Una consecuencia de la crisis que sacudió a la ganadería vacuna es el cierre transitorio o definitivo, según los casos, de 120 industrias frigoríficas, 30 de las cuales están radicadas en la provincia de Santa Fe, a las que se suman las localizadas en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos. En conjunto, el desempleo alcanza a unos 10.000 empleados. Entre las muchas crisis que sufrió actividad más que centenaria, la actual es una de las de mayor magnitud.
La disminución en el inventario vacuno de entre cuatro y seis millones de cabezas, ocurrida entre 2007 y 2010, se debió a una insensata política oficial en la materia, sumada a una gran sequía. Desde 2010, la ganadería vacuna se está reponiendo, merced a una fuerte retención de vientres que adquirió moderación más recientemente, en un proceso virtuoso que conducirá a la reposición del stock.
La cifra de 120 cierres industriales merece, sin embargo, algunas consideraciones por tratarse de un conjunto heterogéneo, conformado por más de 500 empresas, desde pequeñas playas de faena, cuya producción se destina al consumo interno, hasta industrias sofisticadas de mayor dimensión y dedicadas normalmente a una integración del consumo interno con la exportación. De todos modos, la Argentina no tiene ya grandes industrias como en el pasado. Su plantel industrial de mayor tamaño está integrado por industrias medianas si se las compara con los grandes establecimientos de los Estados Unidos y Brasil.
Siendo la sequía mencionada un hecho ponderable, no se puede pasar por alto la gran responsabilidad del gobierno nacional en la crisis industrial frigorífica. En lugar de escuchar el mensaje de los mercados, se recurrió al artificio de separar el mercado interno de la exportación con el propósito de privilegiar la mesa de los argentinos, un camino intransitable que dejó a las carnes argentinas fuera del mundo, sin lograr el resultado buscado. Por el contrario, quedó a la luz del día la catástrofe productiva, consistente en la reducción de los planteles ganaderos.
Para consumar esa infausta tarea cargada de ideología, se recurrió a establecer precios máximos, cuotas, restricciones a las exportaciones, y a mantener en reserva en cámaras frías una proporción de la producción de carnes bajo la forma de stocks de seguridad. También se obligó a vender carnes para el consumo local a bajos precios, como condición para exportar. Éstos y otros graves errores superaron todo lo conocido en épocas pretéritas, con el resultado conocido. Respecto de la exportación, a las restricciones señaladas se sumó la destructiva administración de la cuota Hilton, el mejor negocio, de la exportación de carnes. El retraso cambiario tiene también su peso en la crisis.
Cabe ahora continuar la dura tarea de restablecer los planteles ganaderos y de recomponer la industria frigorífica, tarea que llevará varios años más, para lo cual, y como condición básica, se requiere el abandono liso y llano de la nefasta política implementada desde la Secretaría de Comercio Interior. Existen probadas experiencias acerca de los cursos de acción para lograr un sostenido crecimiento agroindustrial. Basta con acercarse a nuestro vecino Uruguay, que nos proporciona reiteradas lecciones, igual que Brasil, Chile y Paraguay, donde esta creciente rama agroindustrial está proveyendo importantes recursos a sus economías. Otro tanto ocurre en Australia y Nueva Zelanda.
La Argentina posee grandes recursos naturales en cantidad y calidad, así como institutos tanto públicos como privados para desarrollar la tarea reparadora. También existe un calificado plantel de profesionales del agro y productores hábiles y entusiastas. Sólo falta dejarlos trabajar.