Nada debería ser igual, en la Argentina, después del desastre de la semana pasada. Ni la manera de pensar y gestionar de Cristina Fernández, Daniel Scioli y Mauricio Macri, solo para nombrar a los principales responsables políticos. Ni las prioridades de las acciones de los gobiernos. Ni la forma de comunicar de los voceros oficiales. Ni la de vincularse con los medios y con la sociedad. Empecemos por el principio. No hay excusas para un gobierno de un país que creció al ritmo de tasas chinas desde 2003 hasta 2008 y que viene aumentando su recaudación tributaria a niveles récord.

Debió haber encarado un plan de infraestructura básica que incluyera, por supuesto, las obras cloacales mínimas para evitar que las inundaciones se transformaran en tragedia. Debió haber prestado su aval para que distritos como la ciudad de Buenos Aires pudieran construir más aliviadores en los arroyos Vega, Medrano y Maldonado.

Debió haber permitido que provincias como Santa Fe y Córdoba, entre otras, se endeudaran para hacer obras de infraestructura duraderas. En vez de eso, prefirió gastar el presupuesto en acciones de aplauso rápido y voto seguro, como la propaganda oficial, el Fútbol para Todos, el mantenimiento in eternum de planes sociales que ya deberían haber sido reemplazados por trabajo genuino, y una política de subsidios combinados con corrupción cuya síntesis más escandalosa fue la tragedia ferroviaria de Once.

Sigamos por el gobierno de la Ciudad. Porque tampoco debería, por ejemplo, justificar su ineficiencia solo por la mezquindad de la administración nacional. Como acaba de publicar el equipo de chequeado.com, en la Ciudad se registró subejecución presupuestaria en el rubro construcción de obras pluviales que pudieron haber mitigado, en parte, semejante desastre.

Lo que pasó en La Plata parece mucho más grave. Y no solo por la cantidad de muertos y las pérdidas materiales. Sino porque viene precedido de décadas de administraciones irresponsables que no quisieron oír las advertencias de los expertos una y otra vez. Lo más serios anticiparon dos razonamientos sencillos y brutales. El primero: que La Plata, tarde o temprano, iba hacer eclosión si se seguían autorizando megaconstrucciones dentro y fuera del casco urbano a un ritmo inusitado. El segundo: que si no se hacían obras pluviales las inundaciones serían cada vez más graves y con mayores consecuencias.

El tuit mentiroso del intendente Pablo Buera parece el acto final de una obra signada por la irresponsabilidad no solo de él mismo, sino también de Julio Alak, su antecesor y actual ministro de Justicia, quien administró la ciudad desde diciembre de 1991 hasta el mismo mes de 2007. Alak tampoco reaccionó ante los pronósticos de los ingenieros hidraulicos y los urbanistas. Lo mismo puede decirse sobre la preparación para afrontar la emergencia. No se entiende por qué permanece desactivado, desde el año 2000, el Sistema Federal de Emergencia, que hubiera permitido una coordinación central más rápida y más eficiencia. ¿Dónde estuvieron el ministro del Interior, Florencio Randazzo, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, el de Salud, Juan Manzur y el resto del gabinete?

La falta de coordinación en las tareas de ayuda en la provincia no pudo ser disimulada ni con la presencia de la Presidenta Cristina Fernández, en Tolosa, el barrio de la casa de su infancia, ni la del gobernador Daniel Scioli, ni la de la ministra Alicia Kirchner. Que los hayan insultado y confrontado a viva voz es un dato anecdótico comparado con el dolor de perder a una madre o un hijo.

Quizá el aterrizaje del helicóptero presidencial y su caminata con botas negras de goma hayan evitado que la bronca y el enojo se concentraran solo contra Ella, pero eso no la eximirá de su responsabilidad por no haber hecho las obras y no haber organizado la emergencia. Tampoco la hiperactividad del secretario de Seguridad, Sergio Berni.

Los expertos en catástrofes saben que antes que el barullo lo que se impone es la organización y la planificación, y recién después las felicitaciones al equipo de emergencia y el agradecimiento a los voluntarios.

El jefe de gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, insiste con que los trabajos de rescate fueron exitosos, y que su equipo de 600 personas está considerado como uno de los mejores de América Latina. Pero sus dichos se contradicen con la confusión e impotencia que reinaron durante las primeras horas, cuando los vecinos de los barrios de Saavedra y Nuñez se despertaron, en plena madrugada, con casi un metro de agua en cada una de sus casas. La inundación también dejó, entre otras cosas, un ranking de miserables, liderado por quienes quisieron sacar ventaja del desastre de la inundación en la Ciudad hasta que los tapó el agua de la inédita lluvia en la provincia de Buenos Aires.

Si, de verdad, el clima social que está imperando ahora mismo es una suerte de segunda parte del que se vayan todos que dominó a la Argentina a partir de diciembre de 2001, esos miserables deberían ser los primeros de la lista, como se manifestó una y otra vez en las redes sociales.

¿Podrán servir los más de sesenta muertos, los más de 5 mil millones de pesos que se perdieron, y la energía de los recuerdos y los años de trabajo que quedaron debajo del agua para cambiar, de manera profunda, la conducta de las principales figuras políticas? Si la primera señal es la reacción del diputado Andrés El Cuervo Larroque ante la pregunta del periodista Juan Miceli, de Canal 7, no deberíamos ser muy optimistas. Miceli le preguntó, con todo respeto, si no le parecía inconveniente que estuvieran repartiendo donaciones con la pechera de La Cámpora. Larroque se enojó. Le hizo saber que la pregunta no sumaba.

Después lo desafió a que fuera a la Facultad de Periodismo de La Plata a ayudar. En el Planeta del Relato Oficial, Miceli, quien ya había sido castigado por la Gerencia de Noticias al pasarlo del noticiero de la noche al del mediodía, debería ser despedido del Canal Público. Pero si la Presidenta hubiera aprendido algo de lo que pasó, le ordenaría a Larroque que le pidiera disculpas. Y haría público ese gesto de arrepentimiento.