Las ganas de sembrar de maíz esta campaña también reavivaron el tema clave de las brechas de rendimiento.
Por eso, en el marco del vigésimo cuarto Congreso de Aapresid, esta temática
fue un desafío planteado en varios talleres y charlas plenarias. Clarín Rural
estuvo ahí para conocer cuál es manejo ajustado para lograrlo.
En una de ellas, los especialistas Juan Pablo Monzón, de la Universidad de
Mar del Plata e INTA, Gabriel Espósito, de la Universidad Nacional de Río Cuarto
y Andrés Madias, del Sistema Chacras, de Aapresid, explicaron, contando sus
experiencias sobre cómo elevar el rendimiento real del cereal y los beneficios
que esto acarrearía para los productores.
De acuerdo a lo que afirmó Monzón, “el rendimiento promedio del maíz a nivel
nacional, en secano, es de 6,6 toneladas por hectárea y, con solo mejorar el
manejo y la tecnología ya adoptada por el productor, se pueden conseguir hasta
9,4 toneladas”.
Según el experto, la única alternativa posible y firme para incrementar la
producción es aumentar el rendimiento por unidad de superficie. Para ello,
añadió, se debe aumentar el potencial de rendimiento del cultivo a través de la
genética o cerrar brechas de rendimiento.
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maíz
Respecto a esto último, comentó que está trabajando en un proyecto global que
consiste en armar un “atlas mundial de brechas de rendimiento” en el cereal y
que, a partir de él, está conociendo con certeza cuál es rendimiento potencial
de maíz en cada región productiva argentina.
Bajo este proyecto, Monzón explicó que las zonas del país están agrupadas por
un comportamiento agroclimático homogéneo, se averiguaron los datos climáticos
en cada caso y se determinó el manejo y el nivel tecnológico en cada una de
ellas.
Con toda esta información recabada, se estimó el rendimiento potencial a
través de un modelo de simulación. Así, dijo que en la zona núcleo las brechas
de rendimiento son menores que en zonas extrapampeanas y que esto se debe,
principalmente, a las diferencias tecnológicas.
Finalmente, Monzón concluyó que este salto de rendimiento promedio de 6,6
toneladas a 9,4 toneladas implica un crecimiento de la producción nacional de
28,8 millones de toneladas actuales hasta 41,1 millones y un ingreso extra por
2.000 millones de dólares.
A su turno y basado en su experiencia práctica de las últimas once campañas
en maíz de primera, para Espósito la brecha de rendimiento entre lo real y lo
alcanzable es mucho mayor que lo hecho por Monzón.
El especialista cordobés, que experimenta para lograr altos rendimientos en
el cereal sin restricciones hídricas ni nutricionales, comentó que en Río Cuarto
el máximo alcanzable es de 18,7 toneladas por hectárea, mientras que el rinde
zonal es de 5,5 toneladas. De acuerdo a estos datos, agregó, “la brecha es de
casi 13 toneladas, superando en dos veces al valor cosechado”.
Asimismo, agregó que hace cuatro campañas también están averiguando el
potencial de rendimiento del maíz tardío y en esa zona es de 15,1 toneladas.
En ambos casos, aseguró Espósito, el rendimiento potencial de la fecha temprana
está limitado por la radiación solar que recibe el cultivo entre noviembre y
diciembre, durante el período crítico, y en el tardío, por la oferta radiativa
del mes de febrero.
Luego de este análisis, el técnico se centró en distintas variables que
interactúan con el potencial de rendimiento.
Según sus datos, “la fecha de siembra explica en 36 quintales la variación de la
respuesta del rendimiento”, dijo y agregó que no siempre es conveniente sembrar
maíz tardío, sino hacerlo cuando se estima que habrá limitaciones hídricas
durante el ciclo de crecimiento.
Respecto al riego, sostuvo que las fechas tempranas elevan en 62 quintales
por hectárea el rendimiento, mientras que se eleva en solo 12 quintales en las
tardías. Esto está relacionado con la oferta hídrica y el largo del ciclo de
cada una de las fechas de siembra.
Para la fertilización, “hay significativas diferencias de rendimiento con la
aplicación de nitrógeno, que se acentúan aun más cuando se aplica otros
nutrientes como fósforo, azufre o zinc”. El dato clave, en este caso, fue que
con 300 unidades de nitrógeno por hectárea en secano se consiguieron 17
toneladas de rendimiento.
Finalmete, respecto a la densidad, Espósito dijo que, en la medida que va
faltando más agua, hay que reducir la cantidad de plantas y ampliar la distancia
entre hileras. “Con esta estrategia, el cultivo no absorbe tanta agua en el
período vegetativo y la reserva para el reproductivo”, concluyó.
Como cierre de este panel, Madias repasó la experiencia que el “Sistema
Chacras” está teniendo en la determinación del potencial de rendimiento de maíz
y las principales problemáticas que transmiten los productores que limitan ese
rendimiento.
Según él y como promedio de todas las Chacras, hay entre un 20 y un 50 por
ciento de mejora en el rendimiento del cultivo del cereal y para acortar esas
diferencias es fundamental conocer el ambiente productivo en el que se está
sembrando el cultivo.
En la Chacra Justiano Posse (Córdoba) dijo que el rendimiento alcanzable es
de 13,2 toneladas contra las 10,6 toneladas que se logra a nivel de lote. En
este caso, dijo el técnico, la principal problemática son los excesos hídricos.
Para ello, buscan alternativas de intensificación de las rotaciones y elevar las
dosis de nitrógeno para elevar el rendimiento del cultivo.
Por su parte, la Chaca Bandera (Santiago del Estero) logran rendimiento de
10,6 toneladas contra los 6,2 que se obtiene a nivel zonal. En este caso, el
principal problema son las malezas duras. Hacia el sur del país, en la Chacra
Valles Irrigados Norpatagónicos, los máximos rindes son 15,2 toneladas contra
7,8 que se consiguen en la región. Allí, el principal problema es la
optimización en el uso del agua.
En San Luis, la Chacra obtiene 9,1 toneladas de maíz contra 5,7 de los lotes de productor. En este caso, para achicar brechas hay que conservar el agua y ajustar la nutrición. En las Chacra bonaerense de Pergamino, el rendimiento alcanzable es de 13 toneladas contra los 9,1 de los productores. Allí el principal problema es el deterioro de los suelos, por eso se trabaja en la intensificación y la fertilización nitrogenada.