Si el peronismo fuera un cuadro de doble entrada, las dos variables con las que se podría resumir su presente son la caracterización del gobierno de Mauricio Macri, por un lado, y del proceso de la juventud peronista de los años 70, por el otro.
Los que creen que Macri es la dictadura y que los jóvenes maravillosos fueron traicionados por Juan Domingo Perón cuando en 1974 los echó de la Plaza son los que se niegan a cualquier contacto con el Gobierno. Se trata del grupo que resiste con aguante, porque está convencido de que "cuanto peor, mejor"; realiza actos para defender la Ley de Medios y a periodistas como Víctor Hugo Morales, y no considera deshonrosa como bandera de lucha tener que pedir por el amplio despacho del tercer piso de la Cámara de Diputados en disputa sea destinado a Máximo Kirchner. Por cierto, el diputado-heredero es quien mejor representa esta posición.
Por el contrario, los que creen que gobierna una coalición legítimamente elegida por el voto popular y consideran que los que traicionaron a Perón fueron los Montoneros son los que tienen mayor empatía con la gestión de Cambiemos. Tienen larguísimas cuentas pendientes con el kirchnerismo, creen que el peronismo debe desprenderse rápidamente del sello del Frente para la Victoria (FpV) y están ansiosos por volver al "peronismo de Perón", es decir, al que combatió a la gloriosa JP por "zurda y comunista". Ricardo Pignanelli, secretario general del SMATA, es quien mejor representa esta postura.
Los otros dos espacios del cuadro están igualmente definidos. Uno no caracteriza al gobierno de Macri como una dictadura, y hasta cree que le puede ir razonablemente bien en su gestión, dejando al peronismo fuera de juego por muchos años, quizás ocho. Sin embargo, cree que Perón también fue el responsable del baño de sangre de los 70 y el kirchnerismo cumplió varios roles históricos, entre ellos, saldar la cuenta de persecución que empezó antes del golpe del 76 contra los jóvenes militantes armados, para darle poder a una nueva generación de jóvenes, o sea, a La Cámpora. El caso paradigmático de esta posición es Héctor Recalde, titular del bloque del FpV en Diputados.
El cuarto espacio está absolutamente convencido de que Macri es una dictadura a la que hay que echar cuanto antes del gobierno, porque resume todo el mal en la política argentina, más que nada, ese sentimiento argentino, tan nacional y popular, que combate con energía a los hijos de buena cuna. Sin embargo, está a disgusto con los Montoneros, La Cámpora, Cristina y la mar en coche. Llora todos los días la muerte de Néstor Kirchner, le reza a la Virgen de Luján y le pide perdón cada vez que puede al Papa Francisco por los excesos cometidos en el ejercicio de la función pública. Guillermo Moreno y su campaña masiva de afiliación al Partido Justicialista es el epítome de esta postura.
Si en muchas huestes kirchneristas lloran por la ausencia de Néstor, en el grupo que fracturó el bloque del FpV extrañan a Juan Carlos "Chueco" Mazzón, el político que tuvo el talento de contener a todas las tribus peronistas, sin pretender figurar en ninguna lista porque, como Augusto Timoteo Vandor, su poder devenía en colocar a todos los demás.
Justamente, a Diego Bossio, ex titular del ANSES durante la segunda presidencia de Cristina, un militante que dejó nombre, apellido y DNI le mandó un mensaje diciéndole: "Te voy a disparar siete tiros en el cuerpo como le pasó a Vandor". Se refería al episodio dirigido por un comando joven armado que entró a la oficina del líder metalúrgico y le disparó a quemarropa, ejerciendo justicia contra el traidor que quiso presentar un partido propio en unas elecciones que estaban por convocarse. Perón no estaba de acuerdo. Avaló el golpe de Onganía y que esa dictadura le entregara las obras sociales a los sindicatos, pero no aceptaba que el país se normalizara con él en el exilio.
Los kirchneristas también creen que Cristina es un nuevo Perón, es decir, que ningún gobierno es legítimo si no la incluye a ella. No aceptan que los últimos 12 años fueron otra etapa del peronismo, como el menemismo o el duhaldismo. Para esta visión de las cosas, que una mayoría -ajustada, pero incuestionable- haya ganado la Nación y la estratégica provincia de Buenos Aires es por una suma de errores que pudieron haberse evitado, casualidades varias, y por el respaldo de los medios hegemónicos. Que se les demuestre que los grandes medios no ocultaron su respaldo a Daniel Scioli no los hace cambiar de opinión. No ven, ni de lejos, que la llegada de Macri a la Presidencia y de Vidal a la Provincia representa una profunda transformación cultural de la sociedad, la aparición de nuevas demandas, a contrapelo del relato K.
