El año empezó de una manera muy particular para el país: con la noticia de la renuncia del ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Alfonso Prat-Gay, y la apertura de una de las carteras que más miradas se llevan en cualquier gestión de gobierno en dos. Así, en este 2017 nacieron el Ministerio de Hacienda, encabezado por Nicolás Dujovne, y el de Finanzas, a cargo de Luis Caputo. La noticia tuvo múltiples interpretaciones y generó incertidumbre no solo acerca de qué iba a suceder bajo este nuevo sistema, sino también respecto de qué cambios se estaban buscando con el reemplazo.
Quizá como consecuencia del período electoral o porque se parte de un 2016 en el que se sentaron las bases del modelo económico que plantea el Gobierno; 2017 se consolida como un año en el que comienzan a aparecer algunos resultados de las medidas aplicadas durante el período anterior. Sin embargo, las dudas e incógnitas aún encabezan los debates entre economistas.
Tanto para Dante Sica, socio fundador y director de Abeceb, como para Fernando Navajas, economista Jefe de FIEL, el evento económico a destacar de este año es el repunte de la actividad. En tanto que Paula Español, doctora en Economía, directora de la consultora Radar y exsubsecretaria de Comercio Exterior, pone el foco en las dificultades por las que atraviesa el mercado laboral. “La recuperación es tan leve que la tasa de desempleo permanece estable desde hace un año y el trabajo asalariado privado registrado, en negativo desde diciembre de 2015”, apunta.
¿Recuperación o crecimiento?
El Presupuesto Nacional 2017 proyectaba un aumento del Producto Bruto Interno (PBI) del 3,5 por ciento. Si bien en los últimos tres trimestres el crecimiento viene arrojando números positivos, el acumulado no pareciera ser suficiente para terminar el año ubicándose en los niveles bosquejados. La mayoría de los economistas estima que se ubicará entre el 2,5 y el 3 por ciento. El desfasaje viene arrastrando un error de diagnóstico desde 2016, año en el que se proyectaba una caída de alrededor de un punto menor de que la efectivamente ocurrió.
La pregunta detrás del crecimiento positivo por tres trimestres consecutivos es si la Argentina se encuentra finalmente frente a una recuperación sostenida o si se trata meramente de un nuevo rebote cíclico, luego de la merma sufrida en 2016. Si bien existe una tendencia generalizada a la recuperación de la actividad a distintas velocidades, con inversiones más dinámicas en algunos sectores que otros (como es el caso del Agro y la Construcción), y un gasto público traccionado en mayor medida por la obra pública y cada vez con más aporte privado, los economistas coinciden en que el crecimiento es aún muy incipiente.
“Mi sensación es que tiene mucho de rebote y no supera los niveles de 2015, aunque seguro lo hará en los próximos meses; pero, sobre todo, es que está apoyado en un desequilibrio muy fuerte en el sector externo: el déficit de cuenta corriente se profundiza año a año”, explica Juan Cuattromo, exdirector del Banco Central de la República Argentina (BCRA) y economista del Instituto de Trabajo y Economía Fundación Germán Abdala. Y plantea que el problema de este tipo de crecimiento es que depende exclusivamente de la toma de deuda, lo que deja al país muy expuesto a los vaivenes del resto del mundo tanto a nivel de financiamiento puntual como a cualquier cambio en las condiciones de la economía global.
Por su parte, Matías Tombolini, profesor de la Universidad de Buenos Aires y candidato a Diputado Nacional en las elecciones de octubre último, refuerza la idea del rebote, porque “se está comparando con un año muy malo”, y añade que seguir creciendo 100 años más en base a endeudamiento es inviable.
El nivel de crecimiento proyectado para el año próximo es del 3,5 por ciento. Abeceb, la consultora que tutela Sica, coincide con la proyección oficial de evolución para 2018, contemplando incluso una corrección de este número al alza, sobre todo dependiendo del rumbo que tome el Gobierno a partir de octubre.
En este sentido, para Sica, el punto de inflexión es 2018. “Si el Gobierno encara, después de las elecciones, una agenda de acuerdo legislativo donde resuelva —aunque sea incipientemente— la agenda fiscal y de competitividad, el crecimiento dejará de llamarse rebote”, dice. Al hablar de la agenda fiscal, el exsecretario de Industria, Comercio y Minería de la Nación se refiere a “eliminar las distorsiones generadas por el sistema impositivo, poner en marcha un plan de blanqueo laboral ensanchando la base tributaria, empezar a dar el debate de reforma previsional y avanzar en un acuerdo fiscal con las provincias”.
A su vez, la consultora Radar, dirigida por Español, estima un crecimiento del 2 por ciento, porque “el modelo no está apoyado sobre la demanda interna, que igualmente está poco estimulada, sino en inversiones que no están creciendo y en exportaciones que tampoco muestran un gran dinamismo”. Según datos del Indec, las exportaciones argentinas acumulan, entre enero y agosto de 2017, una caída del 2,4 por ciento en cantidades y del 0,1 por ciento en valores.
El “núcleo” del problema
La eterna lucha en la economía nacional gira en torno a la suba sostenida y generalizada de precios. Ya lo dijo el presidente Mauricio Macri: “El gran problema en la Argentina no es el dólar, es la inflación”. Este tema resulta medular y nocivo para la estabilidad económica, ya que afecta a nivel microeconómico, impactando directamente al bolsillo de los trabajadores, al tiempo que es un determinante de los niveles de crecimiento y actividad.
En vías de paliarla, el BCRA implementó un régimen de metas, cuyo principal instrumento (para alcanzar los objetivos inflacionarios planteados año a año) es la fijación de tasas de interés. Con este método, logró una importante desaceleración en 2017, luego de la escalada sufrida el año pasado.
Las metas emitidas por el organismo para el corriente período se ubican entre 12 y 17 por ciento. No obstante, con el dato de inflación de septiembre, ya se superó la cota mayor del 17 por ciento. El Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), que lleva adelante el BCRA en base a pronósticos de analistas especializados, locales y extranjeros, estima la inflación anual a diciembre en un 22 por ciento.
Se trata del segundo año en el que las metas de inflación no se cumplen porque, según la directora de Radar, “partieron de un diagnóstico erróneo”. Hacia fines de 2015, parte del equipo económico creía que los precios de la economía se manejaban al tipo de cambio blue. Desde ese lugar, la devaluación no debería haber tenido un pase tan brusco a precios e inflación. Si bien el BCRA no hizo propia la meta de 25 por ciento de 2016, tomó y decidió no modificar la de este año. “Desinflar de 40,9 a 17 por ciento en un año es muy exigente”, completa Sica.
Para Navajas, el hecho de que las metas se cumplan con exactitud este año o el que viene es un problema de segundo orden de magnitud. “Le podrán decir al BCRA que en 2016 perdió 3 a 0, que en 2017 perdió 2 a 0 y que en 2018 pierde 1 a 0. Pero a donde va esta tendencia es más importante que la diferencia de goles. Va camino a ganar el partido”, destaca, al tiempo que considera que no es improbable que ocurra algún rebrote inflacionario, ya que todo indica que la tendencia va a imponerse y la Argentina tiene grandes chances de terminar con una inflación por debajo de 10 por ciento en 2019.
Para 2018, el Presupuesto basó las estimaciones de ingresos y gastos sobre una inflación promedio de 15,7 por ciento, varios puntos por encima de las metas planteadas por el BCRA, de 10,2 por ciento. Paralelamente, el REM pronostica un 2018 de 15,8 por ciento, en línea con la proyección oficial.
“La tasa de inflación proyectada puede ser un poco optimista, no porque pensamos que se va a amesetar —de hecho va a seguir bajando, pero quizá no tanto como lo que el Gobierno diagnostica”, opina el director de Abeceb, para quien la expansión del crédito podría generar una sobrerreacción de la demanda por sobre la oferta, generando una tensión sobre la estructura de precios.
Por otra parte, tanto Español como Cuattromo insisten en que el descreimiento a las proyecciones a la baja es que la inflación núcleo sigue estando cerca de los niveles de 2015 y no encuentran señales de que vaya a mermar. “Además de la parte inercial inflacionaria, está contemplado un ajuste de tarifas y una serie de indicadores de inflación núcleo que no muestran señales de que vayan a reducirse”, afirma la titular de Radar.
El mundo, ¿acompaña?
Los principales aspectos del contexto internacional que inciden en el nivel de ingreso de divisas para el país son tres. En primer lugar, el precio de cotización de los commodities que se refleja en la entrada de dólares por venta de productos nacionales en el exterior. En segundo lugar, la evolución de los socios comerciales, Brasil y China en particular. Y, en tercer lugar, la tasa de interés de referencia por parte de los Estados Unidos.
En materia de commodities, los números no son alentadores para 2017: las existencias abundantes de granos en el mercado internacional impulsaron a la baja al precio de los productos base de las exportaciones argentinas y se estima que esa será la tendencia para este año. La Argentina se ubica como principal exportador mundial de harina y aceite de soja para la campaña 2016/2017. Sin embargo, se cree que habrá una recuperación de los precios de las materias primas para el año que viene.
Con respecto a los socios comerciales, si bien en 2017 la economía brasileña comenzó a repuntar y se espera que siga esa tendencia en 2018, la situación también es delicada. “Entre 2013 y 2016, el país perdió un 35 por ciento de exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial (MOI) a Brasil”, indica la exsubsecretaria de Comercio Exterior. En este escenario, la recuperación proyectada del gigante del Sur no pareciera mover el amperímetro de la dinámica económica. “Negativamente, no puede impactar mucho más”, agrega Español. “Puede pasar que Brasil crezca, pero no necesariamente derrame a la Argentina, sino basado en su mercado interno”, refuerza Cuattromo.
En conclusión, en este momento, el contexto internacional no luce adverso como en años anteriores, pero sí inestable, en cuanto a política económica y financieramente. De todos modos, en palabras de Cuattromo, “hay que tener cuidado con esta inestabilidad porque, al abrir la economía e integrarse a estos procesos, los posibles coletazos se sienten más fuertes”.