Porque la certeza es que el oficialismo obtuvo una elección que, más allá de lo que finalmente ocurra en la provincia de Buenos Aires, supera todos los pronósticos en el nivel nacional y, en particular, en algunas provincias hasta ayer esquivas para el proyecto de Mauricio Macri.
Si el triunfo fuera de la política, sería la gran novedad de estas
elecciones. Un cambio profundo estaría gestándose en la Argentina. La decisión
de apostar por un nuevo modelo que no ofrece todavía resultados positivos para
el bolsillo implicaría dejar de aferrarse a quienes han gobernado durante más de
23 de los 34 años desde la recuperación de la democracia, convencidos de que
éstos les aseguraban la gobernabilidad y algunos años de bonanza económica que
al final se diluían, sin modificar la decadencia estructural que padece la
Argentina desde hace más de 40 años.
Más aún, 2017 podría ser al peronismo el 2001 del radicalismo. Si Cambiemos ratificara o profundizara estos resultados el próximo 22 de octubre y, sobre todo, si Cristina Kirchner repitiera su performance, pero no lograra un triunfo claro en esa instancia. La ex presidenta podría ser para los peronistas lo que fue Raúl Alfonsín para la UCR: un tapón para la renovación y el surgimiento de nuevos líderes nacionales, porque conservaría una buena porción de adhesión que impediría desplazarla, pero que no le alcanzaría para devolverle la presidencia.
Sería un escenario ideal para Macri, pensando en los casi dos años y medio de
mandato que le quedan y para las presidenciales de 2019. Habrá quedado más cerca
de obtener quórum en la Cámara de Diputados y con un tercio del Senado, para lo
cual contaría para negociar con un amplio menú de diputados que representan a
provincias en las que los referentes del PJ o de los partidos distritales
quedaron golpeados y necesitados de una buena relación con el Estado nacional.
Si el resultado nacional fuera la consecuencia de que la economía no está tan mal y que las penurias no alcanzan para matar las expectativas, el Gobierno tendría un horizonte aún más promisorio de cara a octubre. Sobre todo si los incipientes indicadores positivos de las últimas semanas se transformaran en una tendencia. Además, ahora cuenta con una radiografía precisa, casi casa por casa, de quiénes le votaron en contra y dispone de recursos que la oposición no cuenta para acercar soluciones a esas demandas.
Otro dato relevante es que el macrismo sigue expandiéndose en el nivel nacional de manera sostenida desde 2013, cuando en todo el país obtuvo alrededor del 12% de los votos, en 2015 trepó a casi el 31 y en esta elección rondaría los 37 puntos porcentuales. Pero lo más importante será si en octubre vuelve a imponerse por primera vez en provincias como La Pampa, San Luis y Neuquén, y mantiene la diferencia obtenida en Córdoba y Santa Fe.
Los cálculos del Gobierno apuntaban a imponerse en ocho provincias, al final del recuento el triunfo podría ser en un 50% más, y trepar hasta 12, más de la mitad del total de los distritos nacionales.
La expansión de su dominio excede ahora la franja central del país, que fue la que le dio la victoria presidencial a Mauricio Macri en 2015.
Y, al menos al cierre de esta edición, mostraba un avance en varios distritos del conurbano que le fueron esquivos en los últimos comicios, como es el caso de Tigre o San Martín.
Otro elemento a considerar es que en la mayoría de las provincias Cambiemos llevó al tope de su lista a candidatos puros de Pro, como ocurrió en Buenos Aires y, especialmente, en Córdoba con Héctor "la Coneja" Baldassi, en desmedro del radicalismo. Los resultados en esos distritos empoderan aún más al macrismo frente sus socios de la coalición gobernante.
Sólo en la ciudad de Buenos Aires cedió el primer lugar a Lilita Carrió, pero con la convicción de que en este distrito la supremacía amarilla no está en discusión. Otro habría sido el poder de la fiscal de la república si a ella le debieran un triunfo bonaerense. En tanto, Carrió podrá mantener el lugar de la disidente controlada, que le es tan funcional a Macri. Mucho más si Cristina Kirchner ocupa un lugar formal en el escenario institucional.
Lo de Cristina estaría dentro de lo previsto por los cálculos optimistas del oficialismo y, al mismo tiempo, sostiene el capital político con el que cuenta desde hace un año.
Por eso, más allá del discurso moderado, su apuesta es a la catástrofe del Gobierno en términos económicos, y para eso necesita jaquearle sus proyectos en el Congreso y tomarle la calle.
Sólo una situación de crisis profunda podría llevar al kirchnerismo a romper el anillo que lo confina a un núcleo duro de adherentes concentrados mayoritariamente en la postergada tercera sección electoral, cuya capital es la inabarcable La Matanza.
Habrá que ver, de todas maneras, si Florencio Randazzo retiene en octubre los 5,3 puntos obtenidos en estas PASO o si migran, en particular al kirchnerismo, ya que se descarta que no irán nunca al oficialismo.
Lo que sí también quedó claro ayer es que, al menos en estas primarias, la avenida del medio resultó finalmente apenas un camino vecinal.
La polarización fue un hecho
En la provincia de Buenos Aires se registró una polarización que superó la mayoría de los pronósticos. Una pésima constatación para Sergio Massa, que debía revalidar su histórica victoria de 2013.
Sin embargo, ayer sólo pudo comprobar que desde ese momento de gloria de hace cuatro años ha venido retrocediendo. Y que su objetivo de máxima, la presidencia en 2019, cada vez le va quedando más lejos.
No ha logrado sostener las expectativas que había generado cuando rompió con el kirchnerismo y le puso freno, junto a De Narváez y el macrismo, a la ilusión de la re-reelección cristinista.
Aún peor, Massa no ha conseguido revertir la tendencia de desconfianza en el electorado que viene cosechando con sus recurrentes zigzagueos, que un día lo muestran cooperando con el Gobierno y otro aliándose al kirchnerismo para sacar un proyecto de ley que le dé réditos inmediatos aunque ponga en jaque las finanzas públicas.
La grieta en el decisivo Gran Buenos Aires sigue vigente y allí cayó el proyecto de Massa y Margarita Stolbizer, quien tal vez habría sido más beneficiosa para ambos si hubiera encabezado la lista de Diputados. Su candidatura fue prácticamente testimonial, por lo que no resultaba atractiva para muchos de sus simpatizantes, que la siguen fundamentalmente por su lucha contra la corrupción kirchnerista.
No parece que en los dos meses por venir Massa ni Randazzo puedan modificar de manera significativa la realidad a la que se enfrentaron. Tampoco se avizoran cambios sensibles en el resto del país.
La disputa más relevante volverá a darse en octubre en la provincia de Buenos Aires entre los dos grandes actores de estas PASO: Cambiemos y Cristina Kirchner.
El estado de la economía podría ser entonces mucho más decisivo que la política. Allí es donde Macri debería apuntalar más a su principal espada política, María Eugenia Vidal, que se cargó la campaña a cuestas y salvó los deslices y la falta de atractivo de su primer candidato a senador, Esteban Bullrich.
La continuidad del cambio o la vigencia de la amenaza del retorno de lo que gobernó durante 12 años la Argentina depende de que se alineen los resultados económicos y la eficacia política. En los dos terrenos el Gobierno todavía tiene mucho por mejorar.