Con todo, no tiene muchas alternativas. Ni está en condiciones políticas de hacer un ajuste severo del gasto fiscal, como lo urgen economistas liberales, ni podría, como le pide la izquierda, seguir emitiendo sin respaldo de dólares, aunque éstos sean, como lo son ahora, productos de créditos. El problema del Presidente es que esperó la consiguiente recuperación después de enfriar la economía, pero ese rebote no sucedió hasta ahora. Es el contexto que rodea el intenso debate por el impuesto a las ganancias, que podría saldarse esta semana. El Gobierno no quiere estirar esa discusión, que afecta a millones de argentinos, hasta fechas cercanas a las fiestas de fin de año.
El impuesto a las ganancias representa dos conflictos para el Presidente. El
primero es que debe explicar que sólo está mejorando un gravamen que él había
prometido eliminar. El segundo conflicto es Sergio Massa, que le arrebató la
iniciativa por muy pocas horas. Ambas cosas están relacionadas porque refieren
al posicionamiento político y electoral del oficialismo y del principal líder de
la oposición. A pesar de que el Gobierno insiste en que falta mucho tiempo para
las elecciones del próximo año, lo cierto es que para la oposición ya comenzaron
los escarceos electorales. ¿Quién tiene razón? Una mayoría social le da la razón
al Gobierno, porque no entiende que los políticos divaguen sobre elecciones
cuando se acaba de cumplir un año de los comicios que hicieron presidente a
Macri. La oposición, a su vez, no carece de argumentos: según el complicado
sistema electoral argentino, faltan apenas nueve meses para las próximas
elecciones nacionales, que ocurrirán con las primarias obligatorias de agosto de
2017. Es temprano, pero el tiempo no sobra.
El impuesto a las ganancias será siempre, mientras exista tal como es, una
bandera de los opositores, sean éstos quienes fueren. Fue una bandera del propio
Macri en tiempos de Cristina Kirchner y lo es ahora de Massa y del peronismo en
tiempos de Macri. Ese impuesto se implantó en diciembre de 1999, después de que
el equipo económico de Fernando de la Rúa, que acababa de asumir, descubrió que
Menem le había dejado recursos para financiar el Estado sólo hasta el 1º de
febrero de 2000. De todos modos, si el método del entonces ministro José Luis
Machinea se aplicara con la debida actualización de los montos por la inflación
de estos años, sólo pagarían Ganancias ahora los que cobran más de 150.000
pesos. Machinea fue más bueno que todos sus sucesores.
El núcleo del problema actual es que Macri no puede subir mucho más el nivel
del salario alcanzado por ese impuesto porque el déficit es enorme, y porque
también necesita de recursos para la obra pública y para calmar el reclamo
social de los sectores más pobres de la sociedad. La obra pública, la inversión
y la renta del sector agropecuario se han convertido a estas alturas en las
principales esperanzas del oficialismo para reactivar la economía. Cualquier
mejora para el impuesto a las ganancias requiere, entonces, de una compensación
con un nuevo impuesto o aumentando los que ya están.
Massa propuso gravar el juego y la renta financiera y reinstalar las retenciones
a la minería. La propuesta fue verbal, porque cuando hizo el anuncio en un
escenario cuasi presidencial no tenía nada escrito. De todos modos, el Gobierno
consideró luego que todos esos impuestos, nuevos y viejos, podían aplicarse. Hay
algunos problemas. La renta financiera ya tiene algunos impuestos y, por otro
lado, el gran problema del país es el poco apego de los argentinos al sistema
financiero local (otra cosa es la afición por el sistema bancario suizo o por el
norteamericano) y, por consiguiente, el escaso nivel de créditos privados que
existe en la economía argentina. Sea como sea, el gobierno de Macri está
dispuesto a avanzar en un nuevo gravamen a la renta financiera.
El impuesto al juego merece un análisis especial. En primer lugar, ese
impuesto es jurisdicción de las provincias. El gobierno nacional no tiene
ninguna injerencia en el juego. Como el impuesto a las ganancias es
coparticipable con las provincias, el único atajo que le queda a la
administración federal es obligar a los gobernadores a compensar con gravámenes
al juego lo que perderán con el impuesto a las ganancias. Es decir, podría
decirles a las provincias que no podrán pedir una mayor coparticipación hasta
que le hayan aplicado nuevos o más grandes impuestos al juego. Y podrá, también,
argumentar que fue un peronista, Massa, el que tuvo la iniciativa de gravar el
juego.
La situación no es la misma en todas las provincias. En las provincias
patagónicas, el zar del juego Cristóbal López tiene viejas y excelentes
relaciones (para decirlo de algún modo) con toda la dirigencia política local.
Sería injusto indicar sólo las provincias patagónicas; López tiene buen trato
político en todas las provincias donde está. En la provincia de Buenos Aires, la
gobernadora María Eugenia Vidal ideó hace poco un impuesto al juego, que luego
postergó. La gobernadora desmintió que hubiera influido en su decisión otro
prohombre oficialista, el presidente de Boca, Daniel Angelici, quien es también
dueño de bingos en territorio bonaerense. Vidal explicó que sus funcionarios le
señalaron que, tal como estaba previsto el impuesto, el juego se tornaría un
negocio inviable. La gobernadora pidió entonces un nuevo proyecto de impuesto al
juego, en el que todavía están trabajando. "Pero van a pagar más. Seguro",
anticipo Vidal.
La quita de las retenciones a la minería fue un pedido expreso de provincias peronistas a Macri cuando éste acababa de asumir. Fueron los gobernadores de San Juan, Catamarca y La Rioja (donde hay importantes intereses mineros) los que reclamaron esa medida en beneficio de las empresas que explotan la minería. Si el peronismo (sea massista, ortodoxo, kirchnerista o todos juntos) es el que reclama ahora una rectificación, no es difícil para el Presidente dar marcha atrás. El único problema que se debate en el gobierno nacional es qué mensaje se dará a la inversión extranjera, sobre todo en un tema tan sensible como el de la seguridad tributaria. El mensaje será seguramente malo. Sacar impuestos con tanta facilidad como se reponen no será nunca un gesto atractivo para la inversión.
Massa lo lleva a Macri, por un lado o por el otro, al aumento del gasto, mientras el economista preferido de Massa, Roberto Lavagna, le reclama al Presidente con frases hirientes que sea austero con los recursos del Estado. Es la oposición que le tocó al Presidente en la inauguración del nuevo reloj electoral. Y es sólo el principio de todo.