A penas murió el expresidente radical, Ricardo Alfonsín (o Ricardito, como lo llaman en Chascomús) empezó a probarse sus trajes. Aparecía en las revistas enfundado en ellos, aprovechando el enorme parecido físico con su padre, quien, a la vez, era el padre de la democracia. Semejante herencia emocional y política es capaz de marear a cualquiera. Y así aparece hoy Ricardito: desorientado, más cerca de la oposición que de las batallas de Cambiemos. Las chances de influir en su partido son casi nulas, pero, si por él fuera, en 2019 abandonaría la coalición oficialista para construir un espacio de centroizquierda. Ya empezó a cultivar ese embrión en su primera y reciente reunión con Martín Lousteau, el socialista Miguel Lifschitz y Margarita Stolbizer.
Macri lo sabe y busca retenerlo: el apellido Alfonsín es un activo político para la coalición gobernante. Y es, ante todo, un símbolo. Es por eso que en plena campaña de 2017 le ofreció, primero, renovar su banca de diputado y, luego, una embajada en la región. Él se negó a ambas cosas. Ser el hijo de un presidente te vacuna contra el deslumbramiento por los cargos, argumenta. Pero ¿por qué se negó a esas ofertas que le acercó María Eugenia Vidal? Porque asumió la misión de intérprete político de su padre, quien, según él, jamás se hubiera quedado callado ante la implementación de una receta económica de la derecha liberal. Así define a Pro: una fuerza de centroderecha.
Por otra vía, amasa un enojo profundo contra sus correligionarios, a quienes define como una constelación muda, más preocupada por los cargos que por las ideas y que, sobre todo, practica un insano seguidismo acrítico. ¿Alguien imagina a un Alfonsín callado durante estos dos primeros años de gobierno?, desafía. Ubica el derrumbe definitivo de la autoestima radical en la estrepitosa derrota de Ernesto Sanz a manos de Macri, en las PASO de 2015, donde la candidatura presidencial del mendocino apenas arañó los 700.000 votos. ¿Complejo de inferioridad en el germen de aquel matrimonio político? Algo así.
Si Raúl Alfonsín viviera, ¿qué hubiera hecho ante Cambiemos? O, mejor, ¿se hubiera asociado con Macri? Para apoyar o desacreditar a la alianza política gobernante, esa pregunta de imposible respuesta se ha formulado desde la asamblea de Gualeguaychú. El último 12 de marzo, cumpleaños del expresidente radical, Leopoldo Moreau, uno de sus hijos políticos, formateó una respuesta a la medida de sus necesidades políticas. Interpretó que su exjefe político no "estaría feliz" con lo que está pasando en su patria. El tuit enfureció al hijo de Alfonsín, quien también está molesto con Moreau, con los que se preguntan por qué no se va con Moreau y Cristina Kirchner, y con el "abuso" de la figura de su padre.
Algo de razón tiene. La pregunta clave, para él, no es si su padre se hubiera aliado con Macri. Eso -calcula- es imposible de argumentar. Cuando Alfonsín afirmó que Macri era el "límite", el kirchnerismo aún no había mostrado su peor rostro. En el momento de aquella frase, a la que tantos usos se le han dado, Lilita Carrió también era una de las más férreas opositoras al entonces jefe porteño. El punto central, advierte, es qué hubiera hecho su padre si ahora estuviera al frente del Comité Nacional de la UCR. Eso sí que lo responde enseguida: hubiera hecho lo mismo que hago yo, aunque sin su talento.
Asumir la voz del padre muerto -o lo que él supone que diría esa voz- es un movimiento común en las familias políticas. Salvando todas las distancias, los integrantes de La Cámpora, en su estilo, hacían y hacen lo mismo. Alfonsín hijo, que empezó a hacer política al filo de los 50 años (antes no se animaba porque ese era el lugar de papá), desarrolló una conducta errática y por momentos incomprensible como integrante del oficialismo. Se opone al mega-DNU aprobado en la madrugada del jueves 22 en Diputados, que fue presentado por el Gobierno como una herramienta de "desburocratización" del Estado; rechaza la reforma previsional y laboral; el alineamiento de su gobierno con líderes de derecha -Rajoy, Piñera-; la política minera que eliminó las retenciones; la falta de una intervención inteligente del Estado para moderar la voracidad de quienes tienen una posición dominante en el mercado, y, por encima de todo, la elección de una estrategia económica inequitativa para salir de la debacle kirchnerista. Pero, por lejos, su posición más incomprensible fue la de afirmar que si no fuera político habría marchado junto con los camioneros de Moyano en su pulseada contra Macri. ¿No pensó en la cantidad de paros que esa misma burocracia sindical, que hoy encarna Moyano, le hizo a su padre, cuando padecía la psicopatía del peronismo en el llano? Sí, lo pensó, pero este, calcula, es otro momento.
En la histórica oficina que fue de Raúl Alfonsín, sobre la avenida Santa Fe, le dedica al Gobierno una frase ácida: "A mí no me ofende que me digan que soy de centroizquierda, ¿por qué habría de ofenderse el macrismo cuando se lo tilda de centroderecha?". La frase no es inocente. Él conoce la respuesta.
Hace poco Moreau, con quien arrancó en la política en 2001, lo desafió con otro tuit, cargado de ironía: "Es difícil ser el ala izquierda de Cambiemos", escribió. Y él le retrucó: "No te creas, es bastante fácil".
Cuando se lanzó a la política, en la provincia de Buenos Aires, circulaba la versión de que su propio padre lo desvalorizaba y de que, además, estaba disgustado con su militancia. Enterado Alfonsín de estos entuertos, tanteó a su heredero: "¿Querés que salga a decir algo?". Su hijo se negó. Mejor no aclarar ciertas cosas.
Como presidente no peronista, Macri suele mirarse en el espejo del gobierno de Alfonsín para no repetir sus errores. Incluso, antes de asumir, llegó a consultar con quien fue su psicoanalista, Eduardo Issaharoff, para saber de primera mano en qué había fallado su antecesor. Macri sabe que a Alfonsín lo tumbó la economía, por eso se puso él mismo al frente de esa gesta. Para Ricardito, en cambio, son herencias incomparables. Hace cálculos: cuando Alfonsín recibió el gobierno de la dictadura, había un 600 por ciento de inflación anual y los intereses de la deuda externa eran de un 15 por ciento. Mientras duró la tortuosa experiencia del alfonsinismo en el poder, su padre recibía amenazas diarias de muerte, solo que él elegía no divulgarlas, confiesa hoy. Aunque suene difícil de creer, está íntimamente convencido de que si Cambiemos quiere reactivar la economía, debería consultar con su partido.
Pero lo que verdaderamente lo atormenta es el actual escenario político, dominado por dos fuerzas de centroderecha: Cambiemos y el Peronismo Federal de los Pichetto y los Urtubey. Su aspiración para el futuro es justo la opuesta. Imagina una constelación bifrentista: un frente de centroderecha compitiendo contra otro de centroizquierda. Él se visualiza, obviamente, integrando el segundo territorio político. Pero lo aclara bien: cuando habla de "futuro" se refiere a después de 2019, cuando cese la "amenaza republicana" que encarna Cristina Kirchner.
Sentado en el sillón que usaba su padre, Alfonsín hijo tiene en mente una idea fija: "Van a volver (los K) si nos equivocamos y si mis correligionarios callan ante estos errores. Si de algo estoy seguro es de que los radicales se van a arrepentir".