Esta semana se acercó a varios movimientos sociales cuyo principal hobby son los piquetes y cortes de calles que siguen teniendo a maltraer a buena parte de la ciudadanía. Fue una forma de marcarle la cancha a Mauricio Macri, seguida ayer de una reunión del consejo directivo cegetista, en la cual se mostró voluntad para analizar la posibilidad de "medidas de acción directa" contra las políticas gubernamentales.
Rápidamente, los popes sindicales cambiaron su discurso. Atrás quedaron las
declaraciones iniciales de Juan Carlos Schmid, uno de los triunviros que
conducen la CGT unificada, quien había relativizado la alternativa de un paro
general, al expresar que si se para, al día siguiente todo seguirá igual.
En la Casa Rosada, el acuerdo de los 124 gremios que constituyen la nueva CGT
había sido bien visto. Saben que siempre suele ser menos complicado controlar la
conflictividad social negociando con un solo gran interlocutor. También existe
aún convencimiento en el Gobierno de que la solución dada a las obras sociales
sindicales por la deuda que tenía con ellas el Estado ha permitido tender un
puente de diálogo con el gremialismo.
Lo que debe entenderse también es que para la oposición política, y en
particular para un peronismo hoy huérfano de conducción, no habrá 2019 sin 2017.
En otras palabras, si no se hace un buen papel en las elecciones legislativas
del año próximo, no será nada sencillo volver al poder dos años después.
El peronismo está inmerso en una crisis y una buena parte de los caciques
sindicales aspira a recuperar cuotas de poder dentro de ese movimiento, sin
desmedro del juego propio que varios de ellos vienen teniendo junto al Frente
Renovador, de Sergio Massa. La última incorporación del massismo fue el líder de
la Unión Obrera de la Construcción (Uocra), Gerardo Martínez, quien se suma a
dos de los triunviros de la CGT: Héctor Daer, de Sanidad, y el barrionuevista
Carlos Acuña, del gremio de estaciones de servicio. En cambio, el sindicalismo
macrista, por ahora, no va más allá del apoyo de Gerónimo "Momo" Venegas, líder
de los trabajadores rurales.
Para el sindicalismo argentino, siempre ha sido complejo encontrar un camino alternativo a la realización de medidas de fuerza para conseguir protagonismo político. No quiere decir esto que necesariamente se concluya en un paro general en octubre, como se viene especulando. Pero es difícil descartar una movilización masiva.
Paradójicamente, el sinceramiento estadístico le está jugando en contra al Gobierno. No bien se confirmó una tasa de desocupación del 9,3%, comenzaron a llover presiones desde distintos sectores sociales y sindicales. Muchos se ampararon en que, al tercer trimestre de 2015, el desempleo era, según las nada confiables estadísticas del kirchnerismo, del 5,9%, el más bajo de los últimos 28 años. Sin embargo, distintos economistas sostienen que este porcentaje era una mera ilusión, justificada por una tasa de actividad (porcentaje de personas que forman o quieren ser parte del mercado de trabajo) artificialmente baja. El especialista de Inversor Global Iván Carrino calcula que si la tasa de actividad se hubiera mantenido en los últimos años en el 46% que hoy estima el Indec, hacia el tercer trimestre de 2014 el desempleo real se hubiera situado en el 10,1% y hacia el segundo trimestre de 2015, en el 9,6%; esto es, valores levemente superiores al actual.
Más allá de eso, Macri enfrenta un serio problema. Estudios privados advierten que si se asume que la tasa de actividad se mantiene estable en los próximos años, la Argentina debería crear más de 200.000 puestos de trabajo por año sólo para conservar una tasa de desempleo del 9,3% como la actual.
Pero si se espera reducir este porcentaje de desocupados a razón de un punto por año, para llegar a 2019 con un desempleo del 6%, la creación anual de empleos debería situarse en unos 400.000. Algo que hoy parecería impensable, aunque no imposible: la economía debería crecer no menos del 4% anual desde 2017 para alcanzar esas metas.
La evolución de las tasas de inflación, crecimiento económico y desempleo serán claves en el primer semestre de 2017 para la consolidación del gobierno macrista.
Los gestos y esfuerzos desde el presidente Macri para abajo tendientes a inyectar optimismo son más que ostensibles. Claro que la sobreactuación, como la sobrecarga de expectativas en el presente segundo semestre, puede resultar contraproducente. En los últimos días, Alfonso Prat-Gay sugirió que la inflación había dejado de ser un problema y Francisco Cabrera anunció que el consumo dejó de caer. El tiempo dirá si tenían razón o si sólo hicieron meros pases de ilusionismo.