Ni sobredimensión ni empequeñecimiento. Encuadrada en ese equilibrio, la victoria del gobernador Daniel Peralta sobre La Cámpora en las internas del PJ de Santa Cruz debería ser interpretada como una consecuencia lógica del distanciamiento que Cristina Fernández tomó del peronismo, en especial, desde la muerte de Néstor Kirchner.
Nada indica, todavía, que ese fenómeno pueda transformarse a futuro en una epidemia política y electoral para el cristinismo. Pero Santa Cruz sería la primera advertencia sonora recibida por la Presidenta en torno a la ingeniería que resolvió instrumentar desde que obtuvo el segundo mandato. En su nuevo sistema le concedió absoluto dominio a La Cámpora y a los movimientos sociales.
Relegó a los peronistas y a los sindicatos.
El peronismo clásico que sigue detrás de ella lo hace por necesidad, por miedo o simple obsecuencia.
También convendría apuntar una diferencia entre los camporistas y los dirigentes sociales.
Los primeros desempeñan una doble función que a los segundos no les compete: están, en simultáneo, en la gestión de Gobierno y, también, en la tarea de ir desplazando al peronismo del plano institucional y partidario. Sobre su capacidad y transparencia de gestión se han instalado mil sospechas en la vida pública, más allá de las loas que les suele regalar Cristina. Peralta le acaba de propinar a un porrazo severo a la ambición camporista de convertirse en la hipotética renovación del PJ.
La batalla perdida, vale recordarlo, llevó como estandarte a Máximo Kirchner. La geografia de esa contienda fue, por otra parte, Santa Cruz, fortaleza familiar de los Kirchner desde la década del 90. Peralta se alzó con el triunfo en 10 de los 14 distritos, entre ellos los más poderosos, Río Gallegos y Caleta Olivia. Apenas salvó su parte Javier Belloni, intendente de El Calafate, el lugar en el mundo de Cristina.
El impacto en el cristinismo fue importante.
Los pases de facturas vienen rodando desde el domingo y uno de los blancos es el hijo de la Presidenta. ¿Cómo se perdió a manos del burócrata Peralta? ¿Cómo no se previó la situación? ¿Por qué razón sólo se le pidió intervenir en la campaña al ministro de Defensa y ex gobernador provincial, Arturo Puricelli? ¿Por qué Máximo ni siquiera concurrió a votar? Las preguntas se las hacen algunos connotados camporistas del orden nacional. Varias respuestas no constituirían ninguna novedad.
Máximo pretende conducir desde las sombras, con poco esfuerzo y poca exposición.
Ese mecanismo rinde frutos cuando se trata de influir en el Estado. Allí aparece siempre tendida la mano generosa de Cristina. Pero el horizonte se complica ni bien resulta imprescindible salir a la intemperie, en el peronismo o en el ruedo electoral. Los errores de cálculo quedaron a la vista. La Cámpora creyó en un triunfo con las cifras parciales de El Calafate y Caleta. Por eso la Presidenta regresó el domingo a la tarde a Río Gallegos, dispuesta a un festejo. Después llegó la decepción.
Peralta también tuvo sus méritos. Tapizó sus deficiencias administrativas librando guerras virtuales contra los “demonios” de la provincia. La Cámpora se ofreció desde muy temprano como un partenaire propicio. El gobernador subió a la escena a Julio De Vido. El ministro de Planificación restringió recursos a Santa Cruz. Los mismos que, sin muchas vueltas, se ocupó de girar a Chubut y Río Negro. De Vido es ahora uno de los hombres mas impopulares en su provincia de adopción. Peralta también echó mano a la figura de Cristóbal López. Al empresario multirubro le endilgó los problemas con la producción petrolera en la zona y la proliferación de conflictos gremiales.
Ese elenco encajó a la perfección con sus necesidades políticas. Encajó también con una realidad que sacude a los santacruceños: el modelo K se ha resquebrajado porque el Estado ya no logra convertirse en sostén.
Hace dos años que los empleados estatales no reciben actualización de sus salarios.
Con Cristina, Peralta tuvo más cuidado durante la campaña electoral. Algo los perdió luego de la victoria, al lanzar una frase que a ella se le pudo atragantar: “Señora Presidenta, teléfono. El peronismo está en otro lado”, gozó.
El gobernador tendrá ahora facultades para manejar el congreso partidario.
Puede decidir sobre la integración de alianzas y las candidaturas legislativas para las primarias de agosto. Habrá que ver cómo lo hace: si pasando por encima de La Cámpora o buscando su anuencia. El gobernador, con añejo olfato peronista, no pierde de vista algo: las legislativas de octubre vienen en Santa Cruz mal perfiladas para el oficialismo. Sobresale allí otra vez la figura del radical Eduardo Costa. Peralta no querría quedar, en ese caso, como único padre de una derrota.
Peralta recibió luego de su éxito dos felicitaciones públicas. Las de Hugo Moyano, titular de la CGT, y José de la Sota, mandatario de Córdoba. Hubo otras que prefieren conservarse anónimas.
Moyano y De la Sota estarán mañana, de nuevo, en una cena junto a Roberto Lavagna. En la ocasión se amplió el espectro de invitados: habrá una treintena de dirigentes bonaerenses, entre ellos Graciela Camaño y el gastronómico Luis Barrionuevo.
¿Se sumará Peralta? Probablemente no, para no pecar de oportunismo. Ya habría tiempo, mas adelante, para sumarlo al desquite que vendría urdiendo el peronismo.