Ésa fue la respuesta pobre a un conflicto económico que extrañamente carecía de respuestas. Los cinco líderes en los que se parcela la conducción económica escondieron ayer la inflación y ningunearon el dólar paralelo.
¿Qué confianza social podría recibir el nuevo blanqueo de capitales después de tanta falsedad y manipulación manifiestas?
La primera foto que oficializó la existencia de diversos cacicazgos en el manejo económico demostró el reconocimiento de la crisis, es cierto, aunque el contenido de esa imagen haya sido decepcionante.
Exhibió también el predominio de Guillermo Moreno sobre el resto de los funcionarios (Hernán Lorenzino, Axel Kicillof, Mercedes Marcó del Pont y Ricardo Echegaray). Moreno se mostró entre gestos de aburrimiento, conversaciones en la oreja de Kicillof y sus típicas provocaciones.
"El recaudador", lo llamó Moreno a Echegaray, a quien nunca aludió por su apellido ni por su cargo como jefe de la AFIP.
Moreno tiene una sola virtud: no sabe disimular sus fobias ni sus filias. Es evidente que se lleva a las patadas con Echegaray y ayer no se esforzó en maquillar esa disputa. Pero el jefe real de la conducción económica es él: ¿qué hacía, si no, el secretario de Comercio Interior en un anuncio de blanqueo de dólares para la construcción o para la inversión energética? ¿Qué relación tiene su función específica en la administración con esos anuncios? Ninguna. Moreno es mucho más que un secretario de Estado. Su estilo, quizá más que sus ideas, es lo que cautiva a la Presidenta. En el fondo, son muy parecidos.
Los propios datos históricos de Echegaray hacen previsible un nuevo fracaso. Mientras Kiciloff habló de 40.000 millones de dólares no declarados dentro del país (y los multiplicó por tres en el exterior), Echegaray reconoció que en el primer blanqueo de 2009 habían ingresado en el sistema sólo 4000 millones de dólares. Dicen que Moreno se conformaría con que ahora aparecieran 5000 millones. Es la cifra que, según él, el Gobierno necesita para llegar a las elecciones de octubre con una imagen distinta de la declinante economía actual.
Fue, en efecto, un reconocimiento de la crisis. Pero pareció hecho por un gobierno seguro de que cuenta con una amplia confianza social en su manejo de la economía. El problema sustancial de la Presidenta consiste, sin embargo, en que nunca contó con la confianza de la sociedad para su control de la economía. Octubre de 2011 fue un mes paradigmático en muchas cosas. Cristina Kirchner ganó ampliamente las elecciones presidenciales; el país creció en ese mes al ritmo del 10% anual y, al mismo tiempo, se fueron del sistema financiero más de 3000 millones de dólares. Los argentinos le confiaron el Gobierno, pero ya desconfiaban de su conducción económica. Ni siquiera el cepo cambiario pudo resolver la fuga de capitales; desde que comenzaron las restricciones se fueron 7000 millones de dólares del sistema financiero. La eventual confianza social en la economía se parece a una utopía.
¿Por qué los argentinos le entregarían ahora sus dólares atesorados a un gobierno que les prohibió acceder a los dólares? ¿Por qué lo harían frente a un gobierno que ayer insistió, campante, en que la inflación argentina es la del Indec? ¿Depositarían sus dólares en custodia, además, a funcionarios que se proponen derrocar al Poder Judicial?
El blanqueo servirá, como todos los blanqueos, para aquellos que deben justificar un patrimonio que no pueden explicar según las leyes impositivas. Servirá también, por vía indirecta y a través de otras personas, para blanquear el dinero de la corrupción política, como sucedió también con todos los blanqueos. Lázaro Báez, por ejemplo, no necesitará presentarse personalmente para que el Estado argentino le lave su fortuna. Podrá hacerlo a través de terceros. No debemos tampoco demonizar a una sola persona. Hay muchos Báez en la Argentina que ni siquiera tienen su actual exposición pública y judicial.
Fue conmovedor verlo a Echegaray, el jefe de los sabuesos de la AFIP, promover, casi como un vendedor ambulante, los beneficios de un blanqueo que no requerirá del pago de ningún impuesto ni tasa. Justo él, que se jacta de que perseguirá todo lo que se compra o se vende. Es moralmente injusto que en la Argentina los trabajadores paguen impuestos por trabajar, mientras no pagarán ningún gravamen los que ahorraron dólares y no los declararon.
Hay también otro sesgo tan o más inequitativo que aquel. El trabajador o el empleado no pueden acceder a dólares para cuidar sus ahorros de la devastación inflacionaria. Las prohibiciones en el mercado cambiario fueron creciendo hasta tornarse insoportables desde que Cristina Kirchner se alzó con su reelección en octubre de 2011. Pero el Gobierno se encargará ahora, al menos teóricamente, de cuidar dólares cuyo origen y volumen nadie conoce. Ni el propio Estado. La revolución cristinista y su épica sagrada se reducen, al final de cuentas, a capturar dólares norteamericanos.
El problema de la economía argentina es la inflación y, como consecuencia de ella, el precio de un dólar paralelo que amplia cada día más su brecha oceánica con el valor del dólar oficial. Ni uno solo de los cinco funcionarios que ayer se enfrentaron a los periodistas le dedicó un solo párrafo a la inflación. Moreno los mandó a los periodistas a leer los devaluados informes del Indec, en los que ni el propio Gobierno cree. Los informes del Indec comenzaron siendo pequeños retoques a la realidad para terminar convertidos ya en papeles inservibles. Ninguno de los graves problemas de la economía argentina (dólar paralelo, caída de la inversión, virtual recesión, creciente conflicto con el empleo) se resolverá si el Gobierno sigue escondiendo la inflación debajo de la alfombra. Es la madre del problema; la inseguridad jurídica la agrava aun más.
El dólar paralelo mereció sólo una chicana de Moreno. "¿Compraste ese dólar hoy? ¿Te dieron recibo? ¿Pagaste IVA?", le contestó a un periodista que le preguntó qué haría el Gobierno con el precio de ese dólar no oficial. Kiciloff había hecho una explicación conspirativa del asunto. Dijo que había una logia de economistas y empresarios que buscaban la devaluación para ganar plata. Ningún economista promovió la devaluación por sí sola, aunque varios inscribieron su necesidad dentro de un plan integral que atacara, sobre todo, la inflación.
Con conspiración o sin ella, lo cierto es que la historia registra que cada vez que hubo dos clases de dólares, el valor final de la moneda norteamericana se pareció más al del mercado ilegal que al del oficial. Según Alfonso Prat-Gay, el valor del dólar está ahora, gracias a la inflación acumulada, por debajo del promedio de la convertibilidad de la maldecida década menemista.
Se trató, al fin y al cabo, de otra fuga hacia adelante del gobierno de Cristina Kirchner. Ningún cambio. Ningún reconocimiento, aunque fuera implícito, de los errores pasados. Ningún funcionario nuevo para oxigenar un equipo económico desgastado y carente de credibilidad. Ninguna modificación importante en la dirección que ya llevó al país, otras veces, al borde del precipicio.