El encuestador kirchnerista Artemio López explicitó muy claramente la postura de quienes ven en Máximo Kirchner el heredero que debe conducir esta etapa del peronismo fuera del poder. Para él, el peronismo en el 2003 estaba ultrafragmentado y era incapaz de recuperar las mayorías. Y remata: "Recordemos que desde el punto de vista electoral, la fase kirchnerista fue la más exitosa del peronismo desde su inauguración el 24 de febrero de 1946, fecha histórica de la que este mes se conmemoran setenta años; 12 años de éxitos electorales sucesivos así lo muestran".
Efectivamente, el peronismo original y el kirchnerismo son estructuralmente idénticos. Los peronistas que se quedaron en la Plaza cuando Perón echó a los Montoneros insisten en negarlo, porque quieren creer que los días más felices de los argentinos fueron peronistas y no aceptan que durante sus dos primeras presidencias sólo Perón hacía política, y los demás obedecían, como ahora sucedió con Cristina. Prefieren quedarse con el Perón que regresó del exilio, tolerante con la oposición democrática, aunque mandó a crear la Triple A para perseguir las formaciones especiales que él mismo había incentivado.
Es verdad que siempre existieron peronistas democráticos. Lo fue el gobernador bonaerense, Domingo Mercante, gran cantidad de intelectuales que pelearon por evitar el oscurantismo peronista original, como Arturo Jauretche y Hugo del Carril, y hombres valientes, como Antonio Cafiero, el joven ministro que se animó a renunciarle al Perón todopoderoso de entonces (no estaba de acuerdo con su enfrentamiento con la Iglesia Católica) y en los 80 lideró el proceso de renovación peronista.
Hoy el peronismo vuelve a otear una salida que muestre su vocación democrática y sea favorable a los vientos integradores de la economía global. Jóvenes diputados que lideran este proceso, como Bossio o el salteño Javier David desconocen aspectos sustanciales del proceso renovador, que empezó con la ruptura del bloque y continuó con la fractura del PJ, hasta que lograron cooptarlo.
Lo importante para el grupo de los que armó el Bloque Justicialista es que sienten "liberados" y con ganas de discutir entre ellos las decisiones a tomar, sin aceptar que nada venga digerido de arriba, en rigor, de El Calafate, o sea, desde afuera del poder. Uno de ellos en particular, un peronista de más años, dice que durante esta última década hizo un "master de kirchnerismo", con el que aprendió "a pegarle a la escopeta con el pato", o sea, a hacer las cosas al revés. Ahora juzga que ese curioso método de caza ya no le sirve para lograr el respaldo de los votantes.
Nadie asegura que un peronismo democrático, republicano y abierto sea capaz de generar una opción competitiva para las presidenciales de 2019. Pero hay peronistas que decidieron intentarlo, convencidos de que quieren ser artífices de su propia construcción política. Todavía no son la mayoría en Diputados, pero sí en el Senado, donde Miguel Ángel Pichetto está ejerciendo un rol clave de respaldo a los que fracturaron el bloque en la Cámara baja. José Luis Manzano y Alberto Pierri, otros dos polémicos ex dirigentes que lideraron junto a Cafiero la renovación peronista, suelen darle letra al recientemente conformado bloque. Y, por supuesto, nada hubiera sido posible sin una columna vertebral, sindicatos como SMATA, Ferroviarios y Taxistas, entre otros, que ofrecieron sedes y consejos políticos para que se concrete el salto.
Mientras toma volumen el nuevo bloque, el Partido Justicialista tiene que tomar decisiones. Si convoca a elecciones abiertas, si acepta las fichas de afiliación que están juntando los kirchneristas, si propone una conducción que incluya a dirigentes que se fueron del PJ en los últimos años, como José Manuel de la Sota y Sergio Massa o si La Cámpora mantendrá la misma cantidad de cargos que tiene ahora.
Algunas cosas parecen claras. Fuera del poder, mantener la unidad es imposible. De hecho, en el 2017, el PJ no competirá con el sello FpV. Lo adelantó el apoderado partidario, Jorge Landau, al explicar que "el FpV no existe más". Los kirchneristas lo saben. En sus declaraciones a la prensa hablan de "FpV-PJ", algo que hasta el 10 de diciembre hubiera sido considerado una herejía. En el Gobierno, claro, sonríen frente a la inevitable fragmentación del peronismo.