¿La traición puede ser elogiada? La lectura de los diarios ofrece casi todos los días declaraciones de personalidades que usan el calificativo de "traidor" como insulto y acusación de falta moral irredimible. Sin embargo, una mirada atenta sobre el sentido de la traición en países poco normales, como la Argentina, puede revelar sorpresas.
En Anatomía de un instante , Javier Cercas escribe: "A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de traición y la traición, una forma de lealtad". Según el autor español, la traición es la condición que definió a los héroes que desmontaron las cuatro décadas del franquismo y construyeron la democracia en España. El héroe principal fue el político Adolfo Suárez, que traicionó al movimiento político franquista. Sus coadyuvantes fueron el general Gutiérrez Mellado, que traicionó a los militares franquistas, y el secretario general del Partido Comunista Santiago Carrillo, que traicionó a sus camaradas. Esos tres héroes, cada uno en su campo de acción, traicionaron los juramentos de lealtad con su pasado y construyeron una democracia moderna como España nunca había conocido. Considerando la herencia de aproximadamente 300.000 muertos y 1.000.000 de exiliados por todo el mundo, fruto de tres años de guerra civil y casi cuatro décadas de dictadura fascista, era imposible imaginar que la consolidación de la democracia se realizaría en escasos seis años, desde 1975 hasta 1981.
Cuando la Argentina recuperó la democracia en 1983, no se encontraba en una situación peor que España cuando inició la transición después de la muerte de Franco. Sin embargo, aquí pasaron treinta años y el país continúa dividido y el Estado de Derecho democrático está en terapia intensiva, con riesgos de vida cada vez más graves. No puedo dejar de ver ciertas analogías entre el golpe de Estado de los franquistas en España, en 1981, con el "golpe" que el kirchnerismo más radical está dando ahora contra la República, con su tentativa de controlar al Poder Judicial como si fuese un ministerio más del Gobierno. Aunque no encontremos aquí la violencia que hubo en España, ambos movimientos tienen en común ser golpes dados desde dentro del sistema por sus sectores más radicales, franquistas allá, kirchneristas aquí.
Supongamos que Javier Cercas tenga razón. ¿A quiénes habría entonces que traicionar en la Argentina para sacar al Estado de Derecho de terapia intensiva y consolidar nuestra democracia?
Tratemos de identificar a los principales actores políticos que componen el actual sistema de poder kirchnerista y veamos de dónde extraen su legitimidad; hecho esto sabremos qué deberán traicionar los héroes de la futura democracia argentina.
Revisemos el pasado reciente para ver quiénes fueron las principales fuerzas políticas del país. Alguien podría argumentar que los militares y los sectores capitalistas ocuparon tradicionalmente el primer lugar. Pero no es el caso ahora; esos sectores están hoy bastante desprestigiados y con más miedo de abrir la boca que el ciudadano común. Merecidamente o no, son puestos de rodillas, si es necesario, por funcionarios del segundo escalón del Gobierno. En consecuencia, no tiene sentido pensar que el kirchnerismo se está radicalizando debido a presuntas amenazas que vienen de esos sectores. Lo mismo podría decirse del sistema político partidario no peronista. Los propios intelectuales kirchneristas no se cansan de repetir que la oposición no existe, y, prácticamente, tienen razón.
¿Qué nos queda entonces? Nos resta el peronismo y la guerrilla montonera de los años 70. El kirchnerismo se alimentó y continúa alimentándose de esas dos tradiciones políticas. No todos, pero una parte significativa de cuadros del peronismo y de la guerrilla están hoy en el Gobierno y la mística del kirchnerismo se extrae del pasado de esas fuerzas. Pero si las únicas fuerzas con poder político hoy en la Argentina están en el Gobierno, ¿contra quiénes entonces dan el golpe los sectores radicalizados de esas mismas fuerzas? No puede ser contra ellos mismos, la locura no llega a tanto.
Podemos concluir que el golpe institución que estamos sufriendo es contra la sociedad en su conjunto y contra la ciudadanía en particular. Los radicales del kirchnerismo golpean porque quieren continuar disfrutando del poder. Quieren continuar viviendo como marajás por el resto de la vida y para eso precisan que el kirchnerismo se eternice. Quien no ve que el actual golpe institucional es la condición preparatoria de la reforma constitucional para la reelección perpetua de Cristina Kirchner, así como para la reproducción no menos perpetua de los "privilegios" de ella y sus amigos, es porque se encuentra mirando la sombra de las llamas en el fondo de la caverna. La verdad es tan simple que basta querer verla.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué traidores precisamos para impedir este golpe? La respuesta es obvia, precisamos de traidores al kirchnerismo en sus dos principales variantes, peronista y montonera.
Precisamos de peronistas honestos y coherentes, que los hay y son muchos, que se animen a traicionar la mística peronista y le cuenten al pueblo lo que saben. Que le digan que la mayoría de los líderes peronistas han sido traidores al espíritu republicano y a la democracia, y que los honestos tuvieron poco lugar. Incluido Perón, que, entre otras genialidades, primero endiosó a las organizaciones guerrilleras peronistas, antes de que Cámpora subiera al poder, para después acusarlas de la matanza de Ezeiza, en donde habían muerto, sobre todo, militantes de la JP. Fue él también quien dio el golpe de gracia a la precaria república surgida en 1973, cuando obligó a Cámpora a renunciar después de pocas semanas de gobierno, para atender a su vanidad personal de volver a ser presidente junto con la incompetente de Isabelita como vicepresidenta y un brujo como mano derecha.
De la misma forma, precisamos ex guerrilleros honestos, que los hay y también son muchos, que se animen a traicionar la mística montonera. No precisamos de intelectuales o militantes que en los años 60 o 70 la vieron pasar de cerca, precisamos ex guerrilleros, personas que sepan de lo que se está hablando cuando alguien quiere eternizar el gesto idealista y ciego que nos llevó al sacrificio inútil. Precisamos ex combatientes que den testimonio del triste papel cumplido por la revolución cubana, que llevó a numerosos militantes de izquierda a pensar que no había otro camino que la lucha armada. Que digan que la generación del 60, en lugar de reforzar la democracia de los gobiernos de Frondizi e Illia, se preparó ideológicamente para hacer la revolución a cualquier precio. El golpe militar de Onganía funcionó como justificación de intenciones que eran anteriores, por eso a nadie sorprendió que la violencia revolucionaria continuase en 1973. Que digan en voz alta que nuestros líderes quisieron que nos pusiésemos contentos cuando Videla dio el golpe, mientras ellos se marchaban al exterior para preservarse.
Los españoles querían la democracia. Las manifestaciones multitudinarias que vimos en las calles en los últimos meses confirman que muchos argentinos la quieren también.¿Por qué entonces después de treinta años de democracia no surgieron todavía en la Argentina traidores equivalentes a los héroes españoles mencionados? ¿Por qué no se rompe con la podredumbre del pasado? ¿Por qué la mayoría de los argentinos mantiene una lealtad con los actores y valores responsables, precisamente, por ese pasado? Que cada uno se lo pregunte y gane el derecho de mirar de frente al ambiguo ser nacional que surge de nuestra historia. Es hora de que todos juremos lealtad a la Constitución tal como ella está y la dejemos en paz por una buena cantidad de años. A pesar de sus posibles defectos, ella es hoy el único factor unificador, incluyente y reconciliador que existe en la Argentina. Quienes la golpeen serán responsables de males que esta vez pueden ser irreversibles.