El negocio de las semillas está a punto de cambiar para siempre en la
Argentina: el Gobierno presentó la semana pasada un proyecto de ley que fijará
nuevas reglas de juego y muchos actores de la cadena agrícola ya se están
preparando para el escenario que viene. Entre ellos, un grupo de productores,
multiplicadores, asesores y vendedores de insumos argentinos, que viajaron
Shakopee, Minessota (EE.UU.), para ver algunos de los caminos que podrán
recorrer en esa importante transformación.
Entre los campos que están sembrados con soja y maíz en cada rincón de esta
zona, en el centro-norte del país, cerca de la frontera con Canadá, se movió la
semana pasada el nutrido grupo de argentinos, que viajó para conocer la planta
que tiene aquí Bayer CropSience, donde fabrica una máquina para el tratamiento
profesional de semillas que ya está en poder de varios productores grandes,
multiplicadores y empresas semilleras de la Argentina.
Las charlas y las recorridas, jalonadas por las buenas lluvias de este verano
estadounidense, sirvieron para que cada uno cuente cómo se imagina los cambios
que vienen.
Ignacio Naveyrra es socio de Bioterra, una agronomía en Tres Arroyos, que
armó con la idea no solo de vender insumos, sino de prestar servicios que
agreguen valor, como asesoramiento agronómico y monitoreo, por ejemplo. Ahora,
están invirtiendo en la infraestructura necesaria para acondicionar semilla y
sumarla a los productos que hoy venden.
“En los últimos años ya se viene dando entre los productores un cambio hacia
una búsqueda de semillas más profesionales, por decirlo de alguna manera, porque
la necesidad de bajar costos genera una demanda creciente de tecnología. Pero,
ahora, creo que las transformaciones que se vienen, con controles más estrictos
por parte del Estado sobre el uso de semilla no legal, van a acelerar este
proceso”, aseguró Naveyra.
Esta transformación hacia la legalidad del negocio de la semilla significa un viraje radical. Hoy, el 85% de la semilla de soja en Argentina es ilegal (la famosa “bolsa blanca”), es decir, no paga regalías a sus desarrolladores. Cuando eso empiece a cambiar, será una nueva realidad para un negocio que tiene mucho para crecer en el país. No solo el de la semilla en sí misma, sino también el de su tratamiento, que este año moverá unos 170 millones de dólares a nivel local, incluyendo a los inoculantes, fungicidas e insecticidas.
Pablo Fernández Poeta, responsable de ese negocio para el Cono Sur en Bayer, explica que en los últimos años el tratamiento profesional de las semillas, hecho por empresas con máquinas e instalaciones apropiadas, y no el clásico tratamiento a campo hecho por peones o contratistas, viene creciendo a razón de un 2% anual. Pero Fernández Poeta también asegura que las tasas de expansión se acelerarán.
“De todas maneras, los cambios van a ser paulatinos, porque hoy no podría
abastecerse la demanda si toda la semilla de soja que se compra fuera
certificada y tratada profesionalmente”, dice, como para serenar a los más
ansiosos.
El tratamiento de semillas es un negocio en el que hay un puñado de empresas
que lideran el mercado, con vínculos muy estrechos con grandes compañías
internacionales, y otras que quieren crecer fuerte. Entre las primeras está la
clásica marca Nitragin, que luego de ser vendida a la danesa Novozymes fue a una
alianza con Monsanto y ahora se llama Monsanto BioAg. También está allí otra
marca fuerte, Rizobacter, que trabaja en tándem con Syngenta. Y la tercera en
discordia es Bayer, que adquirió la nacional Biagro, en una operación que recién
fue aprobada por las autoridades este año.
Luego, en el pelotón de las que buscan prenderse en la carrera, hay empresas como la pergaminense Barenbrug-Palaversich, impulsada por sus poderosos socios holandeses.
Esas firmas pelean por alguna porción del mercado, pero son socios, o
proveedores o clientes, en varios negocios. Con los productos de Bayer se
tratan, por ejemplo, los semillas de maíz de Monsanto, que también llevan cosas
de Nitragin.
Nicolás Lizarraga es un tucumano que siembra unas 15.000 hectáreas en esa
provincia y en Santiago del Estero. Hace soja, maíz y algo de caña de azúcar. Y
cuenta que hace el tratamiento clásico de la semilla de soja, con los
contratistas y gente abriendo y cerrando bolsas en el medio del campo.
“Poder tener un máquina propia que haga el tratamiento creo que sería una
buena inversión en términos económicos, pero hay que cambiar la organización del
trabajo: dejar de tercerizar todo. Sería como hacer otro negocio, pero tendría
margen para brindar servicios a terceros”, reflexiona el tucumano, analizando la
inversión.
El cordobés Juan Graupera ya se convenció del cambio que se viene, y no solo
en soja. Por eso, compró una máquina y la instaló en su agronomía CG
Agronegocios, de Jesús María, en Córdoba. El hombre produce semilla de garbanzo,
para la gran zona productora de ese cultivo que hay en torno a su localidad, y
quiere comenzar a venderla “curada”. También quiere hacer lo mismo con semillas
de pasturas megatérmicas, como el gatton panic.
“Hay un gran mercado para crecer sumando tecnología en el garbanzo y en las megatérmicas, porque la ganadería del norte necesita que se multiplique la productividad de las pasturas”, evalua Graupera.
En el norte, justamente, trabaja Gabriel Bolatti, gerente zonal de la
Administración Duhau, que siembra allí más de 40.000 hectáreas.
Este ingeniero cuenta que la calidad de la semilla de soja que siembran es
cada vez más importante para ellos. Por eso, este año comenzaron a guardarlas en
cámaras de frío, en Charata, Chaco, y evalúan tener algún sistema propio como el
que se vio aquí en Shakopee, porque les permitiría resolver varios problemas.
“Para nosotros es estratégico poder hacer un tratamiento profesional de la
semilla de soja y hasta 60 días antes de la siembra, porque nos permite armar
una mejor logística, distribuirla en los campos de manera ordenada y sembrar a
tiempo.
Así, nos ayuda en nuestro objetivo de bajar la densidad de siembra, porque
nacen más plantas. En definitiva, bajamos la inversión en semilla, los gastos de
flete y mejoramos la productividad y la rentabilidad, dice Bolatti, con una
visión clara.
Finalmente, para Juan Alesso, que tiene distribución de insumos en San Justo,
Rafaela y Esperanza, en Santa Fe, el futuro también va en ese sentido. El joven,
de 27 años, acaba de incorporar junto a su padre la producción y venta de
semilla, pero si se decide a comprar una máquina le agregará el “curado” y la
posibilidad de dar servicios a terceros para esta labor.
Como dijo Sergio Holoveski, responsable de tratamiento de semillas de
Monsanto, quien participó del viaje, “este es un negocio que tiene mucho para
crecer en la Argentina”. Según calculan los conocedores, en diez años del
negocio del tratamiento de semillas podría llegar a los 250 millones de dólares.
Es solo una parte de lo que podrá crecer el negocio de la semilla en general, si la nueva ley consolida reglas de juego claras. Ese es el camino que puede despejarse en los próximos meses, y que muchos ya quieren empezar a recorrer.