Las saturadas predominan en alimentos tales como la carne vacuna, los lácteos y los aceites de coco y palma, mientras que las insaturadas están presentes en la carne de pollo, los aceites vegetales, las semillas, los frutos secos, las aceitunas, la palta, el huevo y los pescados.
La carne de pollo es magra por excelencia ya que 70% de su contenido total de grasas se encuentra en la piel y en un panículo adiposo abdominal que son fácilmente removibles en forma manual desde antes de la cocción.
Diariamente es aceptable que estas sustancias aporten entre 20 y 35% de la energía diaria, sin embargo, se recomienda que las grasas saturadas no excedan el 10%. En promedio, una porción mediana de carne de pollo sin piel aporta apenas 5 gramos de grasas y si se elige la pechuga sólo 2 gramos, lo que equivale a cubrir apenas 3% del requerimiento total diario para un adulto tipo. Además, es importante destacar que las insaturadas predominan por sobre las saturadas, lo que genera una mayor calidad en la alimentación.
Las grasas cumplen numerosas funciones en nuestro organismo: son una fuente concentrada de energía, permiten el aprovechamiento por parte del cuerpo de las vitaminas A, D, E y K, están involucrados en el desarrollo de la respuesta inflamatoria y forman parte de las paredes de las células y de los sistemas de transporte de diversos nutrientes, entre otras.
Algunas de ellas, cuando se las consume en exceso, pueden tener efectos perjudiciales para la salud. Específicamente, el consumo excesivo de grasas saturadas se asocia con la elevación del colesterol “malo” (colesterol LDL) y el desarrollo de enfermedades cardiovasculares.