El sacrificio inhumano de viajar es cotidiano para millones de argentinos, hacinados en trenes de mala muerte.

Es el sufrimiento que no se nota, salvo para los que lo soportan llenos de resignación. Hasta que un accidente, otro más, deja una estela de muertos, heridos y mutilados. Entonces salen a flote la dimensión del drama social y la ineptitud de los funcionarios.

Resulta casi obvio, a estas alturas, que el kirchnerismo dejó la administración del transporte público bajo el control de prácticas corruptas.

El accidente de Once ya había expuesto que la corrupción no es sólo un problema moralmente reprochable; es también la causa de muertes tan inútiles como inocentes.

Castelar ratificó ayer esa comprobación. Durante ocho años, el kirchnerismo entregó a sus empresarios amigos unos 25.000 millones de pesos en subsidios al transporte ferroviario. Es mucho dinero para un transporte que se ha convertido en uno de los peores y más inseguros de América latina.

La administración del transporte estuvo casi siete años en manos de Ricardo Jaime, uno de los funcionarios con más causas judiciales por hechos de corrupción. En esos años, pasó de ser un hombre con escasos o nulos bienes personales a ser propietario de empresas y de lujosas casas, aquí y en el extranjero. Gerónimo Venegas suele recordar que cuando Jaime llegó de Santa Cruz, en 2003, el dirigente de los trabajadores rurales debió prestarle una habitación en un hotel del sindicato. No podía pagar ni un alquiler. La Justicia comprobó luego varias propiedades adquiridas en tiempos muy cortos y corroboró también que Jaime había recibido muchos favores de parte de los mismo empresarios que el funcionario debía controlar. Semejante promiscuidad entre el poder y el dinero es lo que terminó espoleando las tragedias de Once y de Castelar.

Cristina Kirchner comenzó un notable descenso en las encuestas luego de la devastación de Once. Castelar tiene una cifra mucho menor de muertos, pero los heridos y mutilados son muchísimos. La tragedia de ayer coincide dramáticamente con tiempos electorales. Corren los últimos días para inscribir candidatos. Dentro de dos meses los argentinos votarán en elecciones primarias, abiertas y obligatorias. ¿Tendrá tiempo la Presidenta para reponerse de las seguras secuelas de impopularidad que tendrá su mala administración del transporte público?

Ayer, cuando todavía no se sabía ni cuántos muertos había, el infaltable Luis DElía lanzó un tuit inoportuno; deslizó que el accidente podía ser una conspiración para voltear la candidatura bonaerense del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo.

Mezcló en la conspiración a dirigentes ferroviarios y a Pino Solanas, a éste sólo porque es el dirigente político que con más tenacidad viene denunciando la corrupción en el manejo del transporte ferroviario.

DElía fue incorrecto, aunque también fue sincero. Le sacó el velo a la mayor preocupación del gobierno en estos momentos. El choque de Castelar golpeó sobre el precandidato con más porcentaje de intención de votos en la provincia de Buenos Aires. Randazzo mide ahora, en las encuestas, mejor que la propia Alicia Kirchner.

Randazzo no es lo peor que tiene el cristinismo. Su historia, más que su presente, señala que le gustaría formar parte de un gobierno más peronista, consensual y clásico que el que le tocó. Sin embargo, es probable que ayer haya perdido cualquier posibilidad de ser candidato en agosto y octubre. ¿Cómo podría explicar sus aspiraciones electorales luego de haber prometido una "revolución" del transporte ferroviario que terminó en otro desastre? ¿Cómo, cuando su propio gobierno no rompió nunca del todo con los hermanos Cirigliano, dueños durante décadas de la concesión ferroviaria, que terminó en dos catástrofes en apenas 18 meses, y beneficiarios del voluminoso sistema de subsidios?

EL SISTEMA DE LOS KIRCHNER

La Presidenta deberá enfrentar también las consecuencias de un gabinete dividido, formado en muchos casos por neófitos en las cosas que deben administrar. Julio De Vido no digirió nunca haberse quedado sin el transporte público.

De Vido suele decir que cuando tuvo esa área, Jaime reportaba directamente a Néstor Kirchner. Después de Jaime, él cometió el error de nombrar en la Secretaría de Transporte a Juan Pablo Schiavi, que era la continuidad de Jaime con otro nombre. Tras Schiavi, designó en esa secretaría a un intendente santafecino, Alejandro Ramos, que es el inexperto que está ahora, enfrentado duramente con Randazzo. Ramos sigue siendo leal a De Vido, mientras Randazzo promueve una política propia de transporte.

Es el sistema que les gusta a los Kirchner. El segundo debe ser oponente del primero para debilitar a ambos. Ese juego deposita todo el poder en el jefe (o la jefa) del Ejecutivo, pero le resta eficacia a las políticas de la administración pública. Deja a la Presidenta expuesta, como lo está ahora de nuevo, a la responsabilidad absoluta de problemas cuyas soluciones son más técnicas que políticas, siempre que prevalezca la honestidad sobre la corrupción.

Anoche, Cristina Kirchner describió la jornada como un día de "tristeza y alegría" porque estaba entregando 23 viviendas. Su intención política puede ser comprensible, pero la alegría es una emoción inexplicable cuando sucedió la muerte.

También dijo que "el dolor forma parte de la vida". Nada es más cierto que esa definición. Sin embargo, el dolor no tiene justificación cuando es evitable. Sobre todo, cuando el dolor lo produce la desidia, la ineptitud o la corrupción del Estado.

El relato, en efecto, se estrelló ayer en Castelar. La última década fue la más generosa en más de medio siglo en recursos capturados por el Estado. A los Kirchner les tocó un mundo económico amable y propicio. Con todo, ¿qué elogio podría ensayarse si diez años después de tanta opulencia los argentinos no pueden viajar ni cómodos ni seguros en el transporte público? ¿Qué epopeya sucedió si diez millones de ciudadanos siguen necesitando de alguna ayuda del Estado para subsistir? ¿Qué hazaña política permite que la inseguridad continúe matando a viejos y jóvenes? ¿Qué modelo virtuoso no pudo enfrentar la inflación que agrede, sobre todo, al bolsillo de los más pobres?

Éstas son las preguntas que refutan el vacío de un discurso obstinado.