Deporte en el que se combinan potencia, plasticidad, técnica y velocidad, el
polo guarda alguna relación con la Fórmula 1. El motor del Mercedes de Lewis
Hamilton o el de Nico Rosberg tienen, por ejemplo, 950 caballos de potencia. Los
pilotos aportan su talento para conducir y cuentan con toda la tecnología
detrás. En rigor, son los autos los que marcan la gran diferencia. En el polo,
abundan los talentos que hacen maravillas con el taco, pegándole a una bocha
cuando van a 60 o 70km/h. Pero los que marcan territorio son los de abajo, las
verdaderas máquinas. Caballos de excepción. ¿Porcentajes de influencia? Un 80-20
% en el reparto de caballo-jugador.
Conseguir caballos buenos fue la puja desde siempre, aunque los tiempos han
cambiado. Cuando la Pampeana (de Juancarlitos Harriott), la Yarará (de Horacio
Heguy), la Nochecita (de Gastón Dorignac) o la Milonga (de Horacio Araya),
grandes polistas de otros tiempos y todos campeones de Palermo, obtenían los
premios al mejor ejemplar en el torneo más importante del mundo (el Argentino
Abierto, que se está disputando en estas semanas) hace unos 40 años, los
polistas de entonces -y los de antes también- tenían que esperar a que esos
ejemplares finalizaran su etapa activa para recién poder pensar en sus crías.
Nadie sacaba de escena un caballo crack durante una temporada para cumplir con
los 11 meses de gestación por la simple razón de que achicaba indirectamente sus
posibilidades de éxito.
A fines de los ochenta, se produjo la primera gran revolución: el trasplante
embrionario. Una técnica que permite servir a la yegua predilecta con un
padrillo top, extraerle el embrión e implantarlo en una madre sustituta, que es
la que lleva adelante el embarazo. Así fue posible que los grandes ejemplares
diesen crías de jóvenes y no recién a los 15 o 16 años cuando se retiraban, que
no resignaran actividad y que, en muchos casos, terminaran compartiendo partidos
con sus propias hijas. Para los jugadores y/o criadores, fue una bendición
deportiva y económica: más crías, más posibilidades de multiplicar grandes
caballos y mayores ventas, de equinos o directamente de embriones, como apuesta
de sangre.
Veinticinco años más tarde, el trasplante embrionario sigue su curso; para
algunos, al borde de la saturación. Pero no es de lo que se habla hoy, en plena
disputa de la Triple Corona, sino de un paso siguiente: la clonación. Una
segunda revolución. Que en la Argentina tiene un adelantado: Adolfo Cambiaso
(h.), el mejor polista del mundo y 12 veces campeón del Abierto de Palermo.
Una historia, la de su vínculo con la clonación, que comenzó hace 10 años,
casi como un presagio, cuando en plena final del certamen 2006 con La Aguada, en
el chukker suplementario sufrió con la fractura de la mano izquierda de uno de
sus caballos preferidos y premiado: Aiken Cura. Ante la pérdida irreversible del
padrillo de la cría de Ricardo Santamarina, pidió que le sacaran células, luego
congeladas en dos universidades. Hasta que el destino lo cruzó con el magnate
tejano Alan Meeker.
Cambiaso (h.), de 41 años, se relacionó con Meeker y juntos dieron los primeros
pasos en el clonaje de los caballos cracks. Obviamente, el primero fue Aiken
Cura. Se hizo en Estados Unidos. Luego vinieron las Cuarteteras, copias de su
yegua preferida y más marketinera, superando incluso en fama al recordado
Colibrí, petiso que marcó una época cuando Adolfito jugaba para Ellerstina.
"El ejemplar clonado es una fotocopia, genética y fenotípicamente. El del trasplante puede tener alguna diferencia física", aclara Máximo Aguirre Paz, experimentado veterinario de los tiempos de Coronel Suárez y de Indios Chapaleufú. "Genéticamente, con la clonación mantenés la calidad. Hasta podés recuperar cracks, como puede ser un macho castrado que revive en su estado natural. Lo que no creo que puedas clonar es todo lo que viene después: el destete, la doma, la aptitud. Ahí entramos en otro terreno más difuso", sostiene Aguirre Paz.
Cuando Cambiaso empezó a volcarse a la clonación, sin por ello abandonar el trasplante embrionario, fue mirado de costado en el ambiente polístico. Pocos creían, por ejemplo, que pudiese reciclar a la Cuartetera, según propia expresión, "la mejor yegua que jugó en su vida", y que ya retiró de la alta competencia. La creencia era que si bien podía sacar diez Cuarteteras, ninguna de las copias tendría la calidad de la original. Que nada le garantizaba el éxito.
Junto con Meeker y con el empresario argentino Ernesto Gutiérrez (ex presidente de Aeropuertos Argentina 2000), Cambiaso fundó, en Luján, Crest View Genetics, uno de los centros de clonación más importantes en la Argentina. Bajo la dirección del veterinario Adrián Mutto, allí se cimentan muchos sueños a futuro. Una cuestión que cobró mayor relieve cuando, hace unos meses, el emblema de La Dolfina utilizó 6 de los 7 clones que obtuvo de la Cuartetera en la final del Abierto de Tortugas frente a Ellerstina. Incluso, uno de ellos, el clon 06, fue doblemente premiado. Casi como un trofeo más para quien pensó en una apuesta exitosa en medio de un marcado escepticismo.
¿Cuántos caballos tiene clonados Cambiaso? De la Cuartetera, por ejemplo, son 7, la misma cantidad que de la Lapa, otra de las afamadas yeguas que lo acompañaron en su carrera. Y 6 de Small Pearson. Además, tiene réplicas de Buenaventura, Raptor, Bruma, Mujer Amante y Hanna Montana. Son 30. Jugando, son las Cuarteteras y algunas de la Lapa: en el reciente debut frente a Cría Yatay en el Abierto de Palermo, utilizó la 02 y la 04 de la Cuartetera y la 01, 02 y 03 de la Lapa. El resto cumple su proceso de maduración: los caballos suelen entrar en escena en las competencias a los 6 años, promedio, luego del destete, la doma y la preparación. Aunque en el caso de los clones, el debut en la alta exigencia parece haberse adelantado.
Clonación que también generó rechazo en algunos casos. Como de movida lo hizo saber Gonzalo Pieres, alma mater de Ellerstina (la organización rival de La Dolfina en el alto handicap argentino), argumentando que iba a ser muy complejo tener controles seguros de identificación a futuro. Otro de los puntos en contra que se le marca es la limitación para clonar en virtud de los costos que implica. Se habla de US$ 100.000 por ejemplar.
"Sí, podemos hablar de esa cifra. Pero cuando se clona más de un caballo, los costos bajan y pueden alcanzar los US$ 60.000 o 70.000. A veces se paga eso en un remate por una potranca de la que sólo vas a saber si es buena o no cuatro años después, más allá de que tenga un gran padre y una excelente madre. Entonces, apostar a lo que ya sabés que es bueno por una suma similar o quizás un poco más alta, te otorga una ventaja. Y hay más: el clon que nace es copia exacta del original, sumada su experiencia. Son maduras. Ganás en tiempo también y con el caballo en plenitud", puntualiza Gutiérrez.
¿Cuál es el límite de la clonación? "Está por verse. A lo mejor se satura el mercado como con el trasplante, aunque por los costos es más difícil. Hoy creo que es marketing genético y el alboroto que genera todo lo que se escucha", remata Aguirre Paz.
Cambiaso picó en punta, algunos lo siguieron (Crest View Genetics clonó 20 más de otros polistas) y a partir de resultados recientes, la posibilidad de una expansión del mercado y la tendencia no es una utopía. Las fotocopias también cotizan.