La maniobra general a la que Mauricio Macri confía su éxito puede resumirse en algunos rasgos. Macri apuesta a que quienes tienen fondos no declarados respondan a su propuesta de blanqueo con una aceptación contundente, expresiva de la confianza que inspira el nuevo ciclo.
Si ese ingreso masivo de dólares se verifica, quedarán despejadas las dudas
de los fiscalistas sobre la financiación del déficit y, por lo tanto, sobre una
mayor contracción en la emisión de moneda. En esas condiciones, Macri y Alfonso
Prat-Gay podrían confirmar que la inflación inició su curva descendente. Y que,
gracias al discreto aumento nominal de los salarios, el consumo comienza a
reactivarse. Si se desencadenara esta dinámica, el Gobierno ingresaría al año
próximo con una economía reanimada. Podría, por lo tanto, aspirar a ganar las
elecciones, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, y consolidar así su
proyecto de poder. Esta estrategia está condicionada por dos variables que Macri
no controla. La crisis de Brasil y la interna del PJ. En esos dos fenómenos el
oficialismo estará concentrado durante los próximos días.
Hoy llegará a Buenos Aires José Serra, el nuevo canciller brasileño. Se verá con su par Susana Malcorra, con Prat-Gay y con Macri. Serra habría viajado la semana pasada, pero Malcorra no estaba en Buenos Aires. Para él, es un viaje crucial. Michel Temer necesita señales externas de legitimidad.
Su administración representa, frente a la de Dilma Rousseff, un giro casi tan pronunciado como el que produjo Macri en relación con Cristina Kirchner. Con dos peculiaridades inquietantes: el viraje no estuvo mediado por un pronunciamiento electoral y Temer es el vicepresidente del gobierno desplazado. Sobre estas fragilidades, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Cuba y el secretario general de la Unasur, Ernesto Samper, denunciaron que el impeachment, a pesar de tramitarse en el marco de la ley, fue un golpe. Barack Obama aún no llamó a Temer. De modo que la ratificación del respaldo argentino es más imprescindible. Curiosa simetría: Fernando Henrique Cardoso fue esencial, en 2001, para el establecimiento del débil interinato de Eduardo Duhalde.
Para Macri es crucial que Brasil se estabilice. La profunda recesión de esa economía es para su programa una limitación más grave que la que había, en un principio, calculado. Por eso las conversaciones con Serra serán tan relevantes. El primer ejercicio de hoy será poner a prueba qué grado de verdad cobijan las leyendas: Serra tiene fama de ser muy crítico del Mercosur, lo que se traduce a veces como que es "antiargentino". Figura principal del establishment paulista y candidato a presidente para 2018, también es muy celoso de los intereses del empresariado brasileño, lo que puede volverlo reacio a movimientos de apertura, como el acuerdo que alientan Macri y Malcorra con Europa. Un dato más: Serra tiene cierta aspereza de carácter. Para administrar estas complejidades, Temer destacará como embajador en Buenos Aires a uno de los mejores exponentes de Itamaraty: Sergio Danese. Una señal de continuidad con la gestión de Mauro Vieira, de quien Danese fue secretario general.
El otro proceso que condiciona la operación económica de Macri es la relación con un peronismo de innumerables rostros. En el seno de Cambiemos se ha iniciado una discusión sobre el problema. Lo que hay que comprender: detrás de cada hipótesis sobre qué hacer con el peronismo se esconde una idea de qué hacer con la propia coalición.
El radicalismo, que se expresa dentro del gabinete a través de Ernesto Sanz, defiende la elaboración de un pacto de mediano plazo con el PJ oficial, que, a diferencia del de Sergio Massa o del de Cristina Kirchner, no está condicionado por urgencias judiciales o electorales. Esa receta tiene un sesgo que retrae muchísimo a Jaime Durán Barba y a Marcos Peña. Ellos administran, auxiliados por una legión de expertos en opinión pública, la identidad de Pro, que se custodia en un templo de Balcarce y avenida Belgrano. Para Peña y Durán, el liderazgo de Macri nació como una respuesta al derrumbe político de 2001 y, por eso, lleva en su ADN una impugnación al orden anterior. Por eso la idea de Sanz fue sometida a una ácida crítica anteayer por la mañana, en Olivos, donde acostumbra a reunirse el corazón de Pro: Peña, Nicolás Caputo, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Emilio Monzó, José Torello, Jorge Macri, Durán y pocos más. Nada puede resultar más sospechoso en esa mesa que un acuerdo acuñado en el bipartidismo clásico.
Calibrar el plan
Es difícil calibrar el factor Macri en esta elaboración. ¿Es una dócil materialización surgida de la probeta posmoderna de Peña y Durán Barba? ¿O ese dúo sólo pone en un pentagrama la música que tararea un jefe personalista, prepolítico, que logró estilizar una cultura de poder capaz de cruzar el mar desde Calabria y fue aprendida, casi sin hablar, en la mesa de Franco Macri? El placer del veto responde, de algún modo, esta pregunta.
Es probable que la dirigencia radical, que analizó su estrategia la semana pasada, no se haya detenido en estas cuestiones. Sanz tuvo tres conversaciones relevantes: con el jefe de los senadores peronistas, Miguel Pichetto, que propuso un pacto antes que nadie; con el presidente del partido, José Luis Gioja, y con su vice, Daniel Scioli. Gioja y Scioli se entusiasman con un entendimiento. Comprensible: les otorga una visibilidad de la que carecen, atenazados por Cristina Kirchner y Massa.
Cada método implica un diagnóstico. Los radicales temen un deterioro económico social que corroa las bases de Cambiemos. Para atenuarlo, prevén un pacto que incluya una agenda parlamentaria. Sanz defendió su idea el jueves, con el argumento de que aliviaría al Gobierno de los altos costos que se pagan en negociaciones con gobernadores. El reproche, como era de esperar, encendió a Rogelio Frigerio.
En el paquete legislativo estaría el blanqueo, uno de cuyos proyectos tiene como autor a Pichetto. También la reforma electoral, que incluye, a instancias de Macri, la flexibilización de las primarias. Y también un paquete judicial.
Macri desconfía de ese formato. No porque fortalezca al PJ, sino porque incrementa el peso de la UCR en su ecuación. Ésta es la cuestión que asoma debajo del debate sobre un pacto. ¿Cambiemos seguirá siendo una unión transitoria de partidos? ¿Se convertirá en una sola fuerza? ¿O Pro aspira a monopolizar, a expensas de los radicales, la representación de los sectores medios? Detrás de estas opciones palpita otro enigma: cuál es el proyecto de poder del partido radical. Y algo más concreto: el reparto de candidaturas para 2017.
Relación con el PJ
Macri supone que tiene dominado al peronismo. Y que lo terminará de subyugar con un éxito económico. Los sindicalistas reciben más plata que la que jamás les giró Cristina Kirchner. Por si esto no bastara, observan con terror que intocables como la ex presidenta o Julio De Vido atraviesan un calvario en tribunales. Los movimientos sociales también atesoran fondos impensados. "Nos dan lo mismo que en nuestro gobierno, con la diferencia de que nadie pide un vuelto. ¿Se darán cuenta de que nos están armando?", explica uno de sus líderes.
Con los gobernadores se sellaron dos acuerdos. A cambio de un financiamiento que les garantiza competir sin riesgos con Cambiemos en las elecciones, los caudillos del PJ se comprometieron a facilitar la ley de blanqueo y a aprobar el próximo 15, en el Senado, los pliegos de Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti para la Corte.
La designación de estos dos jueces está en la raíz de la tensión entre la Casa Rosada y Ricardo Lorenzetti. Elisa Carrió expresa, con o sin encargo, ese malestar. La diputada lanzó acusaciones gravísimas contra el presidente de la Corte, que debió contestarle. Entre otros reproches, le imputó presionar a los senadores para evitar que Rosatti ingrese al tribunal. Carrió comenzó con estas acusaciones hace dos domingos, en una entrevista con Luis Majul. Un día antes se había reunido a solas con Macri, en Olivos.
Lorenzetti tiene motivos para pensar que Carrió habla por el Presidente. Sobre todo porque, antes de ese encuentro en la quinta presidencial, un episodio irritó a Macri: el titular de la Corte recibió a siete gobernadores peronistas para hablar del 15% de coparticipación que reclaman a la Nación.
En la Casa Rosada esa entrevista causó indignación. El juez había revivido el sinsabor del primer encontronazo: la firma de un fallo, tan demorado como sorpresivo, en el que, días antes de la asunción de Macri, se restituyeron esos fondos a Santa Fe, Córdoba y San Luis. El fastidio fue mayor por un malentendido: alguien comunicó a Macri que Lorenzetti no recibiría a esos mandatarios con los que, al final, se vio. Después las habladurías ensombrecieron. Un par de peronistas informaron al oficialismo que el magistrado pretendía que a la Corte ingresara la jueza de la Corte tucumana Claudia Sbdar, madre de un ex secretario privado del ex gobernador José Alperovich. Un peronista de trato frecuente con Lorenzetti aclaró en el Gobierno que, en rigor, Sbdar sería candidata a reemplazar a Elena Highton de Nolasco cuando se jubile.
El enredo se resolvió el jueves pasado, en una charla a solas entre Macri y Lorenzetti. Al día siguiente, Peña aclaró que las declaraciones de Carrió no expresan al Ejecutivo ni a Cambiemos. El Presidente lo reiteró ante varios interlocutores.
Lorenzetti no fue el único contradictor que encontró Carrió en los últimos días. Ayer, a través del arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, le contestó Francisco. Hasta anoche, Lorenzetti tenía pensado peregrinar a Roma la semana próxima, de la mano del diputado Gustavo Vera, quien también conoce el fuego que sale de la boca de Carrió. ¿De qué irán a hablar el Papa y el presidente de la Corte, si es que se ven?