O, para ser más precisos: cómo el ciclo de los Kirchner, más allá de los flashes de la economía, fue incapaz de restaurar aspectos básicos de la vida pública corroídos por la crisis del 2001. El epílogo para esta situación resulta tan insólito como inédito: Cristina Fernández pulseó con Mauricio Macri sobre las formas para la entrega del poder, que ocurrirá mañana. El fondo de la cuestión fue resuelto en el balotaje del 22 de noviembre: la Presidenta debe irse y el mandatario electo debe llegar. En el medio hay sólo una parva de hojarasca.

La disputa se refleja en un espejo de mucha familiaridad para los argentinos. Casi al mismo tiempo y ritmo la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) intenta superar la vergüenza de la pasada votación trucha para designar al sustituto del viejo y fallecido emperador, Julio Grondona. Luis Segura, a cargo del organismo, y Marcelo Tinelli, el retador, asemejarían a la brega que en un plano superior desarrollaron Cristina y Macri. Hay tics, en ambas historias, bien comunes: los amagos de unidad, los gestos desafiantes, las chicanas, la mediación de supuestos influyentes y las interpretaciones leguleyas, a gusto de cada contendiente.

En suma, aquella sensación de decrepitud no parece sólo patrimonio de la política. Se ha derramado sobre todos los ámbitos. Lo del fútbol constituiría casi una obviedad. Tal vez sería hora de que otros conglomerados empiecen su propia interpelación. Sindicalistas y empresarios, por ejemplo. Macri debería tomar conciencia que su tarea no quedaría circunscripta al acierto en el orden económico o una módica lucha contra la corrupción. Existen raíces culturales y políticas colectivas profundamente afectadas que demandarán una prolongada reparación. El líder del PRO se enfrenta sólo a la posibilidad de iniciarla.
Cristina dejó, definitivamente, pasar la ocasión en sus dos mandatos. Ni siquiera supo recoger algo de la herencia que, en ese campo, le dejó Néstor Kirchner.

El vacío es tan enorme que el debate no quedó limitado al capricho sobre cómo y donde ceder los atributos del mando. Tampoco hay acuerdo acerca de en qué momento concluye el mandato de Cristina. La interpretación del kirchnerismo se apoyó en una parte de las explicaciones del escribano General de la Nación, Natalio Echegaray, que fijo el epílogo cuando Macri jure en el Congreso. Ese funcionario dijo también que los atributos deberían cederse en la Casa Rosada, como pretende el macrismo. Tal precisión importó nada a los K. Los abogados del PRO –a instancias de Macri y Gabriela Michetti– presentaron un amparo y el fiscal Jorge Di Lello aceptó que la finalización del mandato ocurriría en la medianoche de hoy. ¿Alguien podría no asociar ese desaguisado con aquel voto sobrante en la votación de la AFA? ¿O con la desaparición de dos delegados de clubes luego de votar? Un paisaje desangelado y risible si no estuvieran en el medio cuestiones que atañen a la sociedad y al Estado. Por ese motivo prevalece la consternación.

Las responsabilidades en el caso del traspaso presidencial serían difíciles de ser equiparadas. Simplemente porque Cristina viene demostrando hace demasiado tiempo su vocación por enlodar la transición. A Macri se le podría endilgar, quizás, alguna permeabilidad frente a las tenaces provocaciones kirchneristas. Pudo haber cortado por lo sano y concluir antes esta novela según sus deseos y su indiscutida legitimidad. Que Cristina le ceda o no los atributos sería una estación menor en el largo y problemático camino que le aguarda no bien se haga cargo del poder. Sabe que la mujer –en breve ex presidenta– será su principal e implacable objetora.

Quizá Cristina pretendió explotar hasta último momento cierta inexperiencia macrista. Tensó la cuerda hasta que el diputado camporista Eduardo De Pedro, propuso ayer una instancia de negociación. El joven de Mercedes habló con Emilio Monzó, el titular de la Cámara de Diputados, y con el próximo secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis. Se convino un encuentro en el cual el macrismo se llevó dos sorpresas.

De Pedro debía asistir, como se había previsto, acompañado por Amado Boudou. Enfrente estarían De Andreis y Federico Pinedo, el presidente provisional del Senado. Pero el kirchnerismo sumó sin consulta a Oscar Parrilli, el titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y a Sergio Berni, secretario de Seguridad. El intercambio se tornó inabordable cuando De Pedro esgrimió, como supuesta fórmula de acuerdo, la presencia de Cristina en el Congreso y el depósito allí mismo de los atributos del mando. El macrismo debería encargarse del destino de ellos. Nada prosperó.

El ardid de la Presidenta pareció claro. Jugó a no estar ausente de la jura y de la fiesta que, en parte, podría pertenecerle. Invitados kirchneristas estarían en los balcones del recinto luego de haber conseguido el consentimiento macrista. Cristina tampoco deseaba, en minutos, pasar del poder a la clandestinidad virtual. Así ocurrirá, al final. No sería una señal propicia para una dirigente que piensa estar activa en la oposición y pretende seguir arreando a la totalidad del peronismo.

Estas idas y vueltas incomprensibles, además, lo complicaron todo. Un aspecto delicado tiene relación con la seguridad. Patricia Bullrich, la futura ministra del área, y Sergio Berni se han reunido toda la semana. Luego de algunos tironeos llegaron a una concordancia: los operativos principales estarán a cargos de las fuerzas federales. La Metropolitana ocupará un segundo plano. Ya se dispuso que 50 agentes de la GEOF (Grupo Especial de Operaciones Federales) permanecerán apostados en lo alto de los edificios del trayecto que Macri cumplirá por Avenida de Mayo, a contramano, desde el Congreso hasta la Casa Rosada. Se trata de una brigada que interviene en acciones antiterroristas y antinarcóticos. Que posee un vinculo institucional y fluido con Interpol.

Ese representaría apenas un aspecto de la organización. El otro quehacer será la custodia de la calle. Bullrich y Berni tuvieron un alivio: la mayoría de los grupos kirchneristas, con excepción del Movimiento Evita y las Madres, se movilizarán hoy a la Plaza de Mayo para despedir a Cristina. La incógnita sigue radicando en el grupo de ultraizquierda Quebracho. Y en la capacidad de movilización que exhiba el macrismo el día de la asunción. La convocatoria ha sido atípica, como corresponde a la modernidad que pregona el PRO: a través de las redes sociales. Tampoco habría otra forma. Carece de una estructura partidaria nacional.

Un aspecto extremadamente sensible, además, radica en las delegaciones que vienen del exterior para la asunción de Macri. ¿Debería estar en el Congreso o en la Rosada? ¿O en ambos lugares? El macrismo calcula que arribarán alrededor de 300 visitantes. Entre ellos varios mandatarios de la región. Desde el exterior desean conocer las previsiones. Entre el lunes y ayer se reiteraron las preguntas en la Cancillería. Algunas de ellas fueron formuladas por Brasil, Estados Unidos, México y España. Pero convergieron dos problemas para una respuesta rápida. Aquel ministerio está casi inactivo en sus estamentos burocráticos atestados de militantes camporistas. La futura canciller, Susana Malcorra, hace lo que puede. Las confirmaciones empezaron a despacharse recién anoche, cuando se consumó el desacuerdo insalvable entre Cristina y Macri.

Algo que para la afiebrada transición argentina pareciera común y normal. Pero incomprensible y bastante bochornoso para dirigentes extranjeros que vienen sólo a asistir al recambio presidencial.