El vademécum tributario de 2020 tiene 166 impuestos que no alcanzan para mitigar el 50 por ciento de pobreza y menos para paliar déficit que arrastramos de décadas de desmanejos de lo ajeno.
El problema no es la suma o la resta, y menos el dólar, sino la falta de confianza en el peso y la ausencia de medidas de raíz que ataquen estructuralmente la fuga constante de dineros a través del agujero negro y sin fondo del gasto público.
El Estado es en síntesis como la casa de uno donde no se puede gastar más de lo que entra. En el medio de la vorágine , del oficialismo y de la oposición, hay 44 millones de argentinos que son, en el mejor de los casos, el jamón pero en casi todos, la mortadela del sándwich.
Desde ese incómodo lugar esos ciudadanos cumplen, a pesar de las dificultades que tienen, con alguno sino con varios de los 166 impuestos, sin recibir nada a cambio. Salud, educación y seguridad siguen siendo un pendiente y esa carencia del Estado se agrava cuanto más vulnerable es el quién la reclama.
La pandemia desnudó la incompetencia de lo público o, dicho de otro modo, la indiferencia de los gobiernos y el incumplimiento de sus obligaciones más mínimas.
Hoy nos ocupa un nuevo impuesto que, como tantos otros, nace en una emergencia de las tantas que transitamos. Sabemos que esta medida no es la solución, porque desalienta la inversión, pero fundamentalmente evita la discusión de fondo: Cómo y por qué un país que tiene todo, es cada vez más pobre, más lento y burocrático en tiempos en los que el mundo avanza vertiginosamente y que ofrece generosamente modelos para copiar. Y sin embargo, insistimos en los errores.
Repartir más no erradica pobreza. La única herramienta que hace posible esto es la educación y la generación de empleo. Lo otro, el paliativo, es la tapa de una olla a presión cuyo mango ya no se sabe quién tiene.
Otra vez estamos ante una medida desacertada. Otra vez un paso atrás. Algo está mal en un país que tiene todo pero no arranca. Y no son los argentinos.
Por Jorge Chemes (Presidente de CRA)