La administración nacional temía incidentes que repitieran las escenas del 18 de diciembre pasado, cuando 14 toneladas de piedras fueron lanzadas sobre las fuerzas de seguridad. Moyano tenía el mismo temor, porque la violencia, cualquier violencia, hubiera sido la peor compañía de su variopinta marcha.
Los dos, Gobierno y moyanismo, saben que hay elementos violentos en la sociedad que ninguno de los dos controla. Los dos están en problemas. Tal vez por eso el acto fue una catarsis breve, que duró poco más de media hora. Fue un acto de Moyano y el kirchnerismo, acompañado por el antimacrismo de la Capital. Fue también un acto multitudinario, aunque de una constatable soledad política. Ningún otro dirigente sindical importante (solo el radical filokirchnerista Sergio Palazzo, del sindicato bancario), ni ningún otro dirigente del peronismo que no hayan sido exfuncionarios del cristinismo. Ni los gobernadores ni los senadores ni los diputados peronistas alejados del kirchnerismo estuvieron en ese lugar de contradictorias consignas. Fue la desesperación de Moyano lo que impulsó el acto y, desde ya, la intransigente vocación opositora de los seguidores de Cristina Kirchner. Es difícil encontrarle otro sentido a esa marcha.
Los movimientos sociales merecen una lectura aparte. En primer lugar, porque representan a los que están excluidos del sistema productivo. Sus intereses son muy distintos de los grandes sindicatos (sobre todo el de camioneros), que cuentan con paritarias anuales y amplia cobertura social. Los movimientos sociales hablan permanentemente con Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social, a la que elogian al mismo tiempo que critican a Macri. Es como si Stanley fuera una figura política al margen del Presidente. ¿Estrategia para no romper con el Gobierno? ¿Táctica para no reconocerle ningún mérito a Macri? Sea como sea, los movimientos sociales aspiran a que nuevos programas sociales que está por lanzar la administración de Macri pasen por esas organizaciones para conservar el poder que tienen. Esto explicaría, de alguna manera al menos, el activismo de los movimientos sociales en las últimas semanas.
Los movimientos sociales tienen relación constante con la Iglesia y, más esporádicamente, con el papa Francisco. La Iglesia está preocupada por la situación social y aspira a ser una instancia de contención para evitar cualquier desborde. De hecho, el Episcopado, que conduce el obispo Oscar Ojea, les advierte siempre a los dirigentes que la violencia es el límite que no pueden ni deben cruzar. Es la línea roja que la Iglesia trazó para la protesta social. Nadie se explica, entonces, por qué la inacción del Gobierno termina entregando la figura del Papa (la figura, no al Francisco real) a las manos de la oposición.
Detrás de la pelea de Macri y Moyano, hay cuestiones coyunturales y otras estructurales. Las coyunturales tienen que ver con los intereses del líder camionero. Es cierto que ningún juez lo llamó hasta ahora, pero es igualmente veraz que hay varias denuncias en contra de él en los tribunales. La última fue hecha por Graciela Ocaña, que lo acusó de vaciar la obra social de Camioneros para beneficiar a empresas de su actual esposa, Liliana Zulet, prestadora de servicios de esa obra social. Ocaña fue amenazada poco después de presentarla. Preexistía una denuncia contra Moyano de un jefe de la barra brava de Independiente, Bebote Álvarez, que está preso. Las delaciones de un preso deben ser, desde ya, comprobadas por la Justicia antes de hacer imputaciones. Influye también el convencimiento absoluto de Moyano de que sus problemas judiciales se solucionarían si Macri levantara el teléfono para llamar a los jueces. Es justo lo que Macri no puede hacer sin destruir el tinglado de su fortaleza política. Y está la condición inviable de OCA, la principal empresa privada de correo del país y la mayor preocupación de Moyano. El jefe sindical asegura que está defendiendo la fuente de trabajo de 7000 afiliados de su sindicato, pero en la política y en el gremialismo se dice que la familia Moyano tiene acciones en la propiedad de OCA. Fuentes oficiales señalaron que a la AFIP le será muy difícil aceptarle a OCA un plan de pago con los papeles que presentó. "Son todos truchos", aseguraron.
Las razones estructurales consisten en que Moyano es el obstáculo más importante para modificar los criterios sindicales que encarecen el costo argentino. A Macri le gustaría firmar con él un acuerdo como el que suscribió con los petroleros de Vaca Muerta o con los trabajadores de la industria automotriz. El Gobierno propone mejorar los salarios al ritmo de la productividad y Moyano se empecina en su viejo esquema: los salarios deben acompañar lo que él llama la "inflación del supermercado". Esa disputa está en el fondo del combate entre Macri y Moyano. Si el líder camionero aceptara negociar de otra manera los convenios colectivos de trabajo, no quedaría ninguna resistencia sindical importante a los nuevos parámetros. Es evidente que la economía argentina necesita establecer otras bases de producción y que ellas deberían comprender a los sindicatos y a los empresarios por igual. El Gobierno adeuda una explicación sobre qué quiere hacer con la economía y qué les pedirá a sus protagonistas.
Palazzo es un aliado imprescindible de Moyano en esa cruzada para defender el statu quo. La mezcla de viejo radicalismo y nuevo cristinismo, que es lo que existe en la cabeza del líder bancario, tiene como resultado un corpus ideológico muy antiguo. Más allá de la ideología, a Palazzo también lo apuran las cosas prosaicas de la vida. Una resolución del gobierno de Macri derogó la obligación de los empleados bancarios no afiliados al sindicato de pagarle al gremio 1800 pesos mensuales. Significa un monto de 600 millones de pesos anuales para el sindicato de Palazzo. El gremio llevó a la Justicia esa resolución y un juez le dio la razón a Palazzo: los no afiliados deben pagar una cuota mensual por los "beneficios" que reciben de la gestión de los gremialistas. Muchos no afiliados creen que no reciben ningún beneficio y que, en cambio, deben tolerar "perjuicios" de esa gestión. El Gobierno seguramente apelará, pero el fuero laboral está cooptado por ideologías igualmente arcaicas.
Lo viejo y lo nuevo también chocaron ayer, si bien esa colisión estuvo subyacente, casi invisible. Moyano habló más de él que de cualquier otra cosa. Algo quedó claro: Moyano es la preocupación de Moyano. Los otros dirigentes que discursearon (Schmid, Palazzo, Micheli, Yasky) se ocuparon de criticar a Macri. El final pacífico de la marcha dejó un resultado sin valor para nadie. Moyano es un dirigente querido por su gremio, pero su acto pasará rápidamente a la historia en una ciudad que vive entre el caos y la anarquía. Algunas presencias (Aníbal Fernández, Hebe de Bonafini, la foto recurrente de Luis DElía) alejaron cualquier incipiente simpatía de los sectores medios, si esa simpatía existió en algún momento. Macri conoció el espectro íntegro de sus adversarios, que vienen de extracciones contradictorias y hasta incompatibles. Es una alianza imposible de perdurar en el tiempo. Solo un mal resultado de la gestión económica o la frecuencia del oficialismo en el error podrían consumar el milagro de su conservación.