Todos sabemos que la herencia económica que el kirchnerismo le deja al gobierno de Macri es realmente de terror. El tipo de cambio atrasado artificialmente, el gasto público en niveles récord, una carga tributaria asfixiante, el cepo cambiario, cero reservas en el BCRA, tarifas de los servicios públicos artificialmente retrasadas y el listado sigue.
Sin duda el flanco fiscal luce como el más complicado. Me animará a decir que más complicado que el cepo porque, en última instancia salir del cepo es solo una decisión administrativa que se toma de un día para otro. La cuestión es que para salir del cepo sin una explosión, simultáneamente hay que tener disciplina monetaria, es decir, dejar de emitir moneda para financiar el déficit fiscal. Si la salida del cepo no se hace un contexto de disciplina monetaria o con una convincente propuesta de ir hacia la disciplina monetaria, se corre el riesgo de tener un desborde inflacionario, cambiario y financiero.
Pero, a su vez, para poder tener disciplina monetaria, es necesario tener disciplina fiscal dado que la gran expansión monetaria que hoy genera el BCRA es para financiar el rojo de las cuentas públicas. Para que tengamos una idea más acabada de la herencia que deja CF, en lo que va del 2015 (hasta el 20 de noviembre específicamente) la base monetaria aumentó en $ 83.607 millones, pero el financiamiento del déficit fiscal generó un aumento de $ 108.631 millones en tanto que la venta de reservas para pagar importaciones, turismo y dólar ahorro, produjo una contracción de pesos del mercado de 56.189 millones. La diferencia tiene que ver con el rubro otros que muestra un aumento de $ 29.000 millones, algo anormal en las explicaciones de expansión de la base monetaria.
Pero yendo al tema de fondo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué sistemáticamente caemos en desbordes fiscales? Recordemos que, en última instancia, la crisis del 2001/2002 fue fruto de la desconfianza que generó la falta de financiamiento del gasto público, al igual que en los 80 el desequilibrio fiscal fue una constante y que en los 70 ocurrió lo mismo, por eso se produjo el rodrigazo. Y si seguimos remontándonos hacia décadas anteriores, el problema fiscal aparece como una constante en la economía argentina, con el consiguiente déficit, emisión monetaria para financiarlo y proceso inflacionario.
Como decía en la nota de la semana pasada, en realidad estos sistemáticos desbordes fiscales tienen que ver con un comportamiento mayoritario dentro de la sociedad por el cual hay una mayor demanda de gasto público. Si bien hay oferta populista por parte de los políticos, también hay una fuerte demanda dentro de la sociedad para reclamar más gasto del estado, que no es otra cosa que pedirle al estado que utilice el monopolio de la fuerza para quitarles el fruto de su trabajo a otros y transferírselo a ellos.
Con el kirchnerismo la oferta de populismo vía el gasto público llegó a límites nunca antes alcanzados en Argentina y por eso tuvimos las primeras huelgas generales de los sindicatos por el pago del impuesto a las ganancias. Entra tal vez lo del kirchnerismo, en los antiguos casos de levantamientos populares, en esta oportunidad no sangrienta, contra la opresión del monarca que expoliaba con impuestos al pueblo para financiar sus guerras de conquistas territoriales.
De esta nefasta experiencia del populismo kirchnerista deberíamos aprender algo. Tal vez una forma de ponerle límite a esa demanda de gasto público podría intentar solucionarse con un flat tax que tenga que pagar todo el mundo, estableciendo un mínimo no imponible. Como se sabe el flat tax es un impuesto de tasa única que se paga a partir de un determinado mínimo no imponible. Supongamos que la tasa del impuesto es del 10% y el mínimo no imponible es de $ 10.000, luego de las deducciones correspondientes, el impuesto a aplicar sobre ingresos por $ 20.000 sería el 10% sobre $ 10.000 (20.000 – 10.000 de mínimo no imponible). Si el ingreso fuese de $ 100.000 el impuesto se aplicaría sobre $ 90.000. Un impuesto sencillo de liquidar y sin distorsiones.
A veces me preguntan dónde se aplica este impuesto. En la actualidad hay más de 20 países que aplican el flat tax pero las tasas varían según el país. Y agregaría que en el caso de Argentina, si bien tenemos un impuesto a las ganancias con tasas progresivas, las distorsiones acumuladas en todos estos años hace que la mayoría pague el 35% porque rápidamente se alcanza esa tasa máxima, con lo cual, en los hechos, el impuesto a las ganancias se transformó casi en un flat tax.
Ahora bien, ¿cuál es la idea de poner un impuesto universal para que todos paguen, poco, pero pague? La razón es que si la gente no siente en el bolsillo el rigor de los impuestos, la demanda por gasto público tiende a infinito creyendo que otros pagan ese gasto. Si la gente pide más gasto público, entonces tendrá que pagar más impuestos y al enfrentar una mayor carga tributaria seguramente lo pensará dos veces antes de pedir más gasto. Es que es muy fácil ser “solidario” con el dinero ajeno. La verdadera solidaridad se da cuando es voluntaria y se hace con el dinero propio.
Además de ese flat tax, sería bueno que en toda factura que se emita figuren discriminados los impuestos, por lo menos el IVA. Que la gente sepa cuánto paga de impuesto y cuánto de impuestos. Es más, cuando uno va a cargar nafta, que le entreguen una factura con todos los impuestos discriminados en la factura.
Lo peor del kirchnerismo ha sido que ha trastocado por completo los valores de la sociedad. Ha estimulado la vagancia. La viveza de querer vivir a costa del trabajo ajeno. El saqueo generalizado de la riqueza. Cambiar esos valores exaltados por el populismo kirchnerista llevará tiempo. Y sin corregir esos valores es imposible entrar en una senda de crecimiento de largo plazo.
Puedo entender, que en la campaña electoral haya habido cero docencia sobre ciertos valores que deben imperar en la sociedad y determinadas reglas económicas que hay que aplicar. Ahora, si hacia adelante no podemos explicar con claridad y en forma convincente que el gasto público en Argentina ha llegado a niveles disparatados o que está mal vivir indefinidamente a costa del trabajo ajeno, entonces estamos en serios problemas.
No se trata solo de cambiar algunos precios relativos, retocar algo los impuestos y el gasto. Eso se hizo infinidad de veces en el pasado y fracasamos una y otra vez.
Si queremos dejar de ser un país decadente hay que cambiar los valores que imperan en la sociedad. Eso implica hacer docencia, desde todos lados, incluso desde la política. Puesto de otra manera, se acabó la campaña política, las promesas electorales y el no decir nada. Ahora, si queremos cambiar en serio el país, tenemos que empezar a hacer docencia sobre los valores que deben imperar para construir un país en serio.
Fuente: Economía para Todos