinciales. La posibilidad de un juicio político pende siempre sobre la cabeza del gobernador, que se resguarda en la Legislatura de La Plata detrás de los hombres de De Narváez y del radicalismo para huir de la destitución. La mezquindad cristinista de anoche podía anticiparle al gobernador su futuro.
El problema institucional en la Argentina no es un concepto teórico o eventual, como lo plantea Scioli. Ya existe, y es un fuego atizado por el gobierno de Cristina Kirchner. Basta leer la reciente acordada de la Corte sobre la reforma judicial para establecer hasta qué punto el cristinismo está dispuesto a desconocer la Constitución. Resulta suficiente haberla escuchado en el acto del Día de la Bandera, cuando transformó una ceremonia patria en una trifulca de vecinas, para entrever su proyecto de propinarle un golpe de Estado a la Corte. El deber de la política es buscar un nuevo equilibrio político e institucional entre tantas desmesuras. Los dirigentes se repartían ayer entre el compromiso y la deserción..