El paisaje entrerriano ofrece cambios permanentes. En pocos kilómetros, entre monte y monte, se pasa de los campos bajos ganaderos a zonas en las que la agricultura logra hacerse lugar. Pero los suelos nunca dejan de ser un enorme desafío para los productores. Bien lo sabe la familia Cerini, que en el sur de esta provincia encontró un planteo que a partir de la diversificación de cultivos y la cobertura permanente del suelo le brinda beneficios financieros, logísticos y, sobre todo, agronómicos. Sus cartas incluyen colza, trigo, cebada, arvejas, garbanzos, maíz, soja y semillas forrajeras como la avena, la cebadilla y el sorgo.
Según explica el ingeniero agrónomo Gerónimo Cerini, los ondulados suelos entrerrianos son muy pesados, se saturan rápido y tienen una velocidad de infiltración mucho menor a los de la pampa húmeda. “Con lluvias como las de este año, los suelos se erosionan y los rastrojos terminan amontonados contra los alambrados. Por eso, la siembra directa en Entre Ríos implica necesariamente el uso de terrazas y la rotación permanente de cultivos. Este año, con tanta lluvia, no hubo diseño de terrazas que resistiera. Por eso es fundamental agregar la cobertura permanente”, explica.
Su padre, Alberto Cerini, lo ilustra de la siguiente manera: “A Entre Ríos le dicen que tiene los suelos del día domingo, porque el sábado no podés sembrar por barro y el lunes no podés sembrar por seca. Son los famosos vertisoles. Con la siembra directa se ha domesticado bastante, pero esas cosas siguen pasando”.
Gerónimo y Alberto están al frente de la parte agronómica de la empresa familiar, llamada El Hinojo, que se completa con Dolores, la hija mayor, encargada de la administración. La madre, Noemí, es la dueña de una parte de los campos sobre los que trabajan, y Juan Pablo, el otro hijo, es abogado y colabora en la supervisión de los contratos. Toda la familia está subida en el mismo barco. En total, la empresa cuenta con 25 personas.
Sumando campos propios y alquilados, los Cerini manejan 8.000 hectáreas entre los departamentos de Victoria, Nogoyá, Tala y Gualeguay. Pero las hectáreas cultivadas ascienden a 15.000 por año, ya que hacen doble cultivo sobre toda la superficie. Esta parece ser la clave del éxito.
“En Entre Ríos, en agosto llovieron 250 milímetros, casi el doble de la media, y en octubre cayeron 400 milímetros. Esto implica un corrimiento fenomenal, y si uno tiene los campos “desnudos”, sin cultivo, es una bomba de tiempo”, explica Gerónimo, y cuenta que la rotación teórica de la empresa es 25% de trigo/soja, 25% de cebada cervecera/soja, 25% de colza/soja y 25% de alguna legumbre/maíz de segunda.
Mientras observa la trilla de los últimos lotes de colza en un campo de la localidad de Gobernador Solá, muy cerca de Nogoyá, comenta que éste fue un año complicado para los cultivos de invierno, y la colza no fue la excepción. Hace pocas semanas hubo un fuerte viento que sacudió a las plantas y dejará su huella en el rinde final. Aun así, este delicado cultivo puede brindar muchas satisfacciones. “En lo agronómico, la colza no comparte nada con el trigo y la cebada, salvo el nitrógeno. La colza necesita mucho azufre, con lo que incorporamos un elemento que no veníamos usando. Además, tiene un sistema radicular totalmente distinto, con una fuerte raíz pivotante que rompe cualquier estructura”, explica el ingeniero. Después de la colza, se aplicará el herbicida 2,4D para controlar a la rama negra y la soja ocupará estos campos.
Más al sur, en la zona de Victoria, los Cerini tienen lotes sembrados con arveja y garbanzo. “Estos cultivos tienen un sistema radicular diferente, son leguminosas y fijan nitrogeno del aire, por lo que los usamos como antecesores del maíz. Así, el cereal nace bien verde y tiene un crecimiento explosivo”, dice Gerónimo.
Los cultivos de invierno se completan con trigo, cebada cervecera, avena y cebadilla. Estos dos últimos tienen como destinatario a una empresa de semillas. Se trata de cultivos de nicho, algo que los Cerini suelen ver con buenos ojos en su afán diversificador. De hecho, en los últimos años también hicieron amaranto a pedido del Indear, que lo utiliza con el objetivo de mejorar la adaptación del cultivo a nuevos ambientes.
Pero el trigo es el cultivo invernal que más espacio ocupa. Este año, los Cerini estiman que entre un 15% y un 30% de las espigas están afectadas por fusarium, pero la ecuación igual es positiva: el cereal tiene una enorme importancia porque genera un rastrojo duradero que le aporta estabilidad a los suelos.
El verano es principalmente del maíz y la soja, pero con la premisa del doble cultivo hay que hablar siempre de cultivos de segunda. Según explica Gerónimo, las diferencias entre los cultivos estivales de primera y de segunda en Entre Ríos no son tan amplias como lo pueden ser en otras regiones, por lo que el balance final favorece al doble cultivo.
“Tenemos sojas de primera de 25 quintales promedio, mientras que en la soja de segunda el promedio es de 20 quintales. En los promedios, tenemos ambientes de mucho más potencial para la soja de segunda que para la de primera”, dice el ingeniero. “Además, los cultivos de segunda requieren menos herbicidas, menos semilla y menos fertilizante, por lo que su implantación es más económica”. Su padre agrega que una hectárea que factura dos veces siempre será más conveniente.
“Habitualmente nos preguntamos cuál es la mejor rotación para generar el mejor resultado económico y financiero, y la conclusión es que en esta zona no nos convienen los cultivos de primera. Acá, si llueve poco o demasiado, el promedio para el maíz puede ser de 65 quintales, y con eso no se cubren los gastos de arrendamiento”, dice Alberto.
Igualmente, gracias a que la colza y la cebada liberan los campos más temprano que el trigo, gran parte de la soja de segunda se siembra en fechas muy tempranas. “En los últimos años, la soja de segunda sembrada después de la colza tuvo promedios de 27 quintales”, destaca Gerónimo.
Este verano, además de soja y maíz, los Cerini sembrarán cerca de 300 hectáreas de sorgo para semilla en un lote bajo riego por pivot, en Nogoyá.
Con tantos cultivos distintos, la empresa cuenta con un flujo financiero casi permanente, porque cada uno tiene su plazo para ser fijado y cobrado. Además, los Cerini tienen cinco equipos de siembra, dos cosechadoras grandes y dos pulverizadoras, a las que les dan un uso permanente gracias al planteo diversificado. Casi la totalidad de las labores es realizada con su propia maquinaria.
“Con semejante dispersión de fechas de siembra, de períodos críticos de los cultivos y de cosecha, tenemos una eficiencia en la maquinaria que es notable. Los fierros están siempre en movimiento”, dice Gerónimo, y su padre agrega: “En Estados Unidos, una cosechadora tiene un promedio de utilización anual de 350 hectáreas, y las nuestras hacen 4.000”.
De esta manera, con las fichas puestas en muchos casilleros, esta familia minimiza los riesgos y logra estabilidad en un terreno muy complicado. Y los suelos lo agradecen.