Desde Santa Cruz estará observando con desconcierto, sin entender pero entendiendo: hay conferencias de prensa, entrevistas y hasta estará Obama en la Rosada. Ella nos había mostrado el camino de la no convivencia. Y es difícil, pero estamos intentando reparar la grieta que causó.
Sus cien días de oscuridad comenzaron cuando despreció el resultado de la elección. Melodramática hasta el fin, no aceptó entregar los atributos presidenciales a su legítimo sucesor. Tampoco que sus legisladores asistieran a la ceremonia. Siempre apostó a todo o nada. Y como el lugar de presidenta saliente no es el principal, hizo una escena adolescente para lograr el último protagónico. Ahí comenzó el primero de sus cien días de soledad.
Cristina miró por tevé la heroica lucha de Máximo por un mejor despacho en Diputados. Y leyó en los diarios la declaración de Stiuso, el jefe de los espías durante toda su gestión salvo en el final. Seguramente comparte la tristeza del gran amigo de la familia, Lázaro Báez, víctima de los medios que no dejan que su hijo cuente millones de dólares en paz.
Se mostró dos veces con videos caseros para alentar a La Cámpora. ¿Qué habrá pasado por su cabeza ante el almuerzo televisado de uno de sus jefes, José Ottavis, con su pareja Vicky Xipolitakis en lo de Mirtha Legrand?
Cristina escribió un par de veces en Facebook contra los fondos buitre y en defensa de Kicillof. Y en twitter recordó a Chávez y a Néstor el día que hubiera cumplido 66 años. Retazos del relato, y nada más.
En su lugar en el mundo, entre huelgas y protestas por el desastre que heredó su cuñada Alicia, Cristina guardó silencio ante algo que creerá orquestado por el imperialismo. O por una fabuladora, la misma que fue la primera en mencionar los bolsos con dinero como esos que llenaba el hijo de Báez y que recibían en la casa de Gobierno.
Sí, habló nuevamente Miriam Quiroga, una mujer que sabe demasiado y vio demasiado. Ayer confesó que fue amante de Néstor Kirchner durante 10 años.
Se derrumba el kirchnerismo junto a sus mitos. A Cristina le toca ser espectadora de las consecuencias del pasado que protagonizó. En el silencio de la abstinencia, tras cien días sin cadenas, quizás sea otra: humilde, autocrítica, receptiva y propensa al diálogo. Aunque más posible es que siga fiel al personaje veleidoso, autosuficiente y soberbio que públicamente representó.