Diana Conti se está convirtiendo en la versión femenina y kirchnerista del gastronómico Luis Barrionuevo, cuando en los 90 blanqueó brutalmente lo que muchos dirigentes de la época decían en privado ("para arreglar este país, hay que dejar de robar por dos años"). Como si encarnaran el inconsciente de sus fuerzas políticas, ambos dejaron ver con sus respectivos sincericidios las verdades más incómodas, pero más reveladoras, de las culturas políticas en las que participan o participaron. Porque tanto Conti, cuando ahora exige públicamente el disciplinamiento del gobernador Daniel Scioli como Barrionuevo en su momento o como Andrés "El Cuervo" Larroque, el jefe de La Cámpora, cuando en 2011 confesó que los jóvenes K no querían cargos para cuatro años más sino "para cuarenta años más para poder cambiar la Argentina", no hicieron más que blanquear, sin filtro, lo que la Presidenta y sus funcionarios piensan en privado, pero maquillan en público.
Ambos dejaron ver con sus respectivos sincericidios las verdades más
incómodas, pero más reveladoras, de las culturas políticas en las que participan
o participaron
La misma espada oficialista que, cuando nadie lo admitía en público, salió a
postular una "Cristina eterna" blanqueando, de nuevo, un deseo secreto y hasta
entonces oculto -la quimera de la re-reelección, como única estrategia de
supervivencia del kirchnersimo-, ahora volvió a poner en blanco sobre negro en
qué áspero punto se encuentra la pelea por la sucesión dentro del peronismo.
Porque, en definitiva, de eso se trata, en última instancia, la guerra entre
Cristina y Scioli. Conti ventiló tres verdades fundamentales de esa batalla: el
Gobierno le negará a Scioli el derecho a mechar candidatos propios en las listas
de octubre -quitándole así el derecho a configurar una Legislatura más afín-,
puso en debate la irritación que provoca en el oficialismo la ambigüedad del
gobernador y fue clarísima acerca de una certeza que Cristina amasa, en la
intimidad, desde hace mucho tiempo: que Scioli está jugando en secreto para el
opositor Francisco De Narváez.
Se la podrá acusar de antidemocrática a Conti, como le endilgaron desde La Plata o desde el peronismo opositor, pero jamás de mentirosa. No es poco en el juego de la política, en el que los políticos interpretan papeles como si fueran actores y los jugadores nunca dicen en público lo que plantean en privado, y por eso necesitan del periodismo político para traducir la ambigüedad.
Justamente, Scioli es un maestro en el terreno de los gestos y la ambigüedad política, dos artes que enloquecen al kirchnerismo. "Y es ése juego de la ambigüedad el que más le conviene porque cosecha de todos los tableros, incluso del voto kirchnerista moderado", interpreta el politólgo Marcelo Leiras, investigador y docente en la Universidad de San Andrés, especializado en el estudio de los partidos políticos en la Argentina.
Volvió a poner en blanco sobre negro en qué áspero punto se encuentra la pelea por la sucesión dentro del peronismo
Efectivamente, en el caso de que CFK no encuentre sucesor en 2015, los kirchneristas moderados (un electorado nada despreciable) estarían dispuestos a votar al gobernador, según muestran los sondeos ¿Sería entonces inteligente romper ahora? ¿O es que hay demasiados interesados, desde la oposición y otros sectores, en que Scioli rompa ahora?
Más bien, y por ahora, Scioli parece buscar con astucia su herencia. El modelo kirchnerista, del que se cree legítimo heredero, en un contexto en el que la probabilidad de la re- reelección suena cada vez más improbable. No se cansa de repetir en la intimidad que Néstor lo eligió cuatro veces: una, para ser su vicepresidente, otra para ser su vicepresidente en el PJ, luego para secundar como diputado al propio Kirchner y finalmente para ser gobernador.
"El escenario es el mismo que se daba entre [Eduardo] Duhalde y Carlos Menem en el 97, a dos años de la elección presidencial -tercia Leiras-. Entonces, como ahora, había un gobernador que se creía el heredero natural del PJ y un presidente sin posibilidad de ser reelecto. La diferencia es que Scioli es mucho menos explícitamente antikirchnerista de lo explícitamente antimenemista que era Duhalde".
Lo que está en juego es, ni más ni menos, que la herencia peronista, ésa es la pelea de fondo, más allá de los combates cotidianos (como ahora el conflicto docente, que es sólo un síntoma, y en sucesivos rounds estaremos hablando de otra cosa), que apenas maquillan el furioso trámite sucesorio. Y Leiras, que justamente se ocupa estudiar las reglas que rigen los partidos políticos y el proceso de fragmentación que tuvo lugar en la Argentina, acerca otro motivo histórico de confusión: la ambigüedad en el testamento del propio fundador del movimiento, el general Perón, cuando no dejó como heredero a nadie en particular sino a un conglomerado: el pueblo. "Y bueno, todavía lo estamos buscando", bromea Leiras, que también es investigador en el Conicet.
Más bien, y por ahora, Scioli parece buscar con astucia su herencia
Cuando Néstor y Cristina Kirchner apostaron a una alianza con los jóvenes para construir "un puente entre generaciones", lo que más fuertemente pretendían evitar era "entregar el modelo" a dirigentes como Scioli. No hicimos todo esto para que se lo quede Scioli, es la frase de Cristina Kirchner ante los jóvenes K.
"El problema del peronismo es que carece de reglas para llevar adelante el trámite sucesorio. En las democracias fuertes, están las primarias, en las monarquías, el trono es del primogénito o la primogénita. En el Pri, de México, funcionó durante muchos años el "dedazo", una regla no escrita pero que funcionaba maravillosamente bien, por la cual el presidente saliente tenía derecho a dejar a su delfín, entre otras cosas, para que le garantizara inmunidad judicial. Aquí no hay nada parecido, por lo que sería muy importante este año que se celebraran las Paso [primarias abiertas obligatorias]. Sería una manera de institucionalizar una regla y de mostrar compromiso con la institucionalidad", plantea Leiras.
Es que, tal como lo impulsó Néstor Kirchner después de su derrota de 2009, para las legislativas de este año, debería haber una interna previa a las generales, sobre todo en una elección en la que, todo indica, no habrá una figura aglutinante como Cristina o Scioli, capaz de traccionar el 50 por ciento de los votos. Las reglas claras, más allá de lo que le convenga o no al Gobierno en cada momento, podrían ser también un buen remedio, no solo para mostrar compromiso con la institucionalidad, sino para aclarar la ambigüedad, ese estilo político tan argentino.