El juez vacila. Su competencia es electoral. Formula preguntas para las que no tiene respuestas. ¿La reforma judicial es tema de su fuero? ¿Aceptará el gobierno los planteos de inconstitucionalidad de jueces de instancias inferiores? ¿No sería conveniente que la Corte Suprema de Justicia fijara la opinión definitiva del Poder Judicial sobre la elección popular y partidaria de los consejeros de la Magistratura? ¿Cómo llegaría el asunto a la Corte sin pasar por las cámaras? Al final, con una mezcla de escepticismo y desaliento, desliza la única afirmación que hará: Yo sólo quiero asegurarme de que habrá elección de senadores y diputados, dramatiza, enigmático, y el diálogo concluye.
El clima es extraño. El Gobierno no sólo se juega la victoria o el fracaso en las elecciones. También se acerca a una derrota previa en la Justicia, si ésta prohibiera definitivamente la elección popular de consejeros de la Magistratura. Ya la prohibieron cerca de veinte jueces.
Esa elección está frenada en los hechos. También declararon la inconstitucionalidad de la reforma que eliminó las cautelares. Ambas cosas son el corazón de la reforma cristinista. Sin embargo, el Gobierno es el único actor político pasivo y sereno en el teatro electoral. Ni siquiera se ocupó de publicitar sus apelaciones ni de defender sus reformas en público. Nada.
Se ocupa de pelearse con Daniel Scioli, que es un político que no será candidato este año. Scioli ha ordenado contestar frontalmente a los cristinistas (lo han hecho los sciolistas Alberto Pérez y José Pampuro), tal vez porque intuye que se verá obligado a participar de algún modo en las próximas elecciones. ¿Participará? Sólo si Sergio Massa fuera candidato a diputado nacional.
Massa les ha dicho a algunos poderosos empresarios que está casi convencido de que debe ser candidato. Casi. Siempre deja la puerta levemente entornada para poder retirarse. Este fin de semana hará una reunión de consulta con los intendentes bonaerenses que lo secundan. Podría haber algún anuncio partidario. Su partido, el Frente Renovador, ya está en condiciones legales de participar de la vida electoral. El próximo fin de semana podría anunciar, por fin, si él será -o no- candidato. Si es que hay primarias., desliza un enigma antes de entrar en su propio enigma.
Scioli está pendiente de Massa. Su candidatura es la única alternativa que no podría dejar indiferente al gobernador. El aliado confeso de Scioli, Francisco de Narváez, baila también al ritmo de Massa. El gobierno nacional tiene derecho a cierta indiferencia. Está perdiendo frente a todos ellos. La derrota más digna sería, según las últimas mediciones, la del ministro del Interior, Florencio Randazzo, si fuera candidato. Randazzo se resiste. Quiere quedarse donde está.
Cuenta con el apoyo de un viejo rival, el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. Éste lo quiere a Randazzo en el Ministerio del Interior porque teme que él podría reemplazarlo. El Gobierno vive ese instante cruel en el que nadie quiere ascender. O lo que es peor: todos preferirían volver a casa antes de soportar un ascenso. Sólo Massa podría correr en apoyo del cristinismo si lanzara una "lista muleto", con el nombre de su esposa. Esos votos drenarían del caudal de De Narváez. El voto opositor se dividiría. El problema sería de Massa: ¿cómo explicaría luego que él es una alternativa distinta del cristinismo?
Al final parece tener razón Mauricio Macri, cuando dice que todo el peronismo termina jugando, de una manera u otra, en la interna del kirchnerismo. Su reconciliación con De Narváez duró lo que duró el susto de éste por una eventual candidatura de Massa. El desplante de De Narváez, cuando hizo fracasar la primera reunión con el macrismo asegurando que sólo él tiene apoderados en la provincia de Buenos Aires, sabe a pretexto. Una alianza que ya sufrió antes traiciones y abandonos no podría quedar nunca en manos de apoderados de un solo socio. Pero, ¿qué argumento es ése? ¿El número burocrático de apoderados de una coalición podría ser más importante que la vocación política para un acuerdo? De Narváez recibió información nueva: Massa no se presentaría y, además, no habría internas abiertas y obligatorias en agosto. De paso, tanto él como Scioli intentaría cerrarle las puertas de Buenos Aires a Macri.
A Macri lo espolearon a la negociación los movimientos en el mosaico capitalino no peronista. Siempre se dijo que Elisa Carrió era un elemento disolvente de la unidad opositora. La acusación resultó injusta. Su espacio, que comparte con Pino Solanas, fue el primero en firmar un acuerdo para disputar las internas de agosto con otras fuerzas políticas. Un papel preponderante jugó también la figura consensual del radical Ricardo Gil Lavedra. Tienen una ventaja: no son peronistas y ninguno está pendiente de los misterios y secretos del cristinismo.
Macri ha retirado la condición de que Roberto Lavagna apoye su candidatura presidencial para 2015. Asegura, más bien, que esta no existió nunca y que él cree en los beneficios de dos presidenciables peleando juntos las próximas elecciones. La diferencia se achica: ahora sólo queda saber en nombre de qué cosa sería Lavagna un aliado de Macri. ¿Un extrapartidario dentro de una alianza con Pro o con otro nombre? Eso es lo que pide Macri. ¿Un frente electoral que incluya alguna sigla del peronismo? Es lo que reclama Lavagna. La discordia parece menor, pero podría ser determinante. La solución está en manos de Roberto, oyeron decir a Macri. Macri no quiere volver a meterse en la lógica de Scioli, Massa y De Narváez. Es una lógica que está pendiente del kirchnerismo, nuevo o viejo, explicó.
Si hay primarias... Esa frase intrigante de Massa, que pone en duda las elecciones de agosto y los próximos plazos electorales, no es sólo de él. Recorre otros espacios peronistas y los despachos de algunos jueces. Sólo el arcoiris no peronista avanza como si ese riesgo no existiera. ¿Existe? Es demasiado raro que el Gobierno no haya elegido ni siquiera su candidato a senador por la Capital. El cristinismo no necesita negociar con nadie en la Capital y tampoco le sobran candidatos. Tiene uno solo: Daniel Filmus, actual senador. Es el único candidato que podría abroquelar los votos kirchnerista o filokirchnerista. No son muchos, pero es lo que hay.
El Gobierno está en mora política, electoral y judicial. Los tiempos electorales enferman de ansiedad a jueces y políticos opositores, menos al Gobierno. Una versión insistente de las últimas horas indicaba que un sector del oficialismo trabajaba en la cancelación de las primarias abiertas y obligatorias de agosto. La Presidenta elogió ese sistema electoral dos veces en los últimos meses, el 1º de marzo, ante la Asamblea Legislativa, y el 25 de mayo, cuando celebró la década crispada, y lo inscribió entre sus grandes hazañas políticas. Tendría un argumento ahora: podría atribuir su decisión a la conspiración supuesta de un Poder Judicial que no le permitirá hacer lo que ella quiere.
Un culpable para cubrir una necesidad. Las primarias de agosto podrían descubrir las debilidades del cristinismo. El porcentaje nacional de votos, por ejemplo. Podrían señalar también, claramente, a los candidatos opositores más populares. La sociedad antikirchnerista iría detrás de ellos. O podrían mostrar una leve ventaja del oficialismo sobre algunos de ellos. Suficiente para que el electorado opositor acuda en octubre en ayuda de esos candidatos. El conflicto existía desde mucho antes, pero ahora el Gobierno tiene la posibilidad de culpar a la Justicia.
Es cierto que en las próximas horas habrá una sentencia sobre el fondo de la cuestión de la elección popular de consejeros de la Magistratura. Hasta ahora hay sólo cautelares que suspendieron esa elección, pero la jueza electoral María Servini de Cubría prepara un fallo sobre el fondo del problema. ¿Dictaminará la constitucionalidad o la inconstitucionalidad de esa reforma? La jueza volverá hoy de un breve viaje. Su sentencia se conocería entre el lunes y el martes.
La confianza y la previsibilidad del sistema electoral son, quizá, las únicas conquistas perdurables en 30 años de democracia. Pero los argentinos no saben ahora qué votarán dentro de dos meses, si hay elecciones dentro de dos meses. Por eso, el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, aseguró que la cuestión será tratada "inmediatamente" por el tribunal. Cuando le llegue. El Gobierno no quiere que la elección de consejeros caiga en manos de la Corte. ¿Qué quiere entonces? ¿Desconocer la decisión de los jueces que ya resolvieron? ¿Suspender las elecciones primarias? Tener al país en vilo. Es la única certeza de un gobierno que depende del humor con el que amanece una sola persona..