Hacía diez años que Gilbert Houngbo no visitaba la Argentina. Su infancia
transcurrió en una zona rural de Togo y era sólo un niño cuando entendió que
vivir en el campo durante la década del 60 en una nación africana no era
sinónimo de pobreza. Con apenas 11 años se mudó de su casa, de padres
agricultores, a la capital para asistir a la secundaria. Comprendió así que la
agricultura no sólo servía como alimentación, sino que también podía producir
ingresos.
Houngbo, ex primer ministro de Togo, se convirtió en presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) de las Naciones Unidas en 2017. El Fondo, creado en 1977, se enfoca en la reducción de la pobreza rural y tiene como principal objetivo, a través del financiamiento de proyectos, eliminar la pobreza, el hambre y la malnutrición en áreas rurales de países en desarrollo. Houngbo se reunió con funcionarios del Gobierno, entre ellos el ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere, con los que analizó compromisos sobre la reducción de la pobreza rural a través de la institución que ejecuta los programas financiados por el FIDA en la Argentina, la Unidad para el Cambio Rural (UCAR), y debatió un aumento de la participación de los pequeños agricultores en las cadenas de valor, entre otras cuestiones.
-¿Qué actividades realizó en la Argentina?
- Visitamos un proyecto en La Plata muy interesante de productores de verduras y hortalizas del Programa para el Desarrollo Rural Incluyente (Proderi). A través del empaque se ahorran pérdidas aumentando el valor del mercado. Me alegró mucho ver a los jóvenes practicando la agricultura y que entendieran que eso les puede generar un ingreso decente.
-¿Cuál es la importancia de que el pequeño productor aprenda a producir?
-Para mí no es tanto lo que uno produce, sino tener un enfoque que incluya nutrición y creación de ingresos para los pobres dirigido a mejorar sus condiciones de vida y que necesiten cada vez menos de los programas sociales.
-¿Cuáles son los países que necesitan más atención?
-Los de menores ingresos y los que aún no cuentan con instituciones fuertes. Si no hay cohesión social ni estabilidad política en dos meses se pueden destruir cuatro años de buenas políticas. En los últimos 10 años la cantidad de personas que están malnutridas y con inseguridad alimentaria bajó. Pero en 2017, por primera vez en la última década, subió: de 777 millones a 815 millones.
-¿Por qué se subió?
-Las razones varían de un país a otro, pero cada vez son más los que sufren fragilidad que proviene de problemas de seguridad global, como el noreste de Nigeria; países que tienen sequías prolongadas, como Somalia y Etiopía, o los que tienen crisis políticas y sociales, como Yemen.
-¿Cuál es la importancia de la agricultura en esos países?
-Hay naciones cuyo 25% del PBI proviene del sector agropecuario y la mayoría de la población vive en el campo. Allí, es importante asegurarse de que la transformación rural sea lo central de la estrategia de desarrollo. Pero también hay otras donde la contribución rural es menor que no hay que dejar de mirar, porque se puede generar inequidad y dejar gente atrás.
-¿Cómo puede contribuir la tecnología agropecuaria a la disminución de la pobreza?
-Es una parte de la solución. A los pequeños productores que tienen de dos a cinco hectáreas los ayuda a incrementar la productividad: mejores semillas más resistentes a la sequía, mejores equipos y también tecnología que les dé la capacidad para conocer la composición del suelo para saber, por ejemplo, cómo fertilizar.
-¿Qué deberían hacer los gobiernos de cada país?
-Garantizar que esa tecnología sea accesible a los pequeños productores e incentivar la agricultura en los jóvenes. Gracias a la tecnología no es tan difícil vivir en el campo y es necesario que las nuevas generaciones vean que es una forma decente de vivir.
-¿Cómo puede colaborar nuestro país?
-Las reuniones con las autoridades argentinas fueron muy positivas. Es necesaria una vocación práctica para que los jóvenes sean preparados para el negocio de la agricultura cuando salen de la escuela y necesitamos un cambio de mentalidad: no considerarla un último recurso, sino verla como un negocio. Tenemos que llevar la experiencia argentina a otros países. Ese es uno de mis desafíos. Hay barreras de idioma, pero para mí eso es secundario, por eso estamos evaluando cómo aumentamos la cooperación entre la ONU y la Argentina.