Al no existir un rumbo claro, predomina el cortoplacismo y los problemas se patean para adelante.

Al establecer el régimen de control de cambios, el Gobierno ingresó en un laberinto. A los golpes, chocándose con las paredes, va buscando una salida. En este desgaste se ha desnaturalizado la función del Banco Central como ente rector en la política monetaria y cambiaria. Cada día que pasa queda más claro que las decisiones que le competen a la entidad se toman en la Secretaría de Comercio, en la AFIP y en la Secretaría de Hacienda. Mientras el Central sea nada más que una chequera del Gobierno, el tema cambiario nos traerá más sobresaltos. Más aun, se nota en los funcionarios falta de idoneidad en el manejo de estos temas. Sólo así puede entenderse el establecimiento de una alícuota del 20% para las compras con tarjeta de crédito en el exterior y para todo el sector turismo. La forma en que se toman decisiones demuestra inseguridad, titubeos y la señal hacia todos nosotros de que ésta no es la última movida, que queda más por venir.

Frente a este panorama, la Presidente decidió convocar a distintos miembros de su gobierno que tienen dos características distintivas: no son un equipo y tampoco tienen conocimientos y experiencia suficiente para lidiar con esta tensión cambiaria. El resultado no puede ser otro que la profundización de los controles junto con la búsqueda de chivos expiatorios, subrayando que los problemas están fuera del Gobierno.

En este escenario resulta de dudosa probabilidad que Cristina adopte formalmente una política de tipo de cambio múltiple. Difícilmente pueda entender las supuestas "bondades" de esta política. Pero además ha decidido sentarse sobre las reservas porque las considera un elemento central para llegar sin mejores sobresaltos al término de su mandato. Por lo tanto, no está dispuesta a reabrir la posibilidad de compra para fines de ahorro y ni que hablar de la posibilidad de distribuir los dividendos que emanan de las ganancias empresarias.

Más aún, el Banco Central se encuentra con un balance muy deteriorado para enfrentar los crecientes problemas cambiarios. La utilización de reservas para pagar deudas no sólo genera atraso cambiario y mayor tensión inflacionaria sino que, además, ya no alcanza para garantizar la estabilidad cambiaria.

En este contexto, el Gobierno optará por seguir imponiendo restricciones en las filtraciones que aparezcan en el régimen cambiario junto al apriete a los exportadores para que liquiden divisas.

La Argentina tiene otro camino, que es el de la expansión dejando atrás la asfixia de las restricciones. Claro que, para lograrlo, es necesario un plan y un equipo solvente para ejecutarlo. Un plan con reglas claras, permanentes, que dejen atrás la improvisación. Esta vez no hay más tiempo para corregir. Sólo es preciso un plan económico solvente y consistente.