Predecir el comportamiento del dólar y de la economía en general, más que del análisis económico, se corresponde con el oficio de adivinador.
En los últimos días se ha escuchado y leído en distintos medios todo tipo de acusaciones sobre una suerte de codicia de los productores, sobre todo de soja, quienes supuestamente tentados a retener la mercadería, operarían indirectamente en contra del valor de nuestra moneda.
Es cierto: el agro es preponderante en la balanza comercial y por ende en la relación del peso con el dólar.
Repasemos el volumen de las divisas que provienen de éste. Para este año, la agricultura podría permitir la entrada de aproximadamente 35 mil millones de dólares. De este importe, sólo por soja y su complejo, ingresarían cerca de 27 mil millones de dólares. Obviamente, el Banco Central aguarda con ansiedad extrema.
Así las cosas, y como todos los años para estas fechas, se aguarda una importante entrada de dólares provenientes de las exportaciones del sector que debería aquietar las revueltas aguas del mercado cambiario.
Analicemos el tema más profundamente.
Y digámoslo claramente: la sociedad en general, o mejor dicho los operadores económicos de todo tipo, apuestan hoy a una futura devaluación. Resulta lógico que así sea, pues a esta altura del programa económico (del “modelo”) lo más barato es el dólar. O mejor dicho, es el peso (en el mercado oficial) la moneda está cara y si no baja es porque el mercado oficial está intervenido. Por ello, nadie lo quiere tener; y menos, atesorar.
La pregunta, entonces, es si el agro espera una devaluación. Y en tal caso, ¿valdría la pena que retuviese mercadería?
La cuestión de la retención de soja se ha convertido en un tema de discusión política. ¿Hasta qué punto habrá el alto nivel de retención que algunos se empeñan en publicar?
Es cierto: el ritmo de depreciación de la moneda seguirá, seguramente, un ritmo ascendente. Porque es necesario que la economía pierda lo menos posible su competitividad.
Pero hay un problema. En este tramo del programa económico, las expectativas negativas y la gran expansión monetaria alientan un mayor crecimiento en la tasa de inflación. A su vez, el dólar “blue” incentiva, también, la inflación.
Las expectativas negativas no salen de la nada. Vienen de la inflación y del déficit fiscal crecientes, de la fuerte presión tributaria, del control de importaciones, de los controles parciales de precios, del deterioro en las relaciones financieras con el exterior, del mercado de cambios controlado, de la baja en la inversión, de la menor creación de empleo privado y del desgaste en la infraestructura y entrega de bienes públicos.
La economía está entrampada en este círculo vicioso, donde las expectativas actúan en su contra.
Por eso, el productor tratará de retener. Pero no lo hará por un motivo especulativo sino por falta de opciones ya que nuestra moneda está sometida a la pérdida de valor derivada de la alta inflación. Y porque además, debe afrontar los compromisos contraídos a lo largo de la campaña, en un marco de estrecha rentabilidad.
No olvidemos que hay zonas del país y lotes que han sido castigados por las inclemencias del tiempo que derivan en un bajo rendimiento por hectárea. Y que el volumen global no será lo que se predijo.
No retendrá por motivos especulativos por una razón: frente al proceso de depreciación de la moneda en el mercado oficial, la tasa de inflación debería afirmarse. En suma, un grano de soja de hoy (suponiendo el mismo precio internacional) tendrá igual o menor poder adquisitivo mañana. Porque no están dadas las condiciones para que la tasa de devaluación logre superar la tasa de inflación.
Se podrá decir que, en tal caso, las autoridades se inclinarán por una devaluación fuerte y sorpresiva. Este es un escenario que no podemos descartar. Pero tal herramienta conlleva terribles peligros. Hay algo que castigaría directamente al agro: si hubiese una devaluación en estos términos, seguramente, se aumentarían los derechos de exportación con el pretexto de neutralizar o amortiguar sus efectos sobre la canasta familiar y, obviamente, con el fin de aumentar los ingresos fiscales.
En este contexto, se debería apostar a un gradual pero acelerado desprendimiento de la soja. Porque el aliciente para retener no va a provenir de la expectativa de una devaluación sino, y en todo caso, de la posibilidad de una mejora en el precio internacional por los bajos stocks internacionales y por la eventualidad de una campaña complicada en EE.UU.
Porque, una vez superado el período de sobre-oferta sudamericana, es factible que los valores mejoren. Habrá que mirar al norte.