Cristina Kirchner no ha hecho otra cosa, en última instancia, que extender el espacio de los beneficiados por las retenciones a la soja, incluyendo entre sus favorecidos a gobernadores e intendentes.
No abarca, en cambio, a los que producen soja. Este es el centro del problema, el núcleo duro de la cuestión, que otra vez fue esquivado por la espectacular e insustancial convocatoria de ayer.
Gobernadores del extremo sur y del extremo norte del país -también del Este y del Oeste- se dieron cita en Olivos después de apresuradas llamadas del Gobierno. No es la primera vez que lo hacen ni será la última. ¿Cuándo trabajan esos mandatarios provinciales después de tanto ir y venir? ¿Cuándo lo hacen los ministros y los legisladores oficialistas, que siempre están a tiro de una apurada convocatoria del matrimonio? ¿Cuánto dinero, en fin, le sacan al Estado esos traslados urgentes de goberna gobernadores, que deben viajar en aviones privados en un país con poca oferta de vuelos de línea? Los Kirchner, que asumieron hace seis años denunciando el peso vacío de las estructuras y del "pejotismo", se han convertido en amantes a tiempo completo del boato puramente estructural.
Sin embargo, la ceremonia de ayer tuvo más motivos que el mero brillo del espectáculo. El motivo principal fue la división. Apegados decididamente a estrategias de fragmentación, los Kirchner han elegido ahora dividir a la política de los productores rurales.
Ya lo habían intentado con la propia Comisión de Enlace, separando primero a Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural, del resto de los presidentes, y tratando luego de cooptar a Eduardo Buzzi, titular de la Federación Agraria, en detrimento de los otros. Ni Biolcati ni Buzzi se prestaron a esas maniobras.
Más tarde, el matrimonio presidencial hurgó en la división social, cuando condicionó los planes sociales -y hasta el pago del salario de los maestros- al cobro de las retenciones. Los maestros terminaron protestando contra el Gobierno por otras razones. Ni siquiera se acordaron de la supuesta "avaricia" del campo.
Cualquier ardid es bueno para eludir el problema. Les tocó el turno entonces a los exponentes más representativos de la política. Los gobernadores y los intendentes son seres voraces, sobre todo en épocas de crisis y de carencias. El 30% del total de las retenciones a la soja bien podría valer una cuota mayor de disciplina frente al férreo kirchnerismo y podría, también, desalentar algunos intentos de independencia de intendentes bonaerenses, sobre todo.
De igual modo, el reparto tardío de esos recursos (¿por qué, a todo esto, no se lo hizo antes?) podría instalar una mayor disciplina en el Congreso. La Cámara baja no tuvo quórum ayer para debatir las retenciones, pero los 108 diputados logrados por la oposición no constituyen un número desdeñable por ser el primer intento. Es probable que un proyecto largamente analizado por el Gobierno haya visto la luz ayer, luego de esa alerta de la aritmética parlamentaria que se disparó desde la Cámara baja.
"Hay que hacer números, porque todo fue muy repentino para nosotros." La frase corresponde a un gobernador, viejo aplaudidor de Olivos, que no sabía ayer si el anuncio significaría, al fin y al cabo, mayores recursos para las provincias y los municipios. Otras fuentes oficiales señalaron que gran parte de los fondos anunciados por Cristina Kirchner sólo serán blanqueados en las cuentas oficiales, porque que, en rigor, ya formaban parte de las remesas que el Gobierno enviaba a provincias y municipios de manera menos transparente y más caótica.
La coparticipación de las retenciones es un antiguo planteo de las propias organizaciones agropecuarias. Pero habían evitado introducir esa cuestión en el proyecto del Congreso sobre las retenciones, que se intentó tratar vanamente en la víspera, para no inmiscuirse en la política económica de los Kirchner.
Furia
En la tarde de ayer, los dirigentes rurales estallaron de furia. Uno de los cuatro presidentes reaccionó en el acto: "¿Así que ellos les darán el 30 por ciento a las provincias? Bien. Ahora nosotros pondremos en el proyecto que el 50 por ciento de las retenciones deberá ser coparticipable. Veremos quién se queda con la simpatía de gobernadores e intendentes". En el fondo y en el frente, esos dirigentes no dejan de asombrarse ante un gobierno que es capaz de retroceder y de conceder a cada rato con la única condición de no negociar nunca con ellos.
La pregunta que corresponde hacer es si los anuncios de ayer resolverán la vida de los gobernadores e intendentes hasta llevarlos de la tensión permanente a la felicidad pasajera. Algunos gobernadores recibirán algo más de plata y otros intendentes también, porque varios de ellos son casi insignificantes en la producción rural. El problema irresuelto es el de los gobernadores y jefes municipales de zonas, que son grandes productoras de bienes agropecuarios. Estos seguirán sobrellevando el peso de los productores rurales que golpean sus puertas.
Los productores están más soliviantados que nunca. Destacados dirigentes rurales se ufanaban ayer de haber logrado "contener" el conflicto, aun cuando varias rutas del interior del país habían sido cortadas durante la jornada. Esa supuesta contención sucedió antes de que Cristina Kirchner hiciera su anuncio impregnado de electoralismo.
Cuando caía la noche, los máximos dirigentes agropecuarios trataban de convencer a sus bases de que todavía existe una vía institucional, la insistencia en el Congreso, y de que también queda, además, la vía electoral en apenas pocos meses. No quieren, a todas luces, reproducir el conflicto desbocado del año pasado, porque entonces las cosas pierden el dominio de la racionalidad.
Ayer, el Congreso trató de debatir el interminable problema del ruralismo, mientras el oficialismo jugaba a las escondidas. El Gobierno podría haber llevado ahí la idea de la coparticipación de las retenciones, pero prefirió firmar un decreto de necesidad y urgencia pocas horas después. Cristina Kirchner fue, como senadora, primera dama y presidenta en sus primeros tiempos, opositora a ese método tan poco democrático de modificar las leyes sin recurrir al Congreso.
Esa contradicción puede ser el resultado de la debilidad política o de la vana necesidad de sorprender, pero lo cierto es que ya nadie recuerda a la candidata presidencial que prometía poner el acento en las instituciones. El único énfasis de la política argentina parece estar puesto en la escalada del conflicto, enfurecido y perenne